“Un Instante”
Imposible es solamente una figura
retórica. Existen dificultades con las que uno tropieza en la vida, pero a los
sesenta años, ante las contrariedades uno va naturalmente en búsqueda de las
cosas altas, elevadas, espirituales. Así que, sentado en la computadora y
sin ganas de escribir sobre temas de mi profesión, me vienen a mi mente recuerdos imborrables. No estaba
soñando, sino recordando una mañana en el Campito. En el milagroso Templo de San Nicolás de los Arroyos a
orillas del Río Paraná. Después de viajar más de mil kilómetros desde el Jardín
de la Republica hacia la ciudad de María y de escuchar silenciosamente a la
vidente Gladys Quiroga Motta me
sumergí en la Catedral. Imponente y resplandeciente. Ella, estaba hacia un costado del atrio envuelta en una caja de
cristal. María del Rosario, la Virgen
vestida de azul, tenía el Niño en brazos y un rosario en la mano. Nunca
había visto una imagen tan cálida y natural. Sus ojos negros me miraban y a su
vez contemplaban al mundo y abrazaban a la humanidad. Solamente pude tocarla
detrás del vidrio que la cubría. Su mirada eterna ya evocaba los recuerdos de
cuando mi madre me alzo y me consagro a la Señora de los Cielos. Azorado
y cansado por el viaje con mis muletas a cuestas, me senté en un madero que
atravesaba la basílica. Mire silencioso hacia el circulo superior del templo y
un imponente diseño de arquitectura y deslumbrantes figuras en vidrio
serpenteaban elegantemente. Junte mis manos agradeciendo el privilegio y la
oportunidad de ser uno de los primeros peregrinos en llegar al santuario. Después
de una mañana soleada y refulgente, un ruido de viento y tormenta abrieron cada
uno de los ventanales superiores de la basílica. Esa vidriera de colores se
movía y sacudían al unísono proyectando una luz que parecía venir de otro
mundo. Un apabullante espectáculo de luz y furor entraban por cada una de las
escotillas, sumiéndome en un estado de gracia que me impulsó a
exclamar “Madre mía, Señora mía”. La
sinergia de los paños de cristales parecía ceder ante la fuerza de la naturaleza.
El ruido de la tormenta no cesaba y los ventanales multicolores parecían
salirse de su círculo pronto a desprenderse. Los vitrales en su conjunto
esparcían un rayo de luz palpitante y vivo. Era una tormenta de verano
que solamente duro unos minutos. El interior del templo estaba animado con una
atmosfera rutilante de piedras preciosas de distintos e intensos colores que
daban al lugar sagrado un tinte mágico. El increíble suceso casi sobrenatural
de este maravilloso despliegue de luz, agua, viento, color y geometría
parecían celebrar la vida del Eterno y su Madre en el Sagrario. Me sentí
arrollado de la Ecuación “Dios es luz” como imagen de lo etéreo e
inaccesible. Con dificultad me pare con mis muletas buscando la salida.
Salté al Campito de la Virgen que rodea el templo. Mire otra vez a lo alto y
nubes bajas y grises cubrían la mañana recordando al aguacero del minuto.
Era un día de semana, sin muchos peregrinos. Había leído sobre las
manifestaciones extraordinarias de la presencia de Dios y de la Virgen, como la
danza del sol, que nos recuerda el milagro de Fátima. El perfume a rosas, el
ver brillar el rosario sobre las paredes en varios hogares, las bombitas de luz
que al quemarse dejan impresa la letra “M” de María del lado de adentro, eran los
relatos de muchos que buscaban seguramente alguna salida a su fe adormecida. Me
senté sobre una piedra a descansar. De pronto una tenue neblina me arropó, me
cubrió de naturalmente, como si fuera el “alpapuyo” de mi Tafí del Valle que
con sus espesas capas de nubes bajas parece recorrer el valle sin rumbo fijo.
Me sentí trasportado y lanzado a otra dimensión. El mundo real se había alejado.
Solamente sentí la presencia de mi ser trasportado a un plano distinto. Como si
no tuviera movimiento, atine a tocarme la cara y lágrimas brotaban de mis ojos
sin que pudiera controlarlas. El tenue sol que apenas apareciera en la
mañana gris, empezó a acercarse con movimientos circulares y armoniosos como
tratando de atraparme. Nunca había pensado que estuviera de cara frente
al fenómeno reconocido por muchos. Tampoco fue una ilusión ya que podía
ver al astro sol sin que me encegueciera. Como un rayo, se rasgó la tupida
neblina y sobre el cielo azul y diáfano se formó nítido y abierto un triángulo. Un marco perfecto con los colores blanco, celeste y rosa del manto de
la Virgen. Era sin duda la forma triangular plasmada en el reverso de la
medalla que la Santísima Virgen le pidió a la vidente. Un triángulo con
estrellas en sus vértices y con tres más rodeando cada lado. Fueron unos minutos. Un instante. Un tiempo.
No lo sé. Es y será uno de los
recuerdos imborrables de mi vida.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
#Argentina #Tucumán
Fotos tomadas por mi hijo Javier el 9 de Noviembre de 2019. Yo, con la misma emoción con que usted hace este relato. Sí. ir al Campito de María de San Nicolás causa, para los que amamos a María una sensación de paz y emoción a la cual no nos podemos resistir y lloramos, pidiéndole que nos deje volver el año próximo como lo hacíamos siempre. ¿Por qué guardé las fotos mi querido Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón? No lo sé. Tal vez porque presentí que alguien iba a escribir sobre ella y ese fue usted. ¿Reconoce el lugar? María se acuerda de usted. Mil bendiciones y gracias. Elsa Lorences de Llaneza.
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