Para mi Madre, las Madres. Madre, único Dios, sin ateos.
MADRE QUE ESPERA
La esperanza es la espera de lo eterno,
la espera es la esperanza de lo inmediato.
Entre ambas, el tránsito de la carne
y el interrogante de la eternidad.
Nueve lunas aguardando el retorno
de lo eterno en lo inmediato de un hombre.
Entre ambas, la tensión de la esperanza.
En el centro, una madre esperando.
La madre de Caín,
esperando el regreso de Abel;
una madre en la vigilia de Nazareth,
esperando la vuelta del hijo celeste;
una madre vaciada por las huestes de Herodes,
esperando en Jerusalén;
una madre ante a un camino de cruces gimientes,
esperando en Palestina;
una madre en el sísmico abrazo de Cortés y Moctezuma,
esperando en Coyoacán;
una madre en la cristópolis indígena,
esperando en San Ignacio;
una madre junto a las espadas criollas,
esperando en Ayohuma y Cancha Rayada;
una madre violada por el máuser de Roca,
esperando en el desierto sureño;
una madre oyendo a semillas masacradas,
esperando en Armenia;
una madre en las cámaras antropófagas,
esperando en Auschwitz y Treblinka;
una madre en las cenizas con memoria,
esperando en Hiroshima y Nagasaki;
una madre sentada en una plaza hueca,
esperando en Guernica;
una madre en la púrpura sombra de la nieve,
esperando en Siberia;
una madre fusilada en su aurora cosmogónica,
esperando en Napalpí;
una madre Ona que sintió sangrar al hielo,
esperando en Tierra del Fuego;
una madre fundida al tanino acribillado,
esperando en Villa Guillermina;
una madre con estigmas de bombardeos,
esperando en un cabildo junto al río;
una madre en el oráculo de un basural,
esperando en José León Suárez;
una madre con un rosario encarnado,
esperando en Playa Girón;
una madre bajo el rocío del napalm,
esperando en Camboya;
una madre tejiendo gritos rotos,
esperando en un estadio de Chile;
una madre crucificada por rencores teologales,
esperando en Irlanda;
una madre de tribus con vísceras desfoliadas,
esperando en el Matto Grosso;
una madre frente a un cráter de gatillos,
esperando en Tlatelolco;
una madre hundida entre escombros de carne,
esperando en el Líbano;
una madre que cuenta mineros ejecutados,
esperando en Cuzco y Potosí;
una madre que destila ojos en el desierto,
esperando en Afganistán;
una madre en una jungla de ébano sangrante,
esperando en Sowetto;
una madre que vela milicias de angustia,
esperando en Nicaragua;
una madre con la infancia de un anciano prematuro,
esperando en Calcuta;
una madre que drena huesos de lágrimas,
esperando en El Salvador;
una madre con su cuerpo de almendra violada,
esperando en Kosovo,
una madre que supo de Atila cruzando el mar,
esperando en Guatemala,
una madre de abdómenes atónitos,
esperando en Etiopía;
una madre inquiriendo al polvo como Saulo,
esperando en Damasco;
una madre cegada por espectros gaseosos,
esperando en Seveso;
una madre entre capangas siniestros,
esperando en Paraguay;
una madre con una medalla de Vietnam,
esperando en Washington;
una madre en la muchedumbre derrumbada,
esperando en Iabra y Shatila;
una madre con pechos de eclipsada biología,
esperando en Biafra;
una madre en un invernadero de gangrenas,
esperando en Chernobil;
una madre por mazmorras subterráneas,
esperando en Montevideo;
una madre clamante por aldeas dialectales,
esperando en Sarajevo;
una madre partida por verdugos de favelas,
esperando en Río de Janeiro;
una madre con un latido chagásico,
esperando en Nueva Pompeya;
una madre con una sombra mutilada,
esperando en Puerto Argentino;
una madre huérfana de gemela masacre,
esperando en Buckingham;
una madre que arranca voces a la tierra,
esperando en Margarita Belén;
una madre poseída por los fusilados de Goya,
esperando en Trelew;
una madre en la cercada zafra de plomo,
esperando en Ingenio Ledesma;
una madre que descifra el Armagedón,
esperando en la ESMA y el Olimpo;
una madre ante un árbol que supura fragmentos,
esperando en Bosnia y Chechenia;
una madre en el sacrilegio del mito solar,
esperando en Chiapas;
una madre en el absoluto color de la sangre,
esperando en Ruanda;
una madre que cruza vados de rito y danza,
esperando en Haití;
una madre con una miniatura famélica,
esperando en el Hospital Perrando;
una madre que acuna un telegrama,
esperando en Corrientes;
una madre loca de amor y de jueves,
esperando en Plaza de Mayo;
una Pachamama mestiza y terrestre,
sangrando el genocidio planetario,
con legiones de Madres
esperando al unísono.
Madre, agradece a Dios
que no esperes. Todavía.
