UN CANTO A MI MADRE
A
vos te canto, purísima Madre mía.
Madre en el
dolor y en la alegría.
A vos, que
supiste del gozo
-infinito en intensidad,
y tan breve
y fugitivo-
de llevar en
tu vientre
a Aquél a
quien los cielos
y la tierra
esperaban
desde
comienzos del tiempo.
A vos, Madre querida,
a quien Dios
por siglos soñara
y por siglos preparó
con esmero
cuidadoso y desvelado,
para la
dulce y singular tarea
de ser el
cofre que guardara,
de toda la
creación
el Fruto más
preciado.
A vos Madre, en cuyo vientre,
desde el día
en que el ángel te anunciara
la
felicísima noticia de tu suerte,
de tu carne
y de tu sangre
comenzó a tomar su carne el Dios viviente.
Pero no sólo en tu vientre.
el Verbo se
hizo carne.
En tu
hermoso corazón fue su Presencia
no menos
real y verdadera.
A vos, Mamita,
que acunaste en tu regazo,
acariciaste las mejillas
y besaste
los cabellos
al Hijo de
David, el Rey de reyes,
mientras lo
amamantabas en tus pechos;
Aquél por
quien toda la creación suspiraba.
El Sol de la
justicia que de vos naciera
para
iluminar a los que vivían en tinieblas;
a los que
yacerían en sombras
hasta el día
feliz en que Él los alumbrara.
A vos, que supiste creer
y esperar;
que amaste y
sufriste con ardiente corazón,
tan puro y
delicado como tierno y vulnerable.
A Vos, que fuiste la herencia
que Jesús nos legó, ¡preciado Don!;
a quién tus hijos llamamos con
justicia y verdad
Madre de
Dios y de los hombres,
y tu Hijo y
tu Dios coronó
Reina y
Señora de la entera creación...
A vos, Mamita,
quiero
contarte en mi canto,
del gozo y
la alegría de saberme tu hijo;
que por pura
gratuidad me concediste
en tu
corazón purísimo y amado
un lugar
pequeño, pero no lejano
al que por
derecho propio,
en él ocupa
el Primogénito
de entre
todos tus hijos;
el Hermano
mayor, el Esperado.
A vos, a quien Él
hizo el encargo
de ser de
sus hijos en horas felices
mamá y
compañera;
pilar y
sostén en los días amargos,
te ruego que
no quites tus ojos
de la huella
por la que vengo andando,
para que
ellos alumbren mi camino.
Que me guardes, Madre
dulcísima,
de todo
tropiezo o extravío;
de cualquier
error o desatino.
Y por sobre todo,
Madre,
no permitas
que el desaliento me abata
o me hunda
en la tristeza.
Que no se
apague en mí
el fuego del
testigo
ni la
radiante luz de la esperanza.
A Vos, Madre del alma,
A Vos te
pido.
Néstor Barbarito
Amén Néstor, Amén. Gracias.
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