EL NIÑO DE BELÉN
¿Uno?
“El
Reino de Los Cielos pertenece a los que son como niños”
(Mt.
19,14)
Mi amigo, el Bioingeniero Domingo Calisse,
un germano radicado en Argentina y experto en nanotecnología, era no sólo
nuestro jefe de equipo por entonces, sino también un abuelo
alborozado y alborotado cuando nos relató,
perplejo y orgulloso a la vez, precisamente en la sala de embarque del
Aeropuerto de Roma -en tanto ansiaba
concluir ya su visita de trabajo a la región del Lazio y al Vaticano, para
volar a su tierra natal y abrazarse con su pequeño nieto Franz- que, su
inquieto nieto de casi cuatro años de edad, fue llevado a visitar por su papá
Jorge Calisse el pasado año –Jorge, también
Ingeniero pero argentino radicado en Alemania- y el pasado año, la nevada
capilla de Belén del Barrio Lichtflendwest de Berlín y en tiempo de tercer
domingo de Adviento Navideño…
Y dice este padre, no sin el citado orgullo
paterno transferido luego al jovial abuelo Domingo que, el pequeño Juan, después
de cautivarse con el ornado, florido Pesebre de la Natividad, y con todos los
personajes que había aprendido a conocer en su Jardín de Infantes (esto es, María Santísima, San José, los
pastores y los ángeles, la Estrella y los Reyes Magos), y sabedor que no
encontraría en dicho Pesebre al Niño de Belén, pues todavía no había llegado el
día de Navidad y su imagen se reservaba hasta ese sacro momento para adoración
de los fieles, se desvió de pronto, como suelen hacerlo los chiquilines en
cualquier espacio público, y de dicha representación escénica, para ponerse a observar,
a la derecha de la misma y a unos dos metros de altura, una enhiesta imagen…
… La imagen de San Juan Bautista (nombre que su padre soplara en el oído de
intrigado e imberbe visitante, y que éste recordaría), observar intrigado
la imagen de san Juan Bautista, con su brazo en alto y señalando con el dedo
índice hacia algún lugar de la Capilla…
… Intrigado, y llevado por su probada
inteligencia emocional, habría seguido la dirección indicada por el dedo de
aquel protomártir cristiano y primo del Redentor del Mundo, hasta situarse de
lleno ante otra imagen bellísima que, a unos diez metros de la anterior, pero
situada detrás del Altar y en lo alto de su más próxima pared, le abrió los ojos
y le tapó la boca siseando un ¡oohhh! de sorpresa y encanto…
… Había descubierto, ni más ni menos que la
preciosa, sublime y consoladora imagen de Cristo, en su famosa advocación de
Sagrado Corazón de Jesús… Y he aquí que, recomponiéndose de su asombro
inocente, habría gritado a viva voz, dos o tres
veces al menos y entre sorprendido y alegre: “¡Yo también tengo dos! ¡Yo también tengo dos! ¡Yo también tengo dos!”:
ello, mientras uno de sus pícaros y minúsculos dedos apuntaba –como lo hiciera aquella imagen del
Bautista-, a la cercana cuan augusta imagen del Sagrado Corazón de Jesús
dando, y en particular posición (como si dibujara un cruz invisible) de sus dos dedos de la mano derecha, la
bendición “urbe et orbi”…
¿Dos?
“¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y
permanecer en su recinto sagrado?
