“Una Nueva Devoción en
tiempos de Pandemia”
En ese Tafí del Valle
eterno, perenne, inmemorial el que todavía mantiene viva sus tradiciones
milenarias con el canto de sus aguas, el claro sol que ilumina sus cumbres, y
el apretado aspapuyo que cubre sus vestigios ancestrales, florece una nueva
devoción en tiempos de pandemia. Nuestra
Señora de la eucaristía. El cielo radiante de la quebrada ilumina las
sombras aterciopeladas de los contornos del cerro. Al mediodía los rayos del
sol caen en picada sobre centenares de siluetas que se esfuerzan en llegar a la
cumbre. A días de la entrada del
invierno el valle se encuentra cubierto de nieve ensalzando su imprevisible
agitación misteriosa y milenaria. Comienza la lenta subida desde la capilla de
San Andrés, en la zona de “Las Carreras”, hacia la cima de la Mesadita. El
ascenso por el cerro pelao, sembrado de piedras, pircas y de cactus en flor se
hace imperceptible. Se siente vivo en el aire y en cada roca el canto del
viento. Cada paso es un arrojo que se recompensa con el viento fresco de la
montaña. Adelante van los violinistas y bombistos anunciado con su música
alegre el paso de la Virgen. Sube la virgencita entre los pajonales, enlazados
por aybales en un enigmático silencio. Un mensaje de paz y unión se encumbra
sigiloso para los pueblos de la región, bajo el signo de la Cruz. Se siente
el indestructible murmullo de aquellos
Quilmes y Diaguitas cuya estirpe ha encontrado en sus devotos nuevas venas para
seguir manteniéndose en el tiempo. En su ascenso por la cuesta, el atuendo de la Virgen de la Eucaristía se mezcla con
los distintos matices de verde de las montañas que la rodean. En sus brazos,
junto con el Niño Jesús, sostiene un
racimo de uvas. Aunque el sol se esforzaba por entibiar la mañana los charcos
seguían congelados. La marcha continuaba lentamente, despreocupada, risueña al compás
de bombos, violines y guitarra. Todo el entorno coronado por elevaciones blancas
deslumbradas por la luz del sol, exaltaba aún
más la figura esplendorosa. La imagen de la Virgen se deslizaba por el camino de la fe rodeado por cuatro
banderas. La bandera Argentina y los estandartes papal, la de Macha y de los
pueblos originarios se movían como acariciando la suave brisa que las envolvía.
A cada paso los lugareños y peregrinos ataviados
con sus mejores trajes veneraban a la novia que subía a su altar. La figura de
nuestra Señora engalanada con vivos colores llegaba la piedra escogida. Arribaba a su apacheta.
El altar de piedra y jarilla se elevaba apuntando al cielo para honrar a la madre de todos los
tiempos. La madre tierra y la
Pachamama, daban la señal para que el tiempo pasado estallara sobre el
presente. El polvillo de las flores, que
adornaban el rustico tabernáculo convertían a la imagen en el más perfecto cuadro de la libertad y
liberación de la humanidad. El paisaje verde de la quebrada, salpicada por los
copos de nieve que caían mansamente, se mezclaban milagrosamente con verdoso
como el manto de la Señora de la Eucaristía. El Lugar elegido se convirtió en
una colosal Iglesia a cielo abierto, en donde se cavaron los cimientos en donde
florecerá la gruta circular con techo de paja. Así lo pidió María respetando el
diseño de los pueblos originarios. Al atardecer, el
silencio volvió a adueñarse de la Mesadita. Pero la montaña no se quedó sola.
Una pequeña imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía le hace compañía desde
ese día.
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
#Tucumán#Argentina#España
Muy bella Devoción Dr. Jorge. Acompañaremos a la Santa Madre desde el corazón a la distancia. Dios lo bendiga. Elsa Lorences.
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