Reformular a la iglesia: un camino urgente y necesario.
“¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22).
“Nadie usa un pedazo de género nuevo para
remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido
viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en
odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el
vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 21-22).
Es este el ícono evangélico que – a mi manera de ver – mejor muestra la
situación actual de la iglesia y del cristianismo. Por todos lados se
pide renovación y desde muchos lugares surgen experiencias renovadoras o
intentos de renovación. Es la frescura de la espiritualidad que se abre
camino entre los senderos casi desiertos de una religión en agonía: ¡Es
el vino nuevo que se hace presente para regalarnos el amor y celebrar la
vida! Pero insistimos en poner este vino nuevo en odres viejos. Ese es el
drama de la iglesia: aferrada a los odres de la doctrina y sus obsoletas
estructuras no sabe aprovechar ni disfrutar del vino nuevo. A menudo no
sabe que hacer con este vino nuevo y se desperdicia.
Necesitamos odres nuevos para este vino espumante y gracioso, un vino
lleno de vida y de burbujas, un vino de buen cuerpo y robusto. Un vino con
tanta fuerza que va rompiendo sin piedad los odres desgastados y rajados.
Es el vino nuevo que pide reformular al cristianismo y a la iglesia.
“Reformular a la iglesia”: propuesta un tanto
atrevida y riesgosa. Fiel a mi sentir y mi conciencia siento también que
es un camino necesario, urgente e imprescindible. Leer
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