Ayer no había
podido ir a visitarlos. Estaban juntos como en la vida. El hueco de la
Esperanza los tenía juntos. Papá y mamá.
Pero hoy pensaba
especialmente en él. Era su aniversario. Porque ayer, que no había podido ir
(venir) a visitarlo, al menos lo homenajeó en plena Feria del Libro de su
ciudad plantada a orillas de la Laguna Setúbal, muy cerca de la confluencia de
los ríos Salado y Paraná. Feria librera anual donde presentaba su cuarto libro de
cuentos: El Emperador ha muerto; vaya título, y dedicándole el relato aquél,
“Adiós al amigo”, donde disfrutaba de un helado de vainilla frente a la
Costanera Este, el último día del verano. Su padre y el verano eran lo mismo o
la misma cosa.
Auto, nafta, Rocío
(hija) que llama. Necesita apoyo, y Teresita (esposa) se queda. Tiene que ir
solo. Auto limpio. Auto con olor a menta o, mejor, a jazmín. Solo. Visita a Lar
de Paz. Visita a su padre. (A su también, tierna y generosa madre). Pero hoy
era su día. El de papá. Alguien dirá, visitarás a los restos de tu (del) viejo,
muchacho. Pero es que si “donde hubo fuego, cenizas quedan”, que más propicio
tal aserto para el caso.
Calle Obispo
Gelabert y Crespo (el Obispo), Avda. Urquiza (el Federal), Calle Santiago del
Estero (Santiago apóstol), Calle Rivadavia (el Bernardino, invasor), enlace con
Aristóbulo, Aristóbulo del Valle (el Radical). Siempre hacia el norte. Desvío
por Aldao (Ricardo Aldao, el Gobernador) para empalmar luego con un giro y dos
cuadras antes, con Hernandarias: padre adoptivo y consentido, don Antonio
(confesión: no le gusta que le digan “don”, porque aún siendo español, le suena
ya como muy “feudal”; pero yo le explico que en estas tierras, el “don” es otra
cosa, es un apreciativo afectuoso, aquel (…) que denota tiernamente a una
persona mayor, sin decirle viejo, porque ”viejos son los trapos”)…
Comentario con él de los actos de Feria
Libro (y ausencia, imprevista por razones quizá políticas, quizás, de las dos
librerías más importantes de Santa Fe) y dos artículos periodísticos para
pasarle en limpio y remitir luego al vespertino local.
Luego,
despedida. El viejo lo llama “hijo”. Pero no es su padre. El verdadero está
allá. Y Más Allá. Toma Hernandarias y nuevamente Aristóbulo, cruce con Galicia
(ah, maravilloso paraíso de Santiago de Compostela), rumbo a la ruta de Altos
del Valle, camino a Monte Vera, ciudad. Desvío. Rotonda. El cielo celeste.
Luminoso. El verano sin nubes y con un sol arrasador. Rotonda. Doblar. Elegir. A
la derecha, Ángel Gallardo (El Irigoyenista y su localidad santafesina, del
Departamento La Capital, sobre Ruta Provincial 4). Rotonda. A la izquierda, Lar
de Paz. A 800 ms. A la izquierda. Un trecho que deja atrás una verdulería al
por mayor muy visitada. Luego, a la derecha. No hay izquierda sin derecha ni
derecha sin izquierda. El tránsito mueve autos y políticos.
Ahora sí: Lar de Paz. Arribo. Flores. No
hay flores. Hubiera deseado ofrecerle un ramo de fresias, clavelinas y
conejitos, sus flores preferidas en primavera. Pero no hay flores. Aunque sea
primavera. El mes de su nacimiento. Ayer, el día de su nacimiento. Y cuando se
fue, era verano. Era el estío. Diciembre. La pucha, tenía solo 62 años. Pero
una vida ruda y servicial atravesada por el cigarrillo y el alcohol. No había
tanta ciencia sicológica en aquellos tiempos. Y quién lo pensaría. Él,
preparador técnico de farmacia. Conocía de qué se trataba, y sin embargo... ¿No
se cuidó? ¿Podía hacerlo? El sueldo nunca alcanzaba. Y tres hijos lanzados a
carreras universitarias. Tiempos en que los viejos pensaban, soñaban con
“M´hijo, el Doctor”. Pero los nervios (el stress decimos ahora) del trabajo,
del sindicato, de la política y del comedor escolar de “la Arzeno”…
Diálogo con el vendedor. Sol luminoso.
Sobre marrón A4 con relatos breves para pa. Este se llama Pájaros. Cuenta del
amor de ambos por esa creación que recrea la vida y se junta con el horizonte
para ofrecérsela, alborada tras alboradas, al Autor de la vida. Le gusta llevar
a su humus los escritos que elabora. No todos. Algunos.
