De mi infancia guardo dulces recuerdos.
Vivía en un pueblo del interior del Chaco,
mi querido Quitilipi, calles de tierra, verano, viento Norte durante el día que
levantaba gran polvareda, no se distinguía a media cuadra y el sol y el polvo
pegaban duramente, 42 grados, llegada la tardecita el viento se convertía en
una brisa y el camión regador pasaba por las calles, el calor amainaba,
entonces podíamos salir a jugar, a visitar a una amiga, a pasear…
En el pueblo todos eran amigos, podíamos
estar en la vereda sin que se preocuparan nuestros padres los vecinos nos
cuidaban. En las puertas de calle no se usaba la llave ¿quien iba a entrar sin
permiso?
Como nosotros no teníamos familiares, yo me
apropié de unos tíos. La tía Sofía y su esposo el tío Aniceto, vivían pegados a
nuestra casa y no tenían hijos, les encantaba escuchar llamarse tíos, mi
hermana, menor que yo, también los adoptó.
Recuerdo los cumpleaños, en el patio, con
mesitas bajas y sillitas, tantos amigos para jugar, claro a veces le dábamos
dolor de cabeza a nuestros padres, peleábamos porque alguien hizo trampa o por
un juguete, pero la pelea era decir:
-tramposo,
- no, yo no hice trampa
. no
te quiero más, no me hables
A ninguno se le ocurría pegar o lastimar al
otro, solo eran gritos que los mayores buscaban apaciguar y hacernos comprender
que no estaba bien pelear.
No había internet, ni celular, ninguna de
las tecnologías actuales, que hacen que los chicos estén interesados en eso en
vez de jugar con sus amigos a la embopa, la escondida, la casita robada…
No existían establecimientos para estudiar
ingles o francés, podíamos jugar libremente. La única obligación a los 6 años
era ir a la escuela.
Las niñas jugábamos con la muñeca, a la
visita, a tomar el te…y los varones con un
piolín arrastraban una lata y era el camión, el auto o lo que ellos quisieran…
Ahora recuerdo que después de almorzar,
como hacía calor Esther, mi amiga y vecina y yo, pedíamos permiso para ir a la
heladería y comprar un helado, costaba 5, 10 o 20 centavos, uno de 50 ya era
demasiado grande, un día hicimos de las nuestras y bien caro nos costó, estaban
los que vendían unas masas o churros, grasientos y nunca nos dejaban comer eso,
entonces aprovechando el permiso para el helado nos hicimos de esos, para
nosotros tan apetecibles productos, pero…quedamos en el umbral de una puerta
comiéndolos, tardábamos mucho y fueron a buscarnos, nunca más un permiso para
el helado de siesta.
Luego llego la adolescencia, pero eso ya es
para otro capítulo.
Aída
Martha Castelan
Gracias por tu recuerdo y tu foto Aída. Por lo que leo en el Chaco o en la Capital nuestra niñez fue mas o menos la misma.
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