Meditación
sobre nuestra actitud frente a la Mirada de Dios
Ustedes
dirán que el título es un tanto obvio, porque justamente para eso el Señor es
Dios, para realizar las cosas no solo difíciles, sino aun las imposibles. Pero
sin embargo hoy quiero referirme a las dificultades que El afronta a la hora de
propiciar nuestra salvación, que es exactamente lo que Dios ha venido haciendo
por milenios. De hecho, llegado el punto de la culminación de los tiempos, El
se hizo Hombre y murió por nosotros, y en Muerte de Cruz. Fíjense qué lejos
está dispuesto nuestro Dios a ir para crear el clima que facilite nuestra
conversión, para darnos los medios necesarios.
Y Dios, que
ha hecho y sigue haciendo cuanto está a Su alcance dentro de Su Ley de
Misericordia y Justicia, ve con tristeza qué poco nos aprovecha de todo lo que
de Él recibimos. Por eso insisto, ¡Qué difícil es ser Dios! Somos hombres
ciegos, mejor dicho, somos hombres que solo ven lo que quieren ver, lo que les
conviene a sus fines mezquinos, y no a lo que Dios espera de ellos.
Meditemos en
esa conocida Palabra de Dios, la que dice que el hombre fue hecho a Su imagen y
semejanza. ¿En qué nos asemejamos a Dios? En muchísimas cosas, pero
fundamentalmente en una: Dios tiene una Voluntad Creadora, con la que hizo el
mundo. Su Palabra que con el “Hágase” construye y da vida. Dios dio al hombre,
igualmente, una voluntad. Esa voluntad, nuestro libre albedrío, nos asemeja a Él,
porque podemos disponer de ella para construir o destruir nuestra vida. Somos
libres, como Dios es Libre.
¿Qué debemos
hacer con esta voluntad, don maravilloso que Dios nos da?
La respuesta
del hombre a este llamado de Dios es diversa. Este mundo prefiere dar vuelta
los factores, y en lugar de reconocerse como hecho a semejanza de Dios, se
construye un dios a su imagen y semejanza. El mundo falsea así la Verdad
Revelada, y se fabrica un dios a su propia imagen, y con la misma hipocresía
espera y reclama que ese dios haga la voluntad del mundo, del hombre. Este
espíritu de error y rebeldía que se difunde como una metástasis irrefrenable,
parte de la consigna de que ese dios es tan bueno y misericordioso, que se
adaptará y ajustará a las necesidades, caprichos y modernidades que este hombre
moderno reclama.
Esta actitud
no es nueva, es muy antigua, milenaria. La novedad es que en estos tiempos
parece expandirse de modo más eficaz que nunca antes, apoyada en el sabor
dulzón y atractivo que tiene la invitación a la rebeldía, a la revolución.
El
revolucionario es asesinado por su misma revolución, porque su poder está
construido sobre la invitación al desorden, al caos. Y Dios, que es puro Amor,
también es puro orden, porque el Amor participa del orden, de la justicia. Los
mandamientos que Dios nos puso como Ley, aún están vigentes, porque Cristo no
vino a abolir la Ley, sino a ponerla en práctica. La Ley de Dios nos invita a
poner orden en nuestra vida, con un eje absoluto en el Amor, pero respetando
con humildad los principios sobre los que está construida nuestra sociedad, que
es la Iglesia.
Para Dios es
difícil el hacernos entrar en un camino de conversión verdadera, por nuestra
rebeldía y empecinamiento en la desobediencia. La Ley del Amor es muy clara,
baste leer los Diez Mandamientos, o las Bienaventuranzas, para comprender qué
espera Dios de nosotros. Ese es el fin de nuestra vida, realizar la Voluntad de
Dios, porque fuimos hechos a Su semejanza. Como en un espejo, mirémonos
reflejados en el Amor que Jesucristo derramó en Su paso por el mundo, haciendo
que Dios tenga así éxito en Su mayor anhelo: nuestra salvación.
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