Hoy no hay flores. Ahhh, qué sorpresa,
muchacho. No hay flores. Su vendedor ha dado cerrada la venta. No importa,
fabricará un ramo con el olor a jazmín pegado a su cuerpo desde el habitáculo
de su auto limpio, recién lavado y lustrado, con olor a menta o, mejor, a
jazmín precisamente, recortando cada hoja de aquel otro relato dedicado llamado…
Pájaros. Y que también llevaba como espiritual regalo hasta su placa granítica
y grabada con su nombre en bronce.
No te pongas celosa mamá. Se parte y
comparte. Pájaros o la historia de un obrero de la construcción que, trabajando
en las alturas como tales, se cayó del andamio justo el día del cobro de su
quincena, y cuyo cuerpo nadie pudo encontrar; porque ellos, los gorriones de lo
Alto, como ángeles de Dios se lo habían llevado en celestial vuelo.
Ya está listo. El ramo. El ramo fabricado con
uno de los dos relatos que le había traído. El Niño del Mar se le quedó
apretado en uno de los entre brazos mientras hacía añicos las alas del llamado
Pájaros: ese cuento que sabría volar como las aves desde la tumba al Cielo. Un
ramo de flores pergeñado con ojos de cuento. Y cuerpo de tinta y papel. Con ese
olor agridulce a la savia del capuz de un árbol, de sus venas y de su sangre. De
su corteza.
Camina. Son apenas hasta… Solo veinte
metros desde el camino donde estacionara ya dentro del cementerio reverdecido.
El solar tiene nombre. Solar de los Recuerdos. Camina. No puede evitar un mareo
intentando llegar hasta el lugar donde… Alrededor, las tumbas sin flores pedían
las suyas… Se disculpó. No habría para todos. Y ahí están: mamá y papá. El
bronce reluce con aquel sol tibio atravesando de perfil los pinos que circundan
el camposanto. Sol de tardecita húmeda. Viva. Se detiene. Hola pa, hola ma.
Oraciones. El gesto adusto. Tiembla. Luego…
Y esparce como pétalos los retazos de las
hojas de papel recortado y entintado. Las esparce sobre la tumba doble. Mamá
también podrá leerlo. Sonríe. Todavía es un niño travieso. El que se cayó de un
árbol y se asomó a los dientes de la boca de la Muerte. Y supo que estaba vivo.
Todo cambió desde aquel día. Las travesuras también. Más controladas y supervisadas.
Ahora, de súbito, es como si se hubiera
nublado. Como si cayeran finas gotas de lluvia sobre el ramo de flores de papel
con olor a menta, o mejor a jazmín. Las fresias, clavelinas y conejitos,
habrían sido más vistosas. Pero… el jazmín. Qué profundo olor a alma pura. Reza
de nuevo. El olor a jazmín tiene un raro olor como a madera quemada, a
incienso, vaya a saber de dónde. Sigue rezando. Por su padre, un lejano setiembre
inaugurado a la existencia, y en diciembre, nacido a un Cielo redivivo.
Pero hoy no es diciembre. Es día 20 y de
setiembre. Brindo por ayer, dijo. Ayer hubiera cumplido los 89 como los que
tiene el Antonio, su amigo, el gran poeta y periodista andaluz. Y también por
su madre nacida en marzo y un enero cercano al mismo Cielo y rediviva, recostada
con él en el mismo reposo hondo y terráqueo.
Cuando se levanta, deja de ser niño. El
niño travieso. El niño del mar. El sol sigue suspendido en lo alto. Había sido
su alma la tarde nublada, y, la lluvia, el rocío de su llanto leve y aleteante.
Como el de un pájaro…
ADRIÁN N. ESCUDERO
Muy bonito Adrián. Relato triste y verdadero para todos los que perdimos a nuestro padre. Dios te bendiga y atenúe tu dolor. Abrazo Fuerte. Elsa Lorences
De: Adrián Néstor Escudero
ResponderEliminarEnviado: lunes, 11 de mayo de 2020 00:30
Para: Elsa Lorences
Asunto: SER AGRADECIDO - RE: VISITA A MI PADRE - RV: SALUDOS
Muchas gracias por esta agradable sorpresa, querida Elsa, ángel de Luz....
Un alegría inesperada del fin de semana. Puesto que di a conocer el cuento sin solicitud de publicación, me reconforta mucho tu apoyo generoso.
Fuerte abrazo en la Luz Crística, amiga-hermana. Y bajo el Manto de Mamá María - Adrián.-