"JOSE"
En una mañana cálida de
primavera un sol enamorado de un cielo azul que tiñe un mar sereno,
observa con su brillo dorado desde el rojo horizonte la caravana humana
que avanza lentamente por el pedregoso camino que bordea la playa
caracolada de la pequeña isla llevando a José rumbo al camposanto.
Las
mujeres con sus ropajes oscuros que cubren sus cabellos y ondulan con
la brisa del amanecer, rodean a Manuela y cantan canciones antiguas que
un viento perfumado lleva hasta la aldea.
José
fue un buen hombre, aunque no un santo, salía al campo de madrugada,
regresaba sediento cuando el calor castigaba los cuerpos sin piedad para
disfrutar el cordero asado y las legumbres que las mágicas manos de
Manuela preparaban, el silencio siempre presente entre ambos como un
muro invisible.
Luego
de un breve descanso José caminaba hasta el pueblo y repartía sus horas
hasta el anochecer entre amigos, tavernas y ocasionales compañías
femeninas, honorables señoras de pueblos vecinos.
Ante los reclamos amorosos de Manuela,José decía que eran habladurías de supuestos enemigos.
Así
pasaron los años de juventud, y cuando las canas y las arrugas
sorprendieron a José, el incorregible intensificó sus andanzas
misteriosas en un intento desesperado de recuperar los años vividos.
Manuela
atendía sus dolencias físicas con un amor ya gastado y José recuperado
volvía al ruedo conquistando corazones solitarios con su simpatía y con
su ardor amoroso.
Una
noche cualquiera de esos años José no regresó a su lecho de marido
descarriado, Manuela miró toda la noche el techo de su habitación
evitando que las lágrimas salieran de sus bellos ojos negros.
Al amanecer decidió salir con rumbo desconocido en busca del ausente.
Fue en el camino de flores silvestres que lleva al rio que lo vió dormido sobre una mata de violetas, una mezcla de furia y compasión se apoderó del corazón de Manuela mientras lo observaba inmóvil.
El sol de la mañana había enrojecido el rostro de José y una leve sonrisa se dibujaba en sus labios.
Manuela se acercó reclamándole
en voz baja los años perdidos y sorprendida descubrió que el corazón de
José había dicho basta, basta de amores, basta de alegrías.
Se sentó a su lado, desplegó
las lágrimas de rigor para dicha ocasión y a borbotones le pidió
explicaciones por los años mal vividos intentando que José respondiera a
tanta tristeza, pero fué en vano.
Luego se incorporó lentamente,
cubrió sus bellos cabellos rojizos, colocó sobre el pecho de su esposo
una violeta solitaria y emprendió el camino rumbo al pueblo en busca de
los amigos cómplices en la vida, y ahora en la muerte.
Todos camino al camposanto,los amigos, las mujeres de la traición y al frente como debía ser, José y su Manuela.
Han pasado varios años,
Manuela ha recuperado el brillo en su mirada,su alegría de otros tiempos
y su buen humor, porque ahora que José no está, un entrañable amigo del
difunto consuela en los días y en las noches a una viuda joven que
insiste en encontrar el amor tardío.
Juntos comparten los amaneceres, los almuerzos y el tibio lecho, un testigo amoroso tanto tiempo olvidado.
Algunas tardes cundo el sol se
oculta detrás del caserío y tiñe de colores los campos y las flores,
ambos enamorados bajando por la calle de la Esperanza llegan al
camposanto y cubren de flores el descanso de José.
Manuel ha dejado en el lugar una piedra grabada que dice:
" El amor siempre regresa, gracias José!"
Autora
Inés Gallardo Grau
Gracias Inés. Hermoso el microrrelato y la foto. Bendiciones.
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