Era un ángel blanco sobre de esta tierra
y marco su camino entre la miseria,
tocó al desvalido, tal como si fuera
el más poderoso señor de la hacienda.
Supo dar su mano a cada indigente
y poso sus manos sobre de su frente,
venció a la ignominia que junto del hambre,
dominaba al mundo ¡Producto del hombre!
Una monja blanca, silueta encorvada,
mujer sin edad que no pedía nada,
tan solo ella daba, y siempre tenía
el consuelo franco, o tal vez la caricia.
Nunca sus erarios fueron abundantes,
Mas poco importaba pues Dios preveía,
y cada moneda que ella tenía,
destinada iba a remediar males.
Calcuta su templo, Teresa de nombre
llevó el ángel bueno, con su paz silente
recorría al mundo, siendo faro amado
para el indigente y toda su gente.
Y así se dio un día, Teresa partió,
el cuerpo no pudo más con la misión,
y hoy en los cielos, junto al creador,
ella va cuidando su grupo, sus niños
A sus indigentes, los que nada tienen,
Los que nadie nunca jamás les dio amor.
Y un grupo de hermanas lloraron su muerte
Junto con los hombres de buen corazón.
Y se siente su ausencia con un gran dolor,
los ángeles buenos viven en el cielo,
y tan solo hay momentos en que el Dios
eterno,
nos da de su luz, y su gran amor.
¿Sabías que era buena?
Era el manto blanco y la mirada eterna
de Jesús maestro, ¡Del Dios redentor!
EDUARDO MARTÍNEZ ZENDEJAS.
Amén Eduardo, Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario