“Premonición en Sábado Santo”
Sentado sobre el teclado una fuerte premonición me encierra en la nada. Como flotando en un espacio velado y misterioso la imagen de un purpurado se me encima. Apenas puedo razonar ante el misterio y la sombra se desliza sobre un pergamino. “Siempre hay gente con certezas firmes, convicciones profundas y las mantiene”. Una augusta figura, como lámpara consagrada, me reclama rememorar su memoria. Como si me impusiese reivindicar valores en tiempos aciagos y de sufrimientos para toda la humanidad. Es una percepción “viva” que en un añoso papiro que se me revela. El pliego añejo que se eleva al cielo, me revela verdades de un hombre de fe, que hasta en su martirio no lo pudieron doblegar…Que en estos tiempos de quiebra, reflexión y aislamiento, los Diez Mandamientos continúan estando a salvo y con asombroso vigor. Que los eternos Decálogos deben ser piedras angulares de reconstrucción en cualquier sentido. Que debemos ayudar al gran Pastor del rebaño a perseverar sobre las verdades eternas, invariables y nunca alteradas por la moda. Que “la verdad continua siendo verdad, incluso si pierde su voz”. Que la “mentira continua siendo mentira incluso si millares la profesan, o la quieren imponer”. Que la oración es una enorme energía purificante de reparación. Esa “sombra” engrandecida se hace luz y resplandece nítida la figura del gran cardenal Mindszenty”. El primado de Hungría, tuvo que lidiar con los Nazis y en su tiempo socorrer a más de doscientos mil judíos refugiados. El que tuvo la fe y valentía irrefrenable de reparar no solo los daños de las bombas sino velar por la restauración de la religión y las virtudes de la nación húngara. La silueta se disipa y a su lado aparece una mano que sostiene el cartapacio sagrado. Es la palma del Papa Pio XII que lo consagró Obispo. Todos sabemos que dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es de Cesar es una de las más conocidas lecciones de Nuestro Señor Jesucristo. Pero hombres y acciones como la del cardenal es lo que necesita el Mundo. No me deja de causar admiración y respeto el denuedo con que defienden las verdades los que están persuadidos. ¿Serán obstinados, tercos?, quizás. Pero enormemente admirables. Por eso en este sábado Santo a Tata Dios le digo: “Señor, no te adivino. Te conozco. Te entiendo. Te sé amigo y cercano. Cercano como un Hombre. El mar de mi poesía está pidiendo con su grito de luces, la vela de tu nombre. Hoy un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían. Protege a mi Patria. Preserva al Mundo. Guarda la Paz y el Amor.
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