Amó hasta que
brillaron sus huesos.
Fuego atravesado por
mismo fuego
y fuego abierto hacia
la vida.
Comía mendrugos de su
fatiga
y saciaba con lo
menos de poco
que compartía en su
pobreza.
Vigilia aguda que
afilaba
el borde inefable de
la hostia.
Ayuno ardiente, casi
trance,
ante el fulgor del
Santísimo.
Caído de bruces,
rodillas clamantes:
Getsemaní del
cottolengo.
Agotarse, fue su
Paraíso,
amanecer, tuvo por
tarea.
Su cansancio,
levitaba.
Bosco Ortega
Gracias Bosco por recordarnos que hoy es San Orione.
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