Una mañana calurosa de diciembre, llegamos
a Buenos Aires, Capital.
Desde la Terminal de Retiro y luego de
pasar entre vendedores ambulantes, bajamos a tomar el Subte.
Nos
esperaba una larga cola para sacar el boleto, tarjeta. Gente que protestaba,
porque estaba habilitada una sola ventanilla
La incomodidad de los chicos, los bolsos,
el calor,
Por fin subimos al coche. Tratamos de
acomodarnos, amontonadas, había mucha gente en todos los vagones. (eso que allí
comienza el recorrido).
De pronto se escucharon voces que gritaban.
Una señora anciana lloraba, le habían robado su cartera. Allí tenía sus
documentos, nada de dinero. Las fotos de sus hijos y la de su marido que había fallecido.
Recuerdos que son sus “tesoros”.
Unos muchachos aprovechando la confusión,
arrebataron billeteras a señores distraídos, que estaban parados. Todos vieron
la ocasión de sacar sus bajos instintos. También hubo quienes “tocaron” por
aquí y por allí a cuanta mujer tenían cerca. Cachetadas sonaron, iban y venían.
Todos gritaban, algunos insultaban y trataban de agarrar a los bandidos
haciendo justicia por mano propia.
Paró el subte en la estación 9 DE JULIO.
Allí fue el “desbande” entre los laberintos, escaleras, pasillos sucios y
malolientes, se esfumaron los “chorros”.
Por supuesto, no aparecieron ni guardas ni
seguridad ni nadie con autoridad que pudiera intervenir y calmar los ánimos.
Bajamos también nosotras porque teníamos
que hacer combinación B ó D.
Enseguida llegó el subte que nos llevaría a
destino.
Este viaje vino con menos gente y otra
sorpresa…
Un joven saca de su mochila vaquera,
descolorida, papeles y con una elegancia especial, muy atento y gentil,
comienza a repartir a cada pasajero,
fotocopias de poesías, algunas de poetas conocidos y otras de su autoría.
Una señora mayor, sencilla y coqueta comienza a recitarlos. Su voz es
cálida y sensual.
Luego una nena de 8 ó 10 añitos pasa
pidiendo una monedita, a la gorra.
Quienes escuchábamos, en la improvisada
platea, reaccionamos de diferentes maneras: algunos atentos y generosos le
dieron monedas, caramelos y sonrisas de agradecimiento. Otros dormían, ni se
enteraron. También estaban los indiferentes
que imbuidos en sus problemas los ignoraron.
Teresa y Ofelia, mis amigas y yo viajábamos
desde ROSARIO a un Café Literario. Coincidencia?
Alegre gozo interior, anticipo de nuestro
encuentro poético.
Por fin llegamos a la Estación CALLAO
donde debíamos bajar.
Nos quedamos extasiadas mirando los
murales, juegos de formas, líneas y colores, otras en blanco y negro. Un
verdadero arte bajo la tierra. Muchas veces pasamos apurados, sin verlos. Un
momento de cultura para todos.
Nos llevamos un grato recuerdo que compensó
lo vivido al comienzo de este viaje.
María del Carmen Latorre
Con este relato María del Carmen Latorre ganó un concurso que ya comentamos. ¡Bien María del Carmen! ¡A por mas!
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