domingo, 16 de agosto de 2020

"UN REGALO PARA MI NIÑO" DR. JORGE BERNABÉ LOBO ARAGÓN



“Un regalo para  mi Niño”
Una mañana destemplada, gris, fría; con un vientito que amenaza convertirse en garrotillo, resolví caminar por mi Tafí del valle en busca de un pañuelo que abrigara mi pescuezo y de un regalo en el día del niño. Me pregunte a mí mismo, si esa conmemoración especial que se celebraba, no era más que un homenaje al consumo y a la egoísta complacencia. Es que, dedicarle un día al jolgorio a la jornada, está bien, pero la sociedad toda,  debe estar obligada a contener y educar a nuestros pequeños todos los días. Debe ser un compromiso permanente en desarrollar, enseñar y perfeccionar sus cualidades intelectuales y morales  que es una necesidad que clama al cielo. Me pare ofuscado frente a un comercio que parecía un bazar chino. Advertí que con el frio, lo que me hacía falta era un pañuelo tejido en un telar por las manos artesanales de las mujeres del lugar. Es   inusual, que en la capital del turismo, no lo hallara en  un primer intento. Seguí caminando a través de una escarcha pegajosa que parecía convertirse pronto en una ligera nevasca. Los regalos a los nietos lograban mi penosa travesía. Me plante  ofuscado en una local que parecía una tienda del primer mundo y que ofrecían en ingles productos solamente extranjeros. Me indague a mí mismo: ¿Cómo puede haber decaído tanto la industria argentina y nuestra artesanía que para algo de tan simple elaboración como es un pañuelo de algodón, o de lana  haya que recurrir a los países campeones de la eficiencia competitiva? No pretendía ninguna obra de arte, como esas maravillas que me tejía mi mujer cuando novios, solamente una linda estola de lana tejida por las manos callosas de mujeres tafinistas que me abrigara  mi pescuezo. Siendo tucumano y orgulloso de mi valle, me pareció lógico y natural comprar un pañuelo confeccionado a mano y en telar, con las viejas técnicas caseras que se transmiten de generación en generación. Es que la región siempre ha sido una muestra de la ancestral tradición telera que se esparce por todo el noroeste argentino, la que sigue tejiendo su historia con las mismas técnicas de sus antepasados. En el trayecto, encontré un reducto de artesanos. Allí me metí como un turista ansioso de realizar una compra. Entre, mantas, ponchos, fajas, bolsos y alfombras, un enramado revestido con cortezas de quebracho hacia flamear levemente las fajas, chuspas y piezas de barracán y picote en un muestrario artesanal persa llena de colores. A los costados de la calle principal lucían en contrastes, tradicionales casas de artesanías pintadas de fuerte colores que rememoraban las épocas ancestrales, revitalizando el valor cultural de una identidad olvidada. Me hizo recordar a la “petaca” de mi madre un reducto artesanal en donde estudio con enorme placer su carrera de abogacía. Antes de soltar una lagrima, escuche voces. ¿Pase, entre, qué anda buscando?  Interpelación incesante en cada puesto al que me acercaba. Hasta que tropecé con un personaje de pelo largo, desaliñado y con traje colorido. Era los que en nuestra infancia llamábamos “hippie” el que seguramente apartado de las grandes ciudades se enamoró del paisaje y se quedó a vivir en el terruño. Le compre de inmediato un pañuelo que me parecía de la zona. Un pañuelo idéntico a los tejidos por nuestros orfebres con su rudimentaria herramienta siempre presente en mi memoria, dibujado en sus urdimbres por distintas tramas, con los tonos de la tierra  y en coloridas combinaciones. Me lo puse y sentí un enorme calorcito que me caldeó el ánimo. La diáfana y fresca brisa de los Valles Calchaquíes,  engalanados  por paisajes de montes y llanuras, iluminan con la luz de la naturaleza las originales casas en donde se producen utensilios, ropas y obras de arte en cuero, lana, arcilla, piedra y otros materiales ancestrales rodeados de un escenario de mantas y ponchos del lugar. Seguí caminando en búsqueda de un juguete para mis nietos, mezclado con artesanos de los valles que conocen su pasado, su lenguaje, sus valores, sus sueños y su tierra y, a través de sus obras, cuentan la historia de sus ancestros, la que logran plasmar en cada una de las piezas que producen. Casi con culpa seguía buscando un regalo para mis niños, inquiriéndome en esa naturaleza en la  que la vista al cielo es la contemplación del cuadro más sublime que haya pintado pintor alguno que educar a los niños es darle preceptos, doctrinas, ejercicios, ejemplos. Dedicar solamente un día para inducirlos solamente por horas a la agitación y tumulto de una diversión maquinada y desenfrenada es nada más que una forma de acallar la conciencia que clama por el abandono y la miseria en que se ve sumida una gran parte de la infancia, afligida por el infortunio y la desesperanza. Por supuesto que en todo hay excepciones. Pero en ese tiempo de encontrarme con la naturaleza y caminando por lugares de mi infancia tenia ganar de pedir perdón porque esta celebración se presenta en nuestra aciaga realidad como un homenaje a los niños  para arrimar votos y no  para cuidar a los indefensos que menos pueden y tienen.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
Gracias por su relato Dr. Lobo Aragón. Nos dejó con las ganas de saber que le compró a sus nietos. Bendiciones Elsa Lorences.

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