Llegando al día de su
fiesta recordemos a este hombre de Dios
Mucha gente considera
al Padre Pío, a San Pío de Pietrelcina, como el más grande santo de nuestros
tiempos. Difícil de saber si es él, u otra de las tantas almas santas que Dios
nos ha regalado, pero sin dudas que Pío fue un gran tesoro surgido del Corazón
de Dios. Sus estigmas, los milagros que se contaron de a millares, la capacidad
de leer las almas de quienes se confesaban, su don de bilocación que lo
colocaba a miles de kilómetros de distancia de su convento sin que él se mueva
un metro de su celda de capuchino. Todo ello hizo que las almas desfilaran a
visitarlo por décadas, de a millares.
El día en que se lo
proclamó santo se reunió una de las mayores multitudes que jamás se congregara
en la Plaza de San Pedro. Gente de todo el mundo venera a San Pío en los
altares, como Dios quiso que sea. Leer la historia del Padre Pío reconforta el
alma, historia de prodigios, de fe, de fortaleza inexpugnable en la esperanza.
El Padre Pio es uno
de los más grandes tesoros que Jesús ha dado a nuestra Iglesia, para que en él
aprendamos a amar a Jesús en la Eucaristía, para que en él comprendamos la
importancia del Sacramento de la Reconciliación, para que en él veamos el amor
de Dios derramarse sobre nosotros. Pocas devociones son tan fructíferas al alma
como la que suscita el conocimiento del Padre Pio. Por medio de él Dios nos
enseña a conocerlo, y conociéndolo, a amarlo.
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