Bosco Ortega
MADRE QUE ESPERA
La esperanza es la espera de lo eterno,
la espera es la esperanza de lo inmediato.
Entre ambas, el tránsito de la carne
y el interrogante de la eternidad.
Nueve lunas aguardando el retorno
de lo eterno en lo inmediato de un hombre.
Entre ambas, la tensión de la esperanza.
En el centro, una madre esperando.
La madre de Caín,
esperando el regreso de Abel;
una madre en la vigilia de Nazareth,
esperando la vuelta del hijo celeste;
una madre vaciada por las huestes de Herodes,
esperando en Jerusalén;
una madre ante a un camino de cruces gimientes,
esperando en Palestina;
una madre en el sísmico abrazo de Cortés y Moctezuma,
esperando en Coyoacán;
una madre en la cristópolis indígena,
esperando en San Ignacio;
una madre junto a las espadas criollas,
esperando en Ayohuma y Cancha Rayada;
una madre violada por el máuser de Roca,
esperando en el desierto sureño;
una madre oyendo a semillas masacradas,
esperando en Armenia;
una madre en las cámaras antropófagas,
esperando en Auschwitz y Treblinka;
una madre en las cenizas con memoria,
esperando en Hiroshima y Nagasaki;
una madre sentada en una plaza hueca,
esperando en Guernica;
una madre en la púrpura sombra de la nieve,
esperando en Siberia;
una madre fusilada en su aurora cosmogónica,
esperando en Napalpí;
una madre Ona que sintió sangrar al hielo,
esperando en Tierra del Fuego;
una madre fundida al tanino acribillado,
esperando en Villa Guillermina;
una madre con estigmas de bombardeos,
esperando en un cabildo junto al río;
una madre en el oráculo de un basural,
esperando en José León Suárez;
una madre con un rosario encarnado,
esperando en Playa Girón;
una madre bajo el rocío del napalm,
esperando en Camboya;
una madre tejiendo gritos rotos,
esperando en un estadio de Chile;
una madre crucificada por rencores teologales,
esperando en Irlanda;
una madre de tribus con vísceras desfoliadas,
esperando en el Matto Grosso;
una madre frente a un cráter de gatillos,
esperando en Tlatelolco;
una madre hundida entre escombros de carne,
esperando en el Líbano;
una madre que cuenta mineros ejecutados,
esperando en Cuzco y Potosí;
una madre que destila ojos en el desierto,
esperando en Afganistán;
una madre en una jungla de ébano sangrante,
esperando en Sowetto;
una madre que vela milicias de angustia,
esperando en Nicaragua;
una madre con la infancia de un anciano prematuro,
esperando en Calcuta;
una madre que drena huesos de lágrimas,
esperando en El Salvador;
una madre con su cuerpo de almendra violada,
esperando en Kosovo,
una madre que supo de Atila cruzando el mar,
esperando en Guatemala,
una madre de abdómenes atónitos,
esperando en Etiopía;
una madre inquiriendo al polvo como Saulo,
esperando en Damasco;
una madre cegada por espectros gaseosos,
esperando en Seveso;
una madre entre capangas siniestros,
esperando en Paraguay;
una madre con una medalla de Vietnam,
esperando en Washington;
una madre en la muchedumbre derrumbada,
esperando en Iabra y Shatila;
una madre con pechos de eclipsada biología,
esperando en Biafra;
una madre en un invernadero de gangrenas,
esperando en Chernobil;
una madre por mazmorras subterráneas,
esperando en Montevideo;
una madre clamante por aldeas dialectales,
esperando en Sarajevo;
una madre partida por verdugos de favelas,
esperando en Río de Janeiro;
una madre con un latido chagásico,
esperando en Nueva Pompeya;
una madre con una sombra mutilada,
esperando en Puerto Argentino;
una madre huérfana de gemela masacre,
esperando en Buckingham;
una madre que arranca voces a la tierra,
esperando en Margarita Belén;
una madre poseída por los fusilados de Goya,
esperando en Trelew;
una madre en la cercada zafra de plomo,
esperando en Ingenio Ledesma;
una madre que descifra el Armagedón,
esperando en la ESMA y el Olimpo;
una madre ante un árbol que supura fragmentos,
esperando en Bosnia y Chechenia;
una madre en el sacrilegio del mito solar,
esperando en Chiapas;
una madre en el absoluto color de la sangre,
esperando en Ruanda;
una madre que cruza vados de rito y danza,
esperando en Haití;
una madre con una miniatura famélica,
esperando en el Hospital Perrando;
una madre que acuna un telegrama,
esperando en Corrientes;
una madre loca de amor y de jueves,
esperando en Plaza de Mayo;
una Pachamama mestiza y terrestre,
sangrando el genocidio planetario,
con legiones de Madres
esperando al unísono.
Madre, agradece a Dios
que no esperes. Todavía.
Bosco Ortega
Mil gracias Bosco por tu hermoso y sentido poema. Un poema que Abraza a todas las madres del Mundo. Bendiciones. Elsa.
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