“MILAGRO NAVIDEÑO”
Llegaba Navidad en el sur y el viento helado bajaba de los glaciares entonando su canción de araucarias y pinos. El cielo estaba negro, como de luto, anunciando una Nochebuena tormentosa y fría. En el corazón de Elena cada latido lastimaba con dolor de ausencia. Estaba sumida en sus recuerdos cuando oyó risas que provenían de la calle en alocada carrera. Corrió el cortinado y vio a sus nietos cruzando la verja del jardín entre tulipanes y rosas. Salió a recibirlos con los brazos abiertos en los que acurrucó su inocencia. La cubrieron de besos y como un torbellino se perdieron en el interior de la casa. Ella esperó con una sonrisa melancólica abrazándose con sus propios brazos, el saludo de sus hijos. Nadie lo nombró, pero estaba allí, en la unión que había sembrado día tras día, gesto tras gesto, palabra tras palabra entre los suyos. Cada uno se dirigió a su cuarto, era el hogar de todos, la casa del amor y los buenos momentos. Al llegar la hora de la cena, la tormenta arrancaba quejidos de los cedros cuyas ramas golpeaban lastimándose mientras el cielo lloraba sobre sus hojas. ¡A comer!, llamó Elena y todos se dispusieron a ocupar el lugar que año tras año les correspondía, pero, una silla en la cabecera de la mesa quedó vacía. La miraron en silencioso dolor hasta que el más chiquito dijo: El abuelo no vendrá, se quedó a cuidar al Niño Dios porque está enfermo. Anoche, cuando me dormí, me lo dijo. Lo soñaste, tonto, le contestó con sonrisa burlona el hermano mayor. No, me lo dijo, estaba contento, así que empecemos a comer y dio un manotazo al angelito hecho con huevos duros y aceitunas. Todos lo imitaron entre risas y la conversación tomó otro rumbo. Cuando llegó la media noche los chicos corrieron a encender las luces del árbol navideño que esperaba cubierto de regalos en el rincón acostumbrado. ¡Viva, viva!...le compraste una estrella, Abu. ¡Qué linda! Sí, comentó Elena, la otra era demasiado pequeña para este árbol, además, hay que agregarle algo nuevo cada año. En ese instante se escucharon las doce campanadas de la iglesia, era el momento de los buenos augurios, Navidad había llegado. Cada uno abrió su regalo, los niños desparramaron papeles y moños por doquier y echaron a andar trenes, autos camiones y muñecas que iban y venían en todas direcciones. De pronto, una fuerte ráfaga empujó los postigos de la ventana. Las cortinas se extendieron como dos inmensas alas blancas y un relámpago atravesó la sala para iluminar el sobre rojo que pendía del árbol junto a la nueva estrella. Intrigada, Elena acercó la silla vacía, trepó en ella, al hacerlo se sintió envuelta en un halo tibio y dulce, tomó el sobre y preguntó: ¿Esto es para mí? No sé, contestaron todos mirándose como tratando de adivinar quién lo había colgado. Lo abrió con curiosidad, dentro del mismo, un mensaje escrito con una letra muy identificada, rezaba. Los amo, deseo que sean felices. Sus manos temblaban, lágrimas de amor brotaron lenta y calladamente de sus pupilas. Los demás esperaban en silencio alguna explicación. El más pequeño se acercó y le preguntó: ¿Es para vos Abu?...para todos, mi amor, tenías razón, el abuelo dice que nos ama pero que debió quedarse a cuidar al Niño Dios. Se acercó a la ventana que permanecía abierta. Ya no llovía, el cielo estaba cubierto de estrellas, ubicó a una que titilaba dejando escapar destellos multicolores, le dedicó una sonrisa, dio media vuelta, miró a sus hijos y les dijo: Aunque no lo crean, aún existen milagros para Navidad y uniéndoles las manos colocó el sobre en ellas. Lina, la hija, se acercó a la silla, acarició el respaldo como si fuera una espalda, y, para que no la vieran llorar, se dedicó a devolver el regalo a su lugar, junto a la estrella. Eduardo, el hijo, apretó sus manos fuertemente sobre la madera y dijo para sus adentros. Nosotros también viejo. Volvió a colocarla en la cabecera como si le costara soltarla. Elena se dirigió a la mesa y encerrando en su alma un sollozo enamorado, con voz entrecortada, se le oyó decir: ¿Y ahora, quién destapa champaña para brindar? El milagro tiene un lenguaje especial. Es el lenguaje privado de Dios. La naturaleza habla de su gloria. La creación es un canto de alabanza. La belleza del mundo es el esplendor de su gloria. Los bendecidos se gozan. Los ciegos se llenan de alegría. Los paralíticos saltan de gozo, y los enfermos estrenan nueva convivencia al quedar limpios. Cada milagro es un signo elocuente que el Niño viene a traer al mundo una promesa especial en estos tiempos aciagos. Una bendición nueva, traída por un amor generoso y fuerte, que llega de lo Alto. Es que aun cuando muchos no crean. SI EXISTEN LOS MILAGRO.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
Me hizo llorar Doctor. Hermoso y triste relato y al mismo tiempo esperanzador de que alguna vez, los que partieron se encontrarán con nosotros. Dios lo bendiga y pase un feliz Año Nuevo en compañía de todos los suyos. Elsa Lorences.
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