Un buen día,
Sileno un seguidor de Dioniso, el dios griego de las
Fiestas y del Vino , llego al palacio del rey Midas. Este era
muy ambicioso y amaba las riquezas, pensó que si trataba bien a
Sileno, el dios Dioniso se lo agradecería.
Midas
ofreció a Sileno las mejores habitaciones, le regaló sus
vestidos más bonitos y organizó grandes banquetes para él. Y
Dionisio quiso premiar a Midas por el trato que había
dado a Sileno.
-Cualquier deseo
que pidas te será concedido – le dijo.
-Quiero que todo
lo que toque se convierta en oro, -contesto Midas sin dudarlo.
Cuando Dionisio
desapareció, el rey Midas quiso probar la eficacia de su don.
Agarró una piedra y esta se volvió de oro. Tocó una mosca con un
dedo y también se hizo de oro. Se lavó la cara en la fuente y el
agua también quedó convertida el oro.
El rey Midas
se sentía feliz y pidió que le trajeran toda clase de objetos para
convertirlos en oro. Le llevaron flores, hojas, leña, jarrones,
sillas, mesas y muchas otras cosas más. Todo de convertía en oro
cuando el rey lo tocaba. Pero cuando Midas quiso comer, no
pudo. Los alimentos también se convertían en oro. Hambriento y
desesperado, empezó a dar manotazos a todos los muebles y personas
que encontraba a su paso, y muy pronto, todo lo que había en el
palacio se había convertido en oro. Y Midas, se vio rodeado
de oro, pero se encontró más solo y más pobre que nunca.
Extraído de http://muchoscuentos.jimdo.com/
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