ESA NOSTALGIA DE DIOS
Hoy creo entender que esta nostalgia que
siento, es en realidad una forma velada de la esperanza.
Se me ocurre que son las huellas digitales
que dejaron en mi alma los dedos de Dios
cuando la amasó con sus manos.
Porque no fuimos hechos en serie. A cada uno nos soñó con corazón de Padre, nos
pensó largamente, y al fin nos amasó con amor y manos de Madre.
Así,
alguna vez soñó a Julián, y soñó que de él nacería Néstor, y Juan Pablo
después, y… A cada uno lo soñó distinto, con un rostro, un espíritu y un
temperamento propio y particular. Y sin embargo a todos los pensó con una pizca
de Sí mismo; pintando en ellos a grandes pinceladas la imagen de su Hijo.
Por eso cuando le hago concesiones al
“hombre viejo”, no puedo pensar que
“trasgredo las leyes del Juez justo”, sino que lo defraudo a Él; a mi Padre. Que
traiciono el amor y la ilusión con que me creó para que yo fuera su hijo en
Cristo. Su hijo, no un siervo. Heredero de su Reino y depositario de su amor. Y
ni qué decir de la defraudación al amor del propio Cristo, y al dolor que vivió
para que a mí me crecieran alas.
Cuando hablo de nostalgia quiero decir
esperanza; deseo confiado del destino final prometido, y anhelo ardiente y vivo
del reencuentro a pesar de mis debilidades y fracasos. Es decir: a pesar de mí.
Porque Él soñó que un día yo entraría en posesión de mi herencia, y estoy
seguro que al fin se las compondrá para hacerme
digno de ella. No me dará la espalda cuando me presente a recibirla; a
ocupar mi lugar en su Reino.
Hay una noticia sin duda dormida en
nuestros genes desde siempre, que nos da cuenta de lo que hemos dejado y nos
espera; de que procedemos de las profundidades del corazón de Dios y estamos
destinados a volver al Hogar natal; a la Vida verdadera. De otro modo creo que
no sería posible amar tanto la vida,
ésta vida, esta familia y esta morada terrenal, y al mismo tiempo sentirse un desterrado, ansiar
otro Hogar, otra Vida.
La promesa de Jesús despierta al alma de su
modorra: «Volveré, y los llevaré junto a
mí, para que donde yo esté, estén también ustedes»(Jn
14, 3)
Sin embargo y a decir verdad, porque el
Espíritu me habita, sé que YA estoy en Casa, buscando el lugar que me ha sido
asignado en su mesa. Sin duda será en el último rinconcito, pero la
misericordia de Dios, sin mérito alguno de mi parte, me ofreció un lugar en
ella. Los méritos son todos de mi Hermano Jesús.
Lo único que habrá de cambiar luego es que
entonces lo veré cara a cara y ya no habrá dudas ni temor. Por ahora lo conozco
a través de sus obras, que son signos. Por eso amo el mundo y todo lo creado:
el pájaro, el árbol, la flor; amo el río
y el cielo que me bañaron de niño, y sobre todo amo a mi esposa, mis hijos y
mis nietos. Amo a mis amigos y amo a todo hombre, que es mi hermano. Y a pesar
de ello…la nostalgia. Como de un bien perdido; como de un tesoro extraviado; algo
muy valioso que alguna vez hubiera sido mío y hoy no tengo.
Siento en lo profundo de mi corazón, como
si este mundo en el que me muevo fuera
una familia amable y amada, pero que
sólo estuviera preparándome para la otra; la definitiva, la que Dios pensó para
mí; para que me rodee y contenga por toda la eternidad. Y la echo de menos,
extraño y ansío, como si la conociera desde siempre. Por eso me permito pensar
que ha de ser la misma pero “distinta”.
La misma, porque sus personajes me son ya
conocidos y amados, aunque acrecentada enormemente. Creo que sí la conozco, y ella se va
reuniendo de a poco en la Casa del Padre, y me espera. Aquí los tuve de a uno
en el tiempo. Allí los disfrutaré a todos juntos para la eternidad, pero “contagiados” de la
perfección de Dios y compartiendo su gloria con todos los demás hombres y
mujeres que amaron a Dios y sobre todo con aquellos a los que Él amó.
Néstor Barbarito
Querido amigo: Una bella Reflexión que me hizo meditar mucho. Pienso lo mismo que tú y.... espero. Mil gracias por compartir esta hermosura. Elsa
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