MARÍA, LA DE LAS ALAS DE ÁGUILA
«Y apareció en el cielo un gran signo:
una Mujer revestida del sol, con la
luna bajo sus pies
y una corona de doce estrellas en su
cabeza».
(Apoc 12,1)
Las visiones de San Juan en el
Apocalipsis, dicen poco más adelante del
párrafo del epígrafe, que después de que ella dio a luz a su Hijo, el Dragón
se lanzó en persecución de la Mujer, pero ella recibió «las dos alas del águila grande, para volar
lejos de la serpiente» (Apoc 12, 14).
Leyendo íntegramente el capítulo 12 del
Apocalipsis, creo entender algo más
sobre el papel que la Santísima Virgen juega en la economía de la salvación.
Sobre todo acerca de por qué las generaciones inmediatas a Jesús no la tuvieron
más presente en el culto, y su veneración en cambio fue creciendo luego hasta
adquirir las dimensiones que hoy tiene en la Iglesia Universal.
Creo que si Ella hubiera quedado en medio de la
“escena” al comienzo de la evangelización, tiempo de desconfianzas, confusión y
herejías hacia todos lados, quizás
hubiese sido “alcanzada por la serpiente” y utilizada para confundir al pueblo
que poco a poco y trabajosamente iba distinguiendo el trigo de en medio de la
cizaña, y aceptando en su corazón la Buena Noticia.
“La Bestia;
la Serpiente
o el Dragón”, según las distintas traducciones, son sinónimos usados por el
profeta para referirse a Satanás. En su momento se referían al poder político
de Roma, que perseguía a los cristianos, y también a las religiones paganas que
amenazaban contaminar y confundir a los seguidores de la fe naciente, y aun
quizás la referencia abarcara a los mismos judíos fundamentalistas, que
intentaban frenar la expansión del cristianismo, la nueva “herejía”, poniendo
trabas y urdiendo engaños y calumnias
En cambio luego, cuando, gracias a la machacona
predicación de los Apóstoles y sus primeros sucesores, sellada en incontables
oportunidades con la rúbrica de la sangre del martirio, las comunidades fueron
entendiendo con mayor claridad quién era quién en la obra de la Redención, y la presencia de la Virgen fue creciendo en la
piedad popular y en el culto oficial de la Iglesia. El conocimiento de su papel
en la vida de Jesús y en su obra de
salvación se fue desvelando de a poco, y al fin
pudo ser conocido y evaluado en su justo término sin incurrir en graves
desviaciones.
«Dios le había preparado un refugio» (Apoc 12,6) para sustraerla a las acechanzas de
“la Serpiente”, «mientras ella, enfurecida, se iba a luchar contra el resto de su descendencia, que son
los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús» (Apoc 12,17) (versículo éste que me confirma
una vez más que “La Mujer” es nuestra Madre).
Pero ahora, que la Iglesia ya tiene su fundamento firme gracias a la
acción del Espíritu, que apuntaló la firmeza de sus mártires, y consolidó la fe
y la perseverancia de sus confesores,
“María ha vuelto del desierto”, y participa
activamente en la defensa de sus hijos que son tentados y combatidos por
“El gran Seductor”.
Ahora puede Ella cumplir cabalmente la tarea para la que
Dios la destinó. Después de cuidar y criar amorosamente a su Unigénito, el
Señor le encomendó la misión de irradiar
y hacer amar su Nombre, y a nosotros, que también somos hijos suyos en
Cristo, recordarnos hasta el final de los tiempos: «Hagan todo lo que Él les diga» (cf. Jn 1,5)
.
Sin embargo, el riesgo de que el Seductor
confunda a los hombres, sigue existiendo, y por eso nos es imperioso perseverar
en la difusión de la sana doctrina, la
catequesis, o al menos la transmisión del kerigma, ya que siempre hay hermanos
poco esclarecidos que pueden caer en la trampa, y muchos otros que coquetean
con el error o la superstición.
Y creo que en esto hay que respetar una regla
de oro: “Si la devoción a María te retiene sólo en ella, desconfiá.
Probablemente no es de Dios”. No existe un catolicismo ‘mariocéntrico’. Si, en
cambio, además de ofrecerte su amor y protección, te arrima a Jesús —sobre todo
a su palabra y a la eucaristía— esa es, sin dudas, una acción del Espíritu.
Ella está cumpliendo el rol de
“Cristófora”, esto es: portadora de Cristo. Esa es la misión que Dios le
confió.
María no fue jamás despojada de “las alas de la
gran águila” ni lo será ya por la eternidad. Es por eso que puede ir y venir
entre sus hijos y el trono de Dios y ayudarnos a hacerlo también, protegiendo así a los que confiamos en su
Corazón Inmaculado.
Por eso me da gusto y alegría llamarla
MARÍA, LA DE LAS ALAS DE ÁGUILA.
Néstor Barbarito
Mil gracias Néstor. Muy bueno. ¡Se escribe tan poco sobre María! Que el Señor te bendiga.
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