lunes, 15 de junio de 2015

POEMA: Eduardo Martínez Zendejas.

Sí, soy yo, sé que me estaban buscando,
soy motivo de repudio para los acomodados,
el que les provoca el asco, aquel que cae fatigado
en el quicio de una puerta, por el alcohol, derrotado;

Y se despierta más tarde entre el dolor de su alma,
y la pesada respuesta de su cuerpo atormentado.
Tan solo soy… Un enfermo, que entre los fatuos vapores
del alcohol, se ha refugiado, pues este a momentos mitiga
las amarguras vividas, y los dolores pasados,
que con la mente despierta, yo no sería competente
para con fuerza enfrentarlos.

¿El por qué de mis andrajos? Y de la sucia presencia
que represento a mis pasos, ha de ser porque hace tiempo,
perdí el respeto a mí mismo, ya no me importa si acaso
mi barba está muy crecida, o mis deshechos mancharon
mi cara o mis andrajos.

Y cuando a mí me preguntas ¿Por qué has caído tan bajo?
te equivocas compañero, ha de caer lo que sube y yo,
yo siempre estuve abajo, nací abajo y el destino,
me ha mantenido en mi sitio, sigo siendo yo
de aquellos, a los que ustedes voltean, y nos miran,
hacia abajo.

Mi historia que de vulgar nada tiene de agradable,
comienza al mismo momento en que al azar fui engendrado,
sucedió a no equivocarme, alguna tarde en un barrio
de entre los más aislados, donde un grupo de maleantes,
por la droga atiborrados y ahogados en alcohol, una casucha asaltaron.

En ella solo encontraron a la que un día fue mi madre,
y con brutal salvajismo y con aspereza, violaron;
después del fatal suceso, ella se ganó el desprecio
del que fue su compañero, que al enterarse del hecho,
la abandonó cual si fuera engendro del mismo diablo,
argumentando que ella, con todos sus coqueteos,
¡Podría haberlos provocado!

Quedó así sola mi madre,
sin saber que ya en su seno latía una nueva vida,
sin haberla ella planeado; mal cuidada, mal comida,
pues, se fue debilitando, y así llegó el día sonado,
en que a este mundo de penas, fui sin festejo arrojado.

En el esfuerzo del acto y con lo frágil de su cuerpo,
mi madre pago el pecado de ese grupo de irredentos
y murió dándome vida, y tocó al fin su descanso.
Y en este mundo tan frío así quedé solitario,
con minutos de nacido, mi madre se había marchado.

La comadrona que estuvo en el fatídico parto,
tomándome entre sus manos fue a depositarme al punto
al hospicio más cercano, y en el transcurrió mi vida
hasta los diez y seis años, entre momentos de angustia
y riñas con mis hermanos, por un pedazo de pan
a alguna niñería que nos hubiera tocado.

¿Amor dentro del hospicio? ¡No señor, ahí era escaso!
las relaciones vividas entre todos mis hermanos
tan solo eran por la vida, por sobrevivir un rato.
Y escapé del buen hospicio en un arranque de macho,
afuera estaba la calle, la tentación y el encanto.

Y recorriendo las calles me topé yo de inmediato
con la rudeza maligna, que rodearía mi escenario.
Y se me dio el tiempo exacto,  para aprender las lecciones
que la vida me daría en esta selva de asfalto,
y aprendí pronto los roles de este mi nuevo reparto.

***Y pronto ocupé mi sitio, mas ese sitio se paga
con la bravura de un tigre, y la estupidez de un chango,
imitando de los otros las adicciones del caso,
cemento, alcohol, marihuana y en ocasiones… tabaco;
y la banda en sus atracos nos proporcionaba plata
para comprar los carrujos, de la verde marihuana.

Y fui acabando con la fuerza que aún mi cuerpo guardaba,
y del alcohol me hice amigo, dejando la marihuana,
hoy ya solo de alcohol vivo, y del el soy un esclavo,
¿Qué si acaso lo dejara? con claridad en mi mente
tantas dudas engendradas, fácilmente me mataban.

Por esto adormezco a ratos esta conciencia traidora,
que me grita por momentos que estoy acabando el paso,
que mi cuerpo está muriendo por el alcohol decantado.
¿Ayudarme tú? ¡No puedes!
tal vez hace muchos años alguien lo hubiese logrado.

Pues esos seres que inician su vida con tanto agravio,
que nunca fueron amados, que no conocen acaso
el afecto más sencillo o el cariños más velado,
no pueden quererse nunca, y yo a mi cuerpo rechazo.
¿Una manera cobarde de destruir este infierno?

Que si, ya lo sé, tal vez para ti sea vida, pero en mí,
no es ni acaso el remedo de la dicha que otros viven sin pensarlo,
por eso es que soy alcohólico y a diario me voy matando,
con ese deseo inconsciente de pronto acaba el paso.

Dicen los que saben mucho, que a esta vida venimos
a purgar nuestros pecados, y que no terminaremos
hasta que quede bien blanco, ese traje tan manchado
que con el correr de los tiempos, vamos a diario ensuciando;
Y yo así voy convencido, que si en vidas anteriores
acumulé algún pecado, bien grande debe haber sido,
pues aún lo sigo penando, mi traje sigue manchado.

Soy alcohólico, un enfermo, y moriré… ¡Congestionado!

Eduardo Martínez Zendejas.
México

Querido Eduardo. El Blog se reserva el derecho de admisión de los poemas en el sentido de su extensión. Este es muy largo para las prolongaciones que usamos pero demasiado hermoso para no publicarlo. Te felicito. Se merecía el premio que recibió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario