A SU NOMBRE
A la Fe.
En especial, a Hugo Mataloni, militante de verdades verdaderas, quien supo conseguirla y sostenerla. In memoriam…
“... Polvo eres, y en polvo te convertirás”.
La morbidez del escándalo lo arrebata. Lo arremolina en la concavidad
virulenta de un torbellino siniestro. Es
parte de cada uno de esos círculos que estrechan el bramido subterráneo de su
voz, agudizándola en un grito prolongado. Tan invisible y difuminada como su
misma presencia. Porque está muerto, y el fuego del horno lo ha volatilizado.
No existe más, no se lo ve ni puede tocárselo, excepto oler su olor ácido de
cenizas denigradas en el crematorio.
“Allí se va mi amigo”, dice. Y entrecierra los ojos, aún turbios por la
desesperanza indómita del llanto. Se va en el humo fétido que las chozas
caníbales del cementerio han destilado con sus huesos de madera carcomida y su
carne de durazno reseco.
Pero ha sido su extrema voluntad. La de ser incinerado a los veinte
años.
Después del cáncer asqueroso y torpe que oxidara su habilidad para el
amor y para el juego...
“Eras joven, joven amigo”, piensa. Eras... Y ese “eras” se muestra tan
lejano ya como el crepúsculo de estrellas habitando la noche, y, sin embargo,
tan muchacho, apenas ido.
No habrá un lugar para las flores.
Ha optado por el flamígero destino que aborta las nutrientes del agua.
Ni un vestigio siquiera... Ni del polvo de una tierra que clama a su herencia
despojada. Y él... (Siente infame la
burda competencia de las llamas ante el húmedo reclamo de la tumba no creada; y
el gemido de esa tierra no deja de asolarlo. En cierto modo, ha dejado consumir
al amigo en la cuba enrojecida, desechando inconsciente el milenario precepto
de los Biblos sagrados).
De hecho, ni un templo abierto al milagro de la multiplicación de los
llantos y los recuerdos; ese artilugio de la naturaleza que nos permite
sobrevivir a infortunio, y esperar más allá de los sentidos, y contra toda
esperanza, la liberación... Definitiva. Concluyente. Para dejar de ser partes y
ser partidos cada día del tiempo inventado para volvernos viejos. Y ser Todo en
todos. En Todo. Todo, en todos...
A
trescientos metros, el viento de Dios ha disuelto su olor.
“Ahora sí ya no queda nada de él”, medita. Ni
la agria esencia de su ser espantado por el fuego.
No obstante, se equivoca. Y no tarda en darse cuenta.
... Y camina. Apresurando el paso antes dudoso.
Claro; ha podido darse cuenta, y son ágiles, vivaces (felices) sus
movimientos. Siente la alegría del secreto revelado, del regalo a escondidas
recibido. Guardado en el pensamiento. Oculto pero asomado al dintel de sus ojos
enturbiados aún por las lágrimas. Y cada vez que mira hacia delante, entonces,
lo ve. Y sonríe (incapaz de lo irónico o de haberse inventado alguna excusa maravillosa
para atenuar el dolor del vacío humano hace segundos apenas experimentado).
Sonríe mientras piensa que nunca ha estado más junto a su amigo que en este
día, con su Nombre inolvidable sellándole la frente...
Que ya dos partes, pueden
hacer un Todo.-
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO
Hermosamente triste tu Micro Relato Adrián. Te felicito. Elsa.
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