EL NIÑO DEL COHETE[1]
Al Fundamento.
El
cohete se erguía agudo y gigantesco sobre la alta colina de aquella piedra
cósmica etérea.
Traslucía en su grandeza la potencia de una Idea sublime y portentosa. Una Idea
de lúcidos ardores como los tonos radiantes de un calidoscopio, de un arco
iris de júbilo. La onírica y, a la vez, elocuente transfiguración de un rayo de
sol, como un fulgurante languor del alba.
El
Universo gestaría un nuevo cuerpo.
Entonces el niño miró al cohete tras el grito
de su padre, señalándoselo. Y exclamó: “¡Oh”, pero deseó verlo más pequeño, no
tan grande; pequeño como él.
Papá
se turbó. Y explicó: “Es grande, porque la Idea es grande”.
Pero
el niño no entendía todavía.
Siendo así, lo llevó de la mano hasta el mesón circular (pues el círculo
es perfecto) que, a modo de altar yacía frente al trono, y le mostró la Idea
que giraba y giraba en su centro fundiendo una infinidad de aros brumosos y
reflexivos, semillas de vida y muerte programada.
Aisló
uno de esos aros con un dedo creador, y descifró con su aliento el contenido.
Decía: “El cohete será grande para
contener, recorrer, sondear y comprender los alcances de la Idea. Para andarla y
desandarla. Penetrar valles, desiertos, llanuras y montañas, ríos y cielos,
pájaros y bestias, plantas y peces. Porque tiene el poder de reproducirse por
sí misma”.
Después, depositó el aro viviente en el mesón, y agregó: “Escucha con
atención, hijo: no podremos conocer al Cuerpo
forjado por la Idea, si el cohete no
es lo suficientemente grande para ello. Faltaría combustible para llegar.
Potencia para vencer su gravedad de siglos. Equilibrio para abordarlo y morar
en él y en ellos, ungiéndolos hasta el fin de los tiempos. Y no habría sitio
para albergar a nuestros enviados junto a la nueva estirpe imaginada y creada.
Los alados guardianes, consecuentes peregrinos de otros soles, se hacinarían en
sutiles laberintos mientras el lento madurar del pensamiento los descubre
filosofar… Y a cada alma de ellos corresponderá un guardián; al
menos, hasta comprobar el resultado de la Idea en
ese punto”.
El
niño, en silencio, volvió a mirar el cohete, y vio crecer palmo a palmo el
vigor y estatura de sus cristales exteriores, hasta que una estrella floreció
en su nariz de fuego.
“Papá… -dijo-; ¿puedo también yo tomar un aro?”.
“Por
supuesto, amiguito; estamos no sólo conversando sino compartiendo”, acordó el
Rey.
Y el
pequeño dedo hurgó en el Mesón de la Idea.
Un
aro vibrante centelleó en el aire que sonrosaba el clima de la piedra cósmica y
etérea. El niño leyó: “El cohete será
pequeño asimismo, aunque grande, a fin de conocer realmente el fruto de la Idea; ya que la grandeza
significará soberbia para sus habitantes, y los insectos se allanarán al mundo
mejor que la estirpe imaginada y creada. La inmensidad exterior enajenará a
muchas miradas, y los condenará a divagar en las nubes de su circunferencia: lo
esencial permanecerá invisible a sus ojos, y muchos serán los llamados pero
pocos los elegidos… Para que esto suceda, el cohete será también pequeño”.
Papá
Rey se turbó nuevamente, y esta vez porque la Idea
que había tenido, parecía con facultades innatas para contradecirse en sus aros
reflexivos. Pero bien sabía que no era así. Sólo la superficial atención hacia
el abismo de sus contenidos y alcances, podía llegar a confundir los planos
intertextuales en que giraba la armonía de su hechura. La exacta medida
surgiría en cuanto se aclararan las fronteras del sistema elegido para el
análisis o rumbo que el diálogo aquel había tomado.
El
niño no tardó en definirlas: “Papá –opinó-, es probable que alguien tenga que
explicárselos; les costará entenderlo. Se trata de la primera estirpe semejante
a la nuestra a quien le ha sido infundido el don de la libertad. El cohete en
verdad será tan grande como tu Reino; mas no podrán habitar en Él si no le
muestras, de algún modo, el valor de lo pequeño. Y aún así, a causa del Otro, se cumplirá la Palabra del aro: muchos
serán llamados, pero pocos los elegidos…”.
Y
papá apartó por un momento la vista del cohete. Permaneció inmóvil un instante,
y, de súbito, se proyectó en su propio ser hacia el centro del mesón circular
donde giraban y giraban los aros brumosos y reflexivos…
Un
resplandor estalló en su seno, expandiendo la amplitud de los misterios y los
sueños, de la alegría y el dolor que cobijaría el nuevo Cuerpo.
El
niño quedó solo.
Tomó
sin embargo otro aro del mesón, y lo estudió con agudeza hasta descubrir el
sentido de su código y mensaje. Al cabo, lo reintegró a la danza estelar y
trazó en su pecho una Cruz.
Una
lágrima comenzó a humanizarlo.
En
ese lapso, su padre abandonó la turbulencia del mesón y se materializó junto a
él.
“Tenías razón, hijo mío. Y sabrás qué hacer; aunque hablarás en parábolas”, dijo. Y, abrazándolo con
fuerza, concluyó: “Ahora se ha hecho tarde y mamá te necesita. Ah, otra cosa:
cuando pilotees el cohete, se volverá tan pequeño como infinita tu grandeza
divina. Sufrirás, pero nunca te abandonaré. Vencerás sobre el Otro: lo prometo”.
Un
beso en la mejilla lo despidió feliz. Haría la Voluntad de su Padre.
Y
corrió y corrió… Porque antes del vuelo al siguiente planeta del Plan de
Redenciones contraídas, festejaría su partida…
Y,
con un poco de miedo y alabanzas al Padre que lo había comprometido, iría de
prisa en busca de su Madre para colgar estrellas y guirnaldas a la entrada del
cohete grande.-
Adrián Escudero
ooOOoo
Su versión original integra la primera
edición (gráfica) del Libro “Breve
Sinfonía y Otros Cuentos” – Colección de Realismo Mágico (Ediciones
Colmegna S.A. – Santa Fe, Argentina), Marzo de 1990, págs. 17/19; así como su versión E-Book
(Editorial Grupo de Escritores Argentinos – GEA), CABA (Argentina – 2018). Integra asimismo el Libro “Nostalgias del Futuro” - Antología Fantástica – Colección de
Ficción Conjetural y Metafísica. Inédito. La Botica del Autor (Santa Fe,
Argentina), 2005-2018. Fue publicado en Magazins gráficos y virtuales locales,
nacionales e internacionales.-
Querido Adrián. Una forma distinta de escribir que le hacía falta a este Blog. Mil bendiciones y gracias por compartir. Elsa.
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