CONTINUACIÓN DEL LIBRO DE
NÉSTOR BARBARITO
CONSUELEN CONSUELEN A MI PUEBLO
CAPITULO V
5 - UN CORAZÓN PEREGRINO
Escuchar
a mi obispo predicar en la misa acerca de lo que él llamó "un corazón
peregrino", me trajo el recuerdo de un hermanito al cual esa
característica se la podría aplicar sin temor a equivocarme.
Decía aquel día
el Cardenal Bergoglio (hoy Papa Francisco), en la catedral de Buenos Aires que
no solamente los que recorren el mundo predicando, o hablan desde un púlpito
llevan la palabra de Dios a sus hermanos. Que hay quienes, desde un rincón
olvidado o un lugar insignificante para la sociedad, evangelizan por la fuerza
que emana de su corazón desbordante de amor a Cristo.
En
aquel mismo momento descubrí que la descripción coincidía con la de alguien que
fuera importante en mi vida, y pensé que valdría la pena consignar por escrito
el testimonio y ejemplo de aquel hombre. Para mí mismo como recordatorio, y
para cualquiera que pudiera leer esto en el futuro. Se trataba de un enfermo
del hospital donde yo servía como ministro del alivio, y lo visitaba
regularmente: el recordado y querido Eduardo.
Era
él un hombre de mediana edad, postrado por una enfermedad que no sólo le
impedía andar, sino también mover sus miembros, al punto que tenían que darle
de comer en la boca. Con gran gusto lo hice yo algunas veces, y él me lo
agradecía siempre con una encantadora sonrisa. Padecía una parálisis progresiva
que en poco tiempo iba, sin dudas, a acabar con su vida. Él lo sabía, aunque
raramente hacía alusión a ello. Y aún entonces sin dejar de sonreír.
Era
un convertido de grande -no con una conversión estrepitosa, sino serena,
gradual, gozosa y en paz - que recibía la Eucaristía con un fervor y una
alegría poco comunes, y era un apóstol increíble. Su condición de salud
potenciaba, sin dudas, su acción pastoral, que no era, no podía ser, otra cosa
(¡!) que su testimonio de fe y de aceptación de lo que Dios permitía que
ocurriera en su persona. Esto, que se dice y escribe en un abrir y cerrar de
ojos, es preciso vivirlo con plena convicción para poder manifestarlo con la
vida, en circunstancias tan duras como las que vivía entonces Eduardo. Por esa
época su esposa ya se había cansado de su papel de "Cirenea", y había
dejado de acompañarlo. Solamente su madre y un hijo lo seguían visitando con
frecuencia, y algunos amigos de vez en cuando.
A
todos obsequiaba aquel hombre una mirada dulce y comprensiva, una sonrisa
franca y amplia, y una palabra de aliento. Y cuando me hablaba de sus
compañeros enfermos, refiriéndose a alguno que no compartía del todo nuestras
convicciones y nuestro entusiasmo y amor por Jesús o que aún no participaba de
los sacramentos, pero no se hallaba del todo lejos, solía decirme: «a este ya lo tenemos en la gatera».
Quería decir, claro, que estaba cerca; “en camino de conversión”. Él cumplía el
mandato de Jesús de anunciar su Nombre y la Buena Noticia, sin
poder mover siquiera uno de sus miembros. Tal era su encanto y dulzura, que
trasmitía su esperanza no sólo entre sus compañeros enfermos, sino también
entre el personal del hospital que lo cuidaba con enorme afecto.
Creo que no
podría encontrar un ejemplo más acabado de corazón peregrino, ya que, aunque
sus pies se negaban a llevarlo a misionar; aunque su cuerpo sufría duros
dolores y su corazón sangraba, herido por el olvido y el abandono, compartía la
fe y el amor por Cristo desde su lecho de enfermo, y desde allí derramó sobre
muchos – incluido yo - la gracia de que
Dios lo colmaba.
Hace ya varios años que aquel querido amigo fue
recibido, —con trompetas de gozo, estoy seguro— en la casa del Padre, y yo
espero y deseo que sea Eduardo, uno de los primeros en recibirme cuando el
Señor decida llevarme a su Reino. Casi me atrevería a decir que sé que habrá de
ser así. Será un motivo extra de alegría verlo bailotear contento sobre sus
piernas sanísimas, y estrecharme fuertemente entre sus brazos otrora inertes.
Hoy, que estoy en una situación
que podría asimilar a la suya, en cuanto que los achaques de la ancianidad me
restan fuerzas y movilidad para brindarme hacia afuera, intento llegar con mis
letras por lo menos a algunos, para animarlos a caminar tras las huellas de
Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (I Pe 2,9).
Y doy gracias al Señor por haber
puesto en mi camino a Eduardo, ejemplo de vida por su paciencia, su esperanza y
fervor apostólico. Él signó mi labor con los enfermos y -estoy seguro-, también
mi vida para siempre.
Quiera el Espíritu de Dios darnos
–a cada uno de los que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador-, la gracia
de ser verdaderamente uno de aquellos discípulos de “corazón peregrino”, para
que derramemos a nuestro alrededor ese amor que Él inspiró en nuestros
corazones.
CONTINUARÁ.
¡Qué hermoso recuerdo querido amigo! Es verdad, solo los que tenemos tantos dolores y, dando gracias a Dios, todavía podemos movernos un poco, comprendemos y nos llega al corazón tanto sufrimiento entregado al Señor desde una cama de hospital. No me cabe duda Néstor lo que tu dices de como te va a recibir. Yo pienso como tú que cuando partamos todo se nos arregla por obra del Señor y la Santísima Virgen que nos esperan. AMÉN. Elsa Lorences de Llaneza.
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