A
medida que los hombres llegaban al cielo, se les preguntaba qué querían hacer o
a qué se querían dedicar.
Eso
mismo, hicieron con Felipe, que eligió ser el encargado de ceremonial en los
banquetes celestiales que se ofrecían todos los días. Felipe había sido un
hombre muy ordenado durante su vida, y ésa fue la causa que le hizo creer que
ése era un muy buen trabajo para él y que lo desarrollaría a la perfección.
Pensó
que le bastarían unas pocas indicaciones para poder desempeñarse bien, porque
aprendía cualquier labor con facilidad. Después de acomodarse en una nube que
iba a ser su casa, con vista a la plaza principal, se dirigió al gran salón
para comenzar con la distribución de los lugares. Pero, al llegar, no encontró
a nadie, el recinto estaba vacío.
Al
encontrarse solo, se preguntó: ¿cómo puede ser que no estén preparando las
cosas, si ya faltan pocas horas para la cena?
Entonces,
fue hasta un edificio que parecía ser una especie de oficina. Entró y vio a una
señorita sentada detrás de un escritorio.
-Buenas
tardes, yo soy Felipe Barvientos, el nuevo encargado de ceremonial. Necesito saber
dónde está la lista de invitados para disponer los lugares.
La
señorita abrió los ojos y la boca, y no contestó nada. Felipe, entonces,
explicó nuevamente qué necesitaba. Ella extrajo una larga lista del cajón del
escritorio y se la dio, sin cambiar la expresión de asombro que tenía en su
cara.
Felipe
volvió al salón, se sentó en una mesa y empezó a examinar la lista.
Después
consiguió una caja de tarjetas en blanco para escribir los nombres de los
invitados y las colocó delante de los platos.
Pocos
minutos antes de la hora señalada para empezar, apareció un hombre que se quedó
parado en la puerta mirando a Felipe.
-Si
quiere, en vez de quedarse ahí como una estatua, pase y ayúdeme a colocar los
carteles.
-¿Qué
carteles?-preguntó el hombre tímidamente y sorprendido por la invitación que le
hacía Felipe.
-Los
carteles, ¡bah!, las tarjetas con los nombres para que cada uno sepa dónde
sentarse. De paso, como usted, seguramente, conoce más que yo a las personas
que viven acá, me sabrá decir si el orden que establecí es correcto.
El
hombre se puso a caminar entre las mesa leyendo los nombres y, de vez en
cuando, miraba a Felipe de reojo. Cuando terminó de revisar todas las mesas, se
le acercó y le preguntó:
-¿Con
qué criterio ordenó las tarjetas?
-Por orden de importancia. ¿no
ve que en la cabecera está Jesús, a su lado, su madre, después los discípulos,
los mártires, los santos…?
-Alto,
alto. ¿Quién le dijo que ése el orden que usamos acá? Desde hace muchísimos
años, todos los días nos reunimos para comer juntos y nunca tuvimos necesidad
de carteles para organizar las mesas. Acá, en el cielo, cada uno se sienta a
medida que llega y con el que le toca, toca…
-Pero…
¿Jesús no se sienta en la cabecera? ¿El lugar más importante no está reservado
para él?
-Sí,
por supuesto, él siempre se sienta en el lugar más importante.
-¿Ah,
sí? ¿Y cuál es el más importante?
-¡Justamente!
Donde se sienta Jesús es el lugar más importante; no interesa si es en la
cabecera de la mesa o en uno de los costados.
El,
cada día, se ubica en sitios diferentes. Aunque, le cuento, la verdad, para ser
sincero, a todos nos parece que se sienta a nuestro lado.
Esa
misma noche, Felipe, comprobó que era cierto. En el cielo, no hacían falta
carteles, y cada uno sentía que Jesús estaba a su lado.
Mil gracias Aída Martha Castelán. Hermoso el relato.
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