Ocaso
Los campos se adormecen
en el rojo silencio del ocaso.
A lo lejos, una línea de fuego quema el horizonte
y estalla en brasas sobre la tierra arada.
El pueblo es un racimo de luciérnagas
que se desgrana en dispersas luces amarillas.
Nadie transita ya por las dormidas calles
y se van oscureciendo las formas simples de la plaza.
Hay un rumor progresivo de chicharras
en los árboles añosos que cobran vida inusitada.
Y en lo alto, por sobre el caserío,
se yergue acerada la torre sencilla de la iglesia
que todavía guarda los cánticos serenos de alabanza.
Lidia Dellacasa de Bosco
Muy bello poema Lidia. Me pareció estar sentada ahí. Bendiciones. Elsa Lorences de Llaneza
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