(Sal 24 -23-, 3)
Todos reímos (comenta Domingo, el abuelo chocho que testimoniara la singular
anécdota), festejando la aguda inocencia de ese niño creyente en un Señor
de Todo y de todos; excepto para aquellos
otros integrantes del equipo ingenieril turístico que, ensimismados o
distraídos por el acorde (siempre) imperfecto de los sonajeros progresistas de
la Ciencia Humana, no habían querido o podido conocer a Cristo todavía. Y
esperaban fuera del Templo, bajo el atrio, guareciéndose de la imprevista
nevada que había comenzado -por entonces-
a caer…
… Y con el Misterio velado a sus ojos
rendidos a la sola Razón de la existencia justificada en un dudoso Big Bang,
nos gozábamos luego y sin decir palabra, como intangibles, a su lado, respetando su
consciente voluntad atea… Sí, ellos (aquellos)
desconocerían, setenta veces siete, como una gran parte de la Humanidad
caída, la profunda certeza de quien, desde el aire y desde el barro, expresara
en alguna literaria ocasión y en la voz de su impagable “El Principito”: “… Lo esencial es invisible a los ojos”.
Sí, aquella bendición urbe et orbi se extendía mansamente “A la ciudad y al mundo” (aludiendo
desde el latín, al tradicional y beatífico saludo apostólico papal); pero
teniendo en cuenta que, el Sumo Pontífice, cuando otorga dicha bendición, no lo
hace al estilo del Sagrado Corazón de Jesús…
… Cristo Jesús, en la mencionada advocación
-una de sus adoradas e inauditas
apariciones-, cuando brinda su favor bendito al Universo, lo hace y como
bien constara el pequeño Juan, dejando erguidos a “dos” de sus dedos de la
mano diestra: el índice y el mayor, significando al Hombre, niño y adulto, y
reposando los otros “tres” (denotando
a la Fe, la Esperanza y la Caridad), en una posición de recogimiento que parece
invitar a acercarnos a Él: “¡Venid a Mí…!
¡Venid a Mí! ¡Venid a Mí!”.
… O una interpretación metafísica particular
que, por supuesto, no pudo ser captada -prima facie- por ellos (los “aquellos” del Mundo para el cual la sabiduría de Dios
es locura…).
¡Tres!
“… El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente”
(Sal 24 -23-, 4)
Y dejamos de reír… Entonces ellos (aquellos), ya frente a nosotros,
descentrados primero, y a la postre conversos, comenzaron a mirarse los unos a
otros y a mirarnos a los… tres
(Domingo-Fe, Jorge-Esperanza y Juan-Caridad) con unos ojos abiertos, bien
abiertos…, muy abiertos (como los de Juan
al descubrir el gesto ecuménico de Cristo Jesús), preguntándose y
preguntándonos –afirma Domingo, turbado
por su propio comentario- la causa última de nuestra risa…, de pronto
suspendida…
Y le comentamos -dijo finalmente Domingo-, como al pasar, lo vivido dentro de
aquella mágica capilla o Casa del Pan… Y el porqué de nuestra suspendida risa
de niños a lo Juan, porque, de pronto,
habíamos descubierto, perplejos, y en perfecta trilogía metafísica, la asimismo
perfecta y circular Ley del Universo creado por obra y gracia de un Supremo y
Amoroso Hacedor, y dada en boca del genial Antoine de Saint Exupéry…
De hecho, no hubo razón o teoría
explicativa que lo fundamentara… Fue entonces y sólo entonces, cuando nosotros
y ellos (aquellos) también, nos
pusimos -todos en Todo, felices y al
unísono-, de nuevo a reír, a reír y a reír sin cesar, mientras
chapoteábamos más vivos que nunca, el brillo transfigurado de nuestras personas
reflejadas en un agrisado cielo nevoso y por donde había asomado,
inexplicablemente, un rayo de sol que caldeaba tibiamente nuestro germano sendero
de vuelta al hogar…
ADRIÁN N. ESCUDERO
Querido Adrián. Mil gracias por colaborar con el Blog con cosas siempre preciosas pero muy largas. Te lo aviso por este medio porque mis otros colaboradores van a decir: por qué a tí sí y a ellos no. Por ser Navidad una fiesta de Amor y Paz quería poner algo tuyo y por eso perdoné la largura. Espero cosas más cortas por favor. Te deseo una fiesta de unión familiar junto con el niño Dios al Frente de todo. Dios bendiga tu hacer.
Elsa Lorences de Llaneza