« A
la Virgen le encantaba ofrecerse a sí misma: al Dios de sus Padres,
tanto y mejor de lo que las santas mujeres de las Escrituras habían
hecho antes que ella: Sara, Rebeca, Judit, Ester, Ruth.
Como los autores de los Salmos, de quienes hizo su constante oración...
Pero
se ve atrapada en un matrimonio que probablemente no quería, en el que
ve la voluntad del Señor, aunque incoherente con su plan original.
Pero
Dios no se puede contradecir, ella se deja atrapar en la confianza de
alguna salida. Como lo hará después Santa Cecilia, tan admirada en esto
por Santa Teresita de Lisieux, virgen resuelta, aceptando sin temor a
ser esposada.
Todo se arreglará después para María, de hecho, con el acuerdo de su prometido, quien a su vez, se había ofrecido en plenitud al mismo Dios de Israel.
Fue
una gran sorpresa para él oír de sus labios que a quien le habían dado
como prometida, o que él eligió, ya estaba "comprometida".
¡Y se dejó atrapar!
Pero
todo apenas comenzaba, pues, además, estaba embarazada! De nuevo, Dios
le proporcionará una solución... ¡pero qué difícil fue!
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