MAMÁ ANTULA
UNA SANTA PARA EL BICENTENARIO
BEATIFICACIÓN 27 DE AGOSTO DE 2016
MARÍA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA
La “Beata” de los Ejercicios
María Antonia,
“mujer insigne, gloria de nuestra patria y ornamento de la iglesia argentina”
(Ezcurra), nació en el año 1730, en la pequeña población de Silípica (Santiago
del Estero, Argentina), hija de Francisco Solano de Paz y Figueroa y Andrea
Figueroa.
Recibió buena y
sólida instrucción: lectura, escritura, matemática, catequesis, vidas de los
Santos, trabajos domésticos, manualidades femeninas, etc. Todos los testimonios
destacan que María Antonia tenía rasgos de gran hermosura. Fue dotada de
inteligencia viva y penetrante, de una voluntad tenaz y emprendedora, de
corazón abierto y bondadoso, de hondo sentido de responsabilidad, de gran
capacidad para comprender el alma popular y sus necesidades reales. Estas
prendas físicas, morales e intelectuales formaban un conjunto armonioso y
fascinante, que irradiaba simpatía y encanto.
La Compañía de
Jesús tenía, en la ciudad de Santiago del Estero, casa e iglesia, regenteaba un
colegio, dirigía los Ejercicios Espirituales, predicaba misiones populares,
cultivaba las inteligencias, educaba voluntades y formaba apóstoles. Alrededor
de los jesuitas, se había formado un grupo de mujeres que buscaban su dirección
espiritual y colaboraban en la obra más genuina y valiosa de la Compañía: Los
Ejercicios. A este grupo pertenecía María Antonia que luego de una sólida
preparación, se convirtió en beata (o laica consagrada), consagrando su
virginidad al Señor con voto privado.
Alrededor de ella, y cautivadas por su carisma, se juntaron racimos de
doncellas y algunas viudas que dieron lugar a un beaterio, nombre con que se
bautizaba a la casa donde vivían las consagradas que, con sus trabajos y
sacrificios, sostenían la casa de Ejercicios. En el año 1767, por orden del rey
Carlos III, se expulsan de Buenos Aires a los jesuitas. La noticia de esta
expulsión cayó como una mortaja sobre todo el país, en particular en la ciudad
de Santiago. María Antonia no podía resignarse a tanto dolor y se interrogaba
si no se podía hacer algo por tanta gente afligida. Hasta que una voz interior
le susurró: “¿No podrías continuar tú la obra de los Ejercicios?”. Encandilada
por la inspiración de lo alto, María Antonia confió sus locuras al Padre Diego,
mercedario, hombre de saber y celo, quien no solo la apoyó sino que también
ofreció su colaboración, en la que el Padre brindaría sus servicios
ministeriales, y ella toda la infraestructura organizativa y material:
alojamientos y provisiones. La beata solicitó y acomodó una casa espaciosa, y
comenzó la labor lenta y capilar de convocar gente a los Ejercicios. Esa fue la
chispa inicial de una inmensa obra. Muy pronto, María Antonia, se sintió
dichosamente desbordada por el éxito, y sus ojos se abrieron, en un primer
momento, al campo santiagueño y después a toda la región de Tucumán,
solicitando previamente el debido permiso a Juan Manuel Moscoso y Peralta,
obispo de la región. Antes de otorgarle un amplio crédito de confianza, parece
que el prelado le pidió que organizara una tanda y los éxitos fueron tan
notables, que el obispo, valorando las grandes ventajas y fines de los
Ejercicios, la favoreció en todo y la recomendó a los párrocos de su jurisdicción.
La sierva de Dios
se dirigió entonces desde Jujuy a Salta y de ahí a San Miguel de Tucumán, desde
donde se encaminó a Catamarca y a la Rioja y finalmente recaló en Córdoba,
después de haber recorrido más de dos
mil kilómetros a pie. Ella misma decía que: “En el Tucumán, había dado 60
tandas de Ejercicios”.
María Antonia,
conquistó Córdoba con su humildad, con su laboriosidad enarbolando los
Ejercicios, con su fervor religioso y con su vida. Las principales familias la
acogieron como una enviada del Señor y le abrieron las puertas de sus casonas
para que organizara tandas de Ejercicios. Entre los beneficios más
significativos de éstos, se encontraban las conversiones y la igualación de las
clases sociales. Hacia principios de
septiembre del año 1779, siguiendo su itinerario misionero al servicio
de los Ejercicios, María Antonia y su grupo de beatas, emprendieron a pie, el
viaje hacia Buenos Aires, que las recibe con burlas y desprecios al verlas
cubiertas de polvo y extenuadas por la fatiga. La beata, se presentó al obispo
de la época, el franciscano Sebastián Malvar y Pinto, para solicitar el permiso
de organizar Ejercicios, pero inicialmente halló poca o ninguna aceptación.
Cuatro años después, el mismo Obispo, en una carta al Papa, describió las
vicisitudes soportadas por la sierva de Dios, su paciencia y serenidad, la
concesión del permiso y los inmensos beneficios que se lograron. María Antonia
se entregó, con su fuego interno, a promover los Ejercicios. Comenzó con una
casa prestada y más adelante, alquiló sucesivamente varios locales. Al final se
lanzó con una construcción nueva y amplia, totalmente dedicada a la obra de los
mismos, que todavía funciona y es la Santa Casa de Ejercicios, situada en
Avenida Independencia 1190 esquina Salta. Durante los veinte años de la
presencia de la beata en Buenos Aires, entraron en Ejercicios más de cien mil
personas.
María Antonia,
serena y santamente, se durmió en el Señor el 7 de marzo de 1799. Como había
pedido en su testamente, su entierro fue de limosna. La beata, que manejaba
anualmente cientos de miles de pesos para mantener a los ejercitantes, en su
desprendimiento radical, no había guardado ni un centavo para su entierro. Ella
edificó esta ciudad con su vida ejemplar y la santificó con su celo
extraordinario. Fue una mujer fecunda en santidad y obras buenas para sí y para
todos los ejercitantes.
Elsa Lorences de Llaneza
Publicado en la Liturgia Cotidiana de Editorial San Pablo Capital.
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