“Un
regalo para mi Niño”
Una
mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en
garrotillo, resolví caminar por mi Tafí del valle en busca de un pañuelo que
abrigara mi pescuezo y de un regalo en el día del niño. Me pregunte a mí mismo,
si esa conmemoración especial que se celebraba, no era más que un homenaje al
consumo y a la egoísta complacencia. Es que, dedicarle un día al jolgorio a
la jornada, está bien, pero la sociedad toda, debe estar obligada a contener y educar a
nuestros pequeños todos los días. Debe ser un compromiso permanente en desarrollar,
enseñar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales que es una necesidad que clama al cielo. Me
pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que con
el frio, lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las
manos artesanales de las mujeres del lugar. Es inusual, que en la capital del turismo, no
lo hallara en un primer intento. Seguí
caminando a través de una escarcha pegajosa que parecía convertirse pronto en
una ligera nevasca. Los regalos a los nietos lograban mi penosa travesía. Me
plante ofuscado en una local que
parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos
solamente extranjeros. Me indague a mí mismo: ¿Cómo puede haber decaído
tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple
elaboración como es un pañuelo de algodón, o de lana haya que recurrir a los países campeones de
la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte, como
esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios, solamente una linda estola
de lana tejida por las manos callosas de mujeres tafinistas que me abrigara mi pescuezo. Siendo tucumano y orgulloso de
mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo confeccionado a mano y en
telar, con las viejas técnicas caseras que se transmiten de generación en
generación. Es que la región siempre ha sido una muestra de la ancestral tradición
telera que se esparce por todo el noroeste argentino, la que sigue tejiendo
su historia con las mismas técnicas de sus antepasados. En el trayecto, encontré un reducto de artesanos. Allí me metí
como un turista ansioso de realizar una compra. Entre, mantas, ponchos, fajas,
bolsos y alfombras, un enramado revestido con cortezas de quebracho hacia
flamear levemente las fajas, chuspas y
piezas de barracán y picote en un muestrario artesanal persa llena
de colores. A los costados de la calle principal lucían en contrastes, tradicionales
casas de artesanías pintadas de fuerte colores que rememoraban las épocas ancestrales, revitalizando el valor cultural de una identidad olvidada. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre un reducto
artesanal en donde estudio con enorme placer su carrera de abogacía. Antes de
soltar una lagrima, escuche voces. ¿Pase,
entre, qué anda buscando?
Interpelación incesante en cada puesto al que me acercaba. Hasta que tropecé con
un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en
nuestra infancia llamábamos “hippie” el que seguramente apartado de las grandes ciudades se
enamoró del paisaje y se quedó a vivir en el terruño. Le compre de inmediato
un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por
nuestros orfebres con su rudimentaria herramienta siempre presente en mi memoria,
dibujado en sus urdimbres por distintas tramas, con los tonos de la tierra y en coloridas combinaciones. Me lo puse y
sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. La diáfana y fresca brisa
de los Valles Calchaquíes, engalanados
por paisajes de montes y llanuras, iluminan con la luz de la naturaleza las originales casas en donde se producen utensilios,
ropas y obras de arte en cuero, lana, arcilla, piedra y otros materiales ancestrales rodeados de un escenario de mantas y ponchos
del lugar. Seguí caminando en búsqueda de un juguete para mis nietos,
mezclado con artesanos de los valles que conocen
su pasado, su lenguaje, sus valores, sus sueños y su tierra y, a través de
sus obras, cuentan la historia de sus ancestros, la que logran plasmar en
cada una de las piezas que producen. Casi con culpa seguía buscando un regalo para mis niños,
inquiriéndome en esa naturaleza en la que la vista al cielo es la contemplación
del cuadro más sublime que haya pintado pintor alguno que educar a los niños
es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día
para inducirlos solamente por horas a la agitación y tumulto de una diversión
maquinada y desenfrenada es nada más que una forma de acallar la conciencia
que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de
la infancia, afligida por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que
en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza
y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque
esta celebración se presenta en nuestra aciaga realidad como un homenaje a
los niños para arrimar votos y no para cuidar a los indefensos que menos
pueden y tienen.
Dr.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
Gracias por su relato Dr. Lobo Aragón. Nos dejó con las ganas de saber que le compró a sus nietos. Bendiciones Elsa Lorences.
|
domingo, 16 de agosto de 2020
"UN REGALO PARA MI NIÑO" DR. JORGE BERNABÉ LOBO ARAGÓN
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario