Cuando Benedicto XVI subió al solio pontificio, los vínculos que los
Heraldos del Evangelio
y su fundador tenían con el Sucesor de San Pedro se volvieron
indisolubles. En recientes visitas a él en el Vaticano, fue posible
comprobar la fuerza de esa unión de personas y
de misión.
Caía
la tarde en el Vaticano en el último pasado día 29 de noviembre. Una
atmósfera de serenidad marcaba el ambiente mientras se acercaba el
momento en que Benedicto XVI recibiría a dos sacerdotes
Heraldos del Evangelio: el P. Alex Barbosa de Brito y el P. Antonio Guerra de Oliveira Júnior.
Ambos habrían de esperar unos minutos hasta que Su Santidad concluyera
el Rosario junto a la gruta de Lourdes, de los jardines pontificios.
Mientras tanto, muchas impresiones les venían al espíritu, intercaladas
por la emoción de comparecer en nombre de
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, ante un Papa que representa mucho para la Santa Iglesia.
Por una parte, grande era la alegría de poder presentar al Santo Padre el homenaje lleno de afecto del fundador de los
Heraldos del Evangelio, vinculado a él por una estrecha relación que osaríamos calificar de amistad.
Ese era el tercer encuentro de los Heraldos con Benedicto XVI desde que inició la vida de recogimiento en el monasterio
Mater Ecclesiæ. Ahora bien, las otras dos audiencias anteriores merecen igualmente ser recordadas aquí, por su particular significado.
Desde hacía mucho tiempo nuestro fundador albergaba el deseo de ofrecerle a Benedicto XVI un cáliz litúrgico similar a los utilizados por los
Heraldos del Evangelio, para que el Papa tuviera presente las intenciones de su obra en la celebración de la Santa Misa.
La primera de las visitas, tuvo lugar el 1 de agosto de 2017 y cuyo
objetivo era precisamente el de entregarle ese filial regalo.
Inmediatamente al principio, al saludarlos, Benedicto XVI les agarró
firme por la mano manifestando una afable bienvenida y a continuación
se detuvo en la apreciación del cáliz, complacido con el obsequio y
atento a las explicaciones que le eran dadas sobre él. Los sacerdotes
comentaron que el regalo tenía por finalidad agradecerle la aprobación
pontificia concedida en 2009 a las dos sociedades
de vida apostólica, que él acogió en el seno de la Iglesia por
inspiración del Espíritu Santo. [1]
En ese momento, Mons. Georg Gänswein —cuya simpatía siempre nos
acompaña, y que participaba en la conversación— intervino para
corroborar: “¡Son muchos, son un ejército!”. La integridad de vida de
los
Heraldos
fue otro de los aspectos destacados de la conversación, por su impacto
favorable en la conquista de almas para Dios. Entonces Su Santidad, con
una expresiva mirada, exclamó: “¡Eso es lo más importante!”.
Tiempo después, ya en el año 2010, Benedicto XVI declaraba en su libro-entrevista
Luz del mundo: “Se ve que el cristianismo, en este momento,
también está desarrollando una creatividad totalmente nueva. En Brasil,
por ejemplo, se registra, por una parte, un fuerte crecimiento de las
sectas, con frecuencia muy cuestionables porque
prometen esencialmente riqueza y éxito exterior; por otra parte, se
presencia también grandes eclosiones católicas, un dinámico
florecimiento de nuevos movimientos como, por ejemplo, los
Heraldos del Evangelio, jóvenes llenos de entusiasmo que han reconocido en Cristo al Hijo de Dios, y deseosos de anunciarlo al mundo”. [2]
Renuncia motivada por la sabiduría de la cruz
La conversación entonces derivó hacia el tema de la renuncia de Benedicto XVI al solio pontificio.
Monseñor João
y todos sus hijos querían agradecer la actitud del Santo Padre de
permanecer en recogimiento, sufriendo y rezando por la Iglesia, como una
forma de testimoniar la sabiduría de la cruz. Mover el
corazón de Dios, le dijeron, es más importante que mover el corazón de
los hombres. A lo que respondió: “Mover el corazón de Dios es el modo
más eficaz de mover el corazón de los hombres”.
Interesándose por la dimisión de Mons. João de la presidencia de los
Heraldos del Evangelio y del generalato de la sociedad de vida apostólica
Virgo Flos Carmeli, Su Santidad quiso preguntar los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión. Los sacerdotes le recordaron que nuestro
fundador
también sintió la necesidad de tocar el corazón de Dios por medio de
una vida de oración más intensa y, reflejándose en el valiente gesto del
Romano Pontífice, hizo lo mismo para pedir por la Santa
Iglesia, por él mismo —Benedicto XVI—, y por la obra de los
Heraldos del Evangelio.
En una carta dirigida al Santo Padre acerca de su propia renuncia, Mons.
João así se expresaba: “Permítame, Vuestra Santidad, trasmitiros
filialmente un secreto: al veros subir al solio pontificio, la gracia
divina ya me hacía intuir que vuestra persona era
un varón providencial para nuestro tiempo. Es verdad que un
acontecimiento me dejó perplejo en relación con esa perspectiva: la
renuncia de Vuestra Santidad al ejercicio activo del ministerio petrino.
Sin comprender las razones para tal, fui sustentado por
la confianza de que la omnipotencia divina os reservaba para designios
superiores. “En aquella fecha, yo me encontraba ya en medio de otra gran
perplejidad: desde hacía tres años estaba debilitado por una terrible
enfermedad que me sustrajo las fuerzas físicas
considerablemente, tulléndome la capacidad con la que María Santísima
me obsequió para hacer florecer el carisma que su divino Esposo me había
concedido: el don de la palabra. En consecuencia, fui galardonado por
un aumento en un don superior: la fe en la
victoria de la Santa Iglesia. “Por eso, siguiendo el paternal ejemplo
de Vuestra Santidad, me vi en la contingencia de renunciar al mando
efectivo de mi fundación, para, recogido y orante, obtener de Dios la
perpetuidad de esta obra ante la marejada que se
aproximaba”. [3]
Esta postura, como
Mons. João
hace constar más adelante en el texto de la misiva, supone una gran
confianza en las autoridades eclesiásticas. Los sacerdotes le explicaron
a Benedicto XVI