Asi se manifestó la Virgen a Catalina aquel día en París, cuando se le aparece un pequeño ángel a medianoche:
Sor
Catalina vacila, teme ser notada de las otras novicias. Pero el niño
responde a su preocupación interior y le dice: “No temas, es casi
medianoche y todas duermen muy bien. Ven, yo te aguardo”. Vestida Sor
Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue. Por donde quiera
que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos
resplandores y a su paso todo quedaba iluminado. Al llegar a la puerta
de la capilla el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al
instante. Dice Catalina: “Mi sorpresa fue más completa cuando, al
entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que
me recordaba la Misa de medianoche”. El niño la llevó al presbiterio,
junto al sillón destinado al Director, donde solía predicar a las Hijas
de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie
todo el tiempo al lado derecho. La espera le pareció muy larga, ya que
con ansia deseaba ver a la Virgen.
Por
fin el niño le dijo: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”. Sor Catalina
oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado
de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de
extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, “fue a
sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del
Evangelio”. Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si
verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero
el niño le dijo: “Mira a la Virgen”.
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