[…] IV – Sepamos retribuir sin medidas
Lamentablemente,
muchas veces no evaluamos con profundidad todos los beneficios recibidos en
este sacral convivio con la Eucaristía en la cual nuestro Divino Redentor está
realmente presente como cuando transformó el agua en vino en las bodas de Caná,
o cuando resucitó a Lázaro, o cuando expulsó los mercaderes del Templo. ¿Qué no
daríamos para presenciar un único milagro de Jesús u oír alguno de sus sermones?
¿O recibir una sola mirada de Él? Cuando lleguemos al Cielo, si Dios nos
concede esa gracia suprema, comprenderemos que un instante de adoración eucarística
compensa mil años de sacrificios en la Tierra.
Mientras tanto,
tenemos hoy a Jesús-Hostia en los sagrarios siempre a nuestra disposición; a
cualquier momento Él nos está aguardando con insignes gracias, deseoso de
recibir nuestra pobre visita. Si en la Encarnación Dios quiso unirse a la más
pura de las criaturas, en la Santa Comunión Él celebra sus bodas con cada
persona en particular, en una unión si comparación. “El alma de tal modo se une
a Jesucristo, que pierde por así decir, su propio ser y deja vivir tan
solamente a Jesús en ella”. [22] Se pierde en Nuestro Señor Jesucristo como una
gota de agua en el océano. Y la correspondencia de nuestro amor hará más
perfecta y profunda esa unión.
Pidamos a Jesús
sacramentado, en esta fiesta de la Eucaristía, un amor íntegro y una entrega
total a Él, única restitución digna de todo aquello que recibimos de Él. Y
transbordaremos de alegría y de entusiasmo por ser tan amados individualmente
por un Dios que ya en esta vida es nuestra “recompensa demasiadamente grande” (Gn
15, 1).
[22] SÃO PEDRO
JULIÃO EYMARD, A divina Eucaristia. São Paulo: Loyola, 2002, v.II p.126.
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