Juan 14, 1-12
“No se
inquieten”, “No pierdan la calma”.
Maravillosa invitación de Jesús que nos apremia a descubrir el verdadero rostro
de Dios: la calma, la quietud. De ahí la confianza inquebrantable del Maestro y
de todos los sabios.
El salmista lo había vislumbrado siglos antes: “Aquiétate y aprende que Yo soy Dios”
(Sal 46, 10).
Dios es calma, Dios es quietud. Por eso nos cuesta
tener una transformadora experiencia de Dios: estamos en continua agitación.
Especialmente mental.
Calma y quietud no se oponen en absoluto a la
actividad. Más aún: desde la calma la actividad se vuelve más fructífera y
rendidora. Desde la calma estamos más centrados y más unificados y no hay
desperdicio de energía.
Creemos erróneamente que la actividad va de la mano
con la agitación. En realidad la verdadera actividad se produce desde su centro
inmóvil: como el eje de una rueda que quedando fijo permite el movimiento.
Vemos que Jesús raras veces “pierde la calma” y
cuando la pierde es por elección. Siempre centrado, sereno, confiado. Ha
descubierto su centro interior inmóvil y se vive a partir de ahí.
Un proverbio zen dice: “Estar en calma es el mayor logro del yo”.
Por eso necesitamos meditar. Por eso este mundo
agitado necesita meditar. Basta sentarse un momento y prestar atención a
nuestra mente para darse cuenta de la constante agitación que nos habita:
preocupaciones, miedos, deseos. Jesús lo sabía y por eso dedicaba noches
enteras a la meditación y al silencio.
El amor auténtico surge desde la calma y vuelve a
la calma.
El texto de hoy nos presenta también la famosa
frase del Maestro: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida”.
Desde la calma descubrimos con asombro que
“camino”, “verdad” y “vida” coinciden.
No hay nada que lograr. Hay un universo por
descubrir.
Abriendo los ojos sobre nuestra verdadera identidad
– calma y quietud – descubrimos que ya estamos en el camino y que este camino
es simultáneamente verdad y vida.
Amor es lo que somos, amor el camino de nuestra
experiencia humana, amor nuestra verdad real y concreta.
Somos el Amor eterno (verdad y vida) expresándose
por un momento en una persona humana (camino).
¿Por qué entonces no vivir desde la calma?
Es una buena pregunta Padre Stefano. ¿Por qué no?
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