EL SEGADOR
I - Ayer vino a visitarme. Pero, ciertamente, me costó reconocerlo.
Por supuesto, tocó timbre, esperó que alguno
de nosotros atendiera, y luego dijo: “¿Está
el dueño de casa?”.
Es decir, yo. O lo que yo representara en
aquel momento.
Había elegido un día especial para la
visita. No había lluvias ni relámpagos eviscerando la penumbra de la noche, o
acortando la tarde, u oscureciendo la mañana, como uno hubiera podido imaginar.
Era, en cambio, un día de brillos luminosos,
de una humedad pulposa que enrojecía nuestras pálidas ventanas, abiertas o
clausuradas a los cuerpos vivos de las otras gentes que circundaban la zona
brotada de verde, apenas desviado el sol de su cenit, con las casitas blancas y
más blancas del barrio Las Flores II, con árboles de sombras apenas asomadas, y
el bullicio jocoso (también apenas), ingenuamente vituperado por la alegría
redonda de una pelota de fútbol maltratada, o injustamente interrumpido por la
norma culinaria del mediodía que, por los domingos, adelanta su orgía de olores
carnívoros y sabrosos.
Porque la protesta a los padres que llaman
siempre se da; aunque luego no queden ni rastros de rito milenario del almuerzo
amasado por las manos de mamá.
II - Vino a visitarme, dije. Abrió el más chico, después atendió ella,
y, al final de un pequeño introito en que las mujeres adelantan a los esposos
el quién es, el qué quiere, el que si viene o no viene mañana, o nunca, el que
si se hace tal o cual trabajo, o si se puede o no prestar el diario de la
noche, o cosas por el estilo, atendí yo. Insisto: de inmediato no habría de advertir
su verdadera identidad. Pero...
... Me estremeció su aspecto. Parecía haber
bebido mucho; quizás hasta algunos instantes antes de llamar a mi puerta.
Después pensé que era por necesidad. Necesidad de evadirse de una realidad que
lo oprimía, a la que no pertenecía, y contra la cual luchaba desesperadamente.
Y todo aquello que correspondiera a esa realidad debía segarlo...
El cabello, hirsuto; revuelto como un mar de
tormentas o un nido de cuervos. Endurecido, grasoso y maloliente. Hedía desde
cada hilo de sus vestiduras desgajadas. Un cristo deshecho. Marginado. O un
arquetipo de hombre soslayado por la vida. Menudo y fláccido; un manojo de
venas mudas y secas, alargadas en un gesto gris violáceo, fulminante. Colgando
de esas venas sin savia, dos garras ciñendo “aquello”. Largo y afilado.
Amenazante y curvo.
“¿Puedo cortar el césped?”, dijo. Y entendí que mi
hora no había llegado todavía.
Es que ante mis ojos, el pobre cristo se
debatía por una limosna misericordiosa, y el corazón de mi familia se había
estrujado por aquella semblanza pordiosera. Humillada.
¡Hermano!,
dije para mis adentros. Y una lágrima me recorrió voraz la intimidad del alma,
marchitándola. Secó mi garganta al abandonar el lugar donde moraba, y apagó mi
voz cuando le dije: “Sí; puede”.
Mis chicos (que son cuatro, o cuatrocientos,
de cómo juegan y gozan de la vida) lo rodearon, y luego comenzaron a tocarlo y
a azuzarlo sin percatarse del peligro que guiñaba desde “aquello”, con cada
movimiento del brazo nervudo que, feroz, cumplía su tarea. Mientras tanto, el
Segador forzaba una sonrisa complaciente, como esperando su oportunidad, esta
vez, por alguna razón postergada...
Como hojas de otoño, incómodas y amarillas,
caían rendidas a sus plantas de arpillera unas pisadas leves festejando (chas)
la audacia del bastón de mando (chas), que oscilaba (chas) y oscilaba (chas),
yendo y viniendo (chas), y haciendo florecer como claveles del aire suspendidos
a centímetros del suelo, aquellos ramilletes de brotes muertos de carne verde
destrozada, con alguno que otro yuyo de mala fama entremezclado.
III - Sudaba doblemente. Por el trabajo en sí y sus escasas fuerzas de
existencia desnutrida -desvaídas bajo el sol de enero mortificando a pleno a la
ciudad toda-, y por ellos. Mis chicos. Tontamente perversos. Brincándole al
borde justo de aquel filo de navaja enardecido, que cepillaba sobras de malezas
jerarquizadas por la estética de moda en los countries de fin de semana.
Un llamado de ella (mi esposa) lo alivió.
Corrieron los críos a devorar el almuerzo, y, con el último jadeo, concluyó la
tarea. A medidas, eso sí.
“Después,
con la tijera, termino de pulirlo yo”, le digo con honesta ternura.
Demasiado presuroso su trabajo, había prácticamente desmantelado el –hasta
ayer- cuidado solar. Por el vino, por la edad, el hambre o los chicos.
Desmantelado.
Sonrió de nuevo, e insistió con la voz grave
y gangosa de su inocultable beodez: “No.
No; deje patrón, que yo se lo termino bien, Va a ver. Me gusta terminar bien lo
que empiezo”.
Iba a decirle: “Salud”, por aquel costado irónico o perverso al que nos tiene
acostumbrado, de improviso, la criolla picardía. Pero no. Le sonreí también, y
lo dejé seguir mientras yo porfiaba en mi escritorio profesional con cifras y
normas legales, especulando matrices y recortando diarios o clasificando
artículos relacionados con mi árida, matemática y racionalista –pero humana, al
fin- profesión de Contador...
Al cabo, se recortó por segunda vez como un
fantasma frente a la puerta entreabierta de la casa; pero no en seguida. Unos
minutos después de su postrero “chas”, en los que hubo recuperado el aliento...
“Ya
está, patrón”, me dice. Y me observa con la triste melancolía del que no
tiene nada que perder. “Bien”, le
respondo. “Muy bien”, exagero.
Abandono el escritorio, salgo al jardín, le
doy un rápido vistazo eludiendo al sol desviado ya pronunciadamente hacia el oeste, y apruebo su trabajo con
serena benevolencia, no exenta de preocupación. “Aquí tiene, don. Y muchas gracias”, le digo. “A sus órdenes, patrón”, me dice.
Y se va.
Como intuyendo mi secreto enojo por su labor
ineficiente, el Segador, sin embargo, se va; acompañado en una sombra por su
prima, la Muerte, y con el sol prendido tercamente a sus espaldas, dando lugar
a la Esperanza, se va...
Al margen de toda imaginación de mi parte.-
Adrián N Escudero
Hermoso tu relato Adrián. Me encantó. Mil bendiciones Elsa.
¡Muchas gracias, amada Elsa por esta publicación! ¡Y una estupenda ilustración! Como tomado directamente de mi mente al imaginar ese siniestro personaje pero de buen hacer en su oficio, y al que diera vida recordando cuando vivía en el Barrio Las Flores de nuestra ciudad de Santa Fe (nuestra pequeña casa blanca y sus cuotas del Hipotecario), y de pronto se aparecían seguido por mis pibes de corta edad, algunos desconocidos portando una pala o algo parecido, y ofreciendo sus servicios de jardinería por unos pesos nomás... Lo demás, pura imaginación de mi parte. Gracias nuevamente: es que la forma en los trabajos quedan insertos en tu Blog de amor y amistad, producen una extraña sensación... Un estilo tipográfico que parece dar vida a cada palabra que se enuncia o pronuncia... Felicitaciones, amiga-hermana por el derroche de generosidad y talento editor que derramas en cada publicación. ¡Fuerte abrazo y lluvia de cariños! ¡Bendiciones! ¡Paz y Bien! - Adrián.-
ResponderEliminar¡Muchas gracias, amada Elsa por esta publicación! ¡Y una estupenda ilustración! Como tomado directamente de mi mente al imaginar ese siniestro personaje pero de buen hacer en su oficio, y al que diera vida recordando cuando vivía en el Barrio Las Flores de nuestra ciudad de Santa Fe (nuestra pequeña casa blanca y sus cuotas del Hipotecario), y de pronto se aparecían seguido por mis pibes de corta edad, algunos desconocidos portando una pala o algo parecido, y ofreciendo sus servicios de jardinería por unos pesos nomás... Lo demás, pura imaginación de mi parte. Gracias nuevamente: es que la forma en los trabajos quedan insertos en tu Blog de amor y amistad, producen una extraña sensación... Un estilo tipográfico que parece dar vida a cada palabra que se enuncia o pronuncia... Felicitaciones, amiga-hermana por el derroche de generosidad y talento editor que derramas en cada publicación. ¡Fuerte abrazo y lluvia de cariños! ¡Bendiciones! ¡Paz y Bien! - Adrián.-
ResponderEliminarExcelente. Un Maestro de la imaginación y de la letra. Un enorme abrazote Tucumano mi querido Adrian. Muchas gracias Elsa por compartir las obras de colegas y tus escritos que son maravillosos.
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