sábado, 12 de octubre de 2019

CAPÍTULO V DEL LIBRO DE NÉSTOR BARBARITO: CONSUELEN, CONSUELEN A MI PUEBLO

CONTINUACIÓN DEL LIBRO DE
NÉSTOR BARBARITO
CONSUELEN CONSUELEN A MI PUEBLO
CAPITULO V

5 - UN CORAZÓN PEREGRINO


Escuchar a mi obispo predicar en la misa acerca de lo que él llamó "un corazón peregrino", me trajo el recuerdo de un hermanito al cual esa característica se la podría aplicar sin temor a equivocarme.

Decía aquel día el Cardenal Bergoglio (hoy Papa Francisco), en la catedral de Buenos Aires que no solamente los que recorren el mundo predicando, o hablan desde un púlpito llevan la palabra de Dios a sus hermanos. Que hay quienes, desde un rincón olvidado o un lugar insignificante para la sociedad, evangelizan por la fuerza que emana de su corazón desbordante de amor a Cristo.

En aquel mismo momento descubrí que la descripción coincidía con la de alguien que fuera importante en mi vida, y pensé que valdría la pena consignar por escrito el testimonio y ejemplo de aquel hombre. Para mí mismo como recordatorio, y para cualquiera que pudiera leer esto en el futuro. Se trataba de un enfermo del hospital donde yo servía como ministro del alivio, y lo visitaba regularmente: el recordado y querido Eduardo.

Era él un hombre de mediana edad, postrado por una enfermedad que no sólo le impedía andar, sino también mover sus miembros, al punto que tenían que darle de comer en la boca. Con gran gusto lo hice yo algunas veces, y él me lo agradecía siempre con una encantadora sonrisa. Padecía una parálisis progresiva que en poco tiempo iba, sin dudas, a acabar con su vida. Él lo sabía, aunque raramente hacía alusión a ello. Y aún entonces sin dejar de sonreír.

Era un convertido de grande -no con una conversión estrepitosa, sino serena, gradual, gozosa y en paz - que recibía la Eucaristía con un fervor y una alegría poco comunes, y era un apóstol increíble. Su condición de salud potenciaba, sin dudas, su acción pastoral, que no era, no podía ser, otra cosa (¡!) que su testimonio de fe y de aceptación de lo que Dios permitía que ocurriera en su persona. Esto, que se dice y escribe en un abrir y cerrar de ojos, es preciso vivirlo con plena convicción para poder manifestarlo con la vida, en circunstancias tan duras como las que vivía entonces Eduardo. Por esa época su esposa ya se había cansado de su papel de "Cirenea", y había dejado de acompañarlo. Solamente su madre y un hijo lo seguían visitando con frecuencia, y algunos amigos de vez en cuando.
  
A todos obsequiaba aquel hombre una mirada dulce y comprensiva, una sonrisa franca y amplia, y una palabra de aliento. Y cuando me hablaba de sus compañeros enfermos, refiriéndose a alguno que no compartía del todo nuestras convicciones y nuestro entusiasmo y amor por Jesús o que aún no participaba de los sacramentos, pero no se hallaba del todo lejos, solía decirme: «a este ya lo tenemos en la gatera». Quería decir, claro, que estaba cerca; “en camino de conversión”. Él cumplía el mandato de Jesús de anunciar su Nombre y la Buena Noticia, sin poder mover siquiera uno de sus miembros. Tal era su encanto y dulzura, que trasmitía su esperanza no sólo entre sus compañeros enfermos, sino también entre el personal del hospital que lo cuidaba con enorme afecto.

Creo que no podría encontrar un ejemplo más acabado de corazón peregrino, ya que, aunque sus pies se negaban a llevarlo a misionar; aunque su cuerpo sufría duros dolores y su corazón sangraba, herido por el olvido y el abandono, compartía la fe y el amor por Cristo desde su lecho de enfermo, y desde allí derramó sobre muchos – incluido yo -  la gracia de que Dios lo colmaba.

Hace ya varios años que aquel querido amigo fue recibido, —con trompetas de gozo, estoy seguro— en la casa del Padre, y yo espero y deseo que sea Eduardo, uno de los primeros en recibirme cuando el Señor decida llevarme a su Reino. Casi me atrevería a decir que sé que habrá de ser así. Será un motivo extra de alegría verlo bailotear contento sobre sus piernas sanísimas, y estrecharme fuertemente entre sus brazos otrora inertes.

Hoy, que estoy en una situación que podría asimilar a la suya, en cuanto que los achaques de la ancianidad me restan fuerzas y movilidad para brindarme hacia afuera, intento llegar con mis letras por lo menos a algunos, para animarlos a caminar tras las huellas de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (I Pe 2,9).
Y doy gracias al Señor por haber puesto en mi camino a Eduardo, ejemplo de vida por su paciencia, su esperanza y fervor apostólico. Él signó mi labor con los enfermos y -estoy seguro-, también mi vida para siempre.

Quiera el Espíritu de Dios darnos –a cada uno de los que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador-, la gracia de ser verdaderamente uno de aquellos discípulos de “corazón peregrino”, para que derramemos a nuestro alrededor ese amor que Él inspiró en nuestros corazones.

                                       CONTINUARÁ.

¡Qué hermoso recuerdo querido amigo! Es verdad, solo los que tenemos tantos dolores y, dando gracias a Dios, todavía podemos movernos un poco, comprendemos y nos llega al corazón tanto sufrimiento entregado al Señor desde una cama de hospital. No me cabe duda Néstor lo que tu dices de como te va a recibir. Yo pienso como tú que cuando partamos todo se nos arregla por obra del Señor y la Santísima Virgen que nos esperan. AMÉN.  Elsa Lorences de Llaneza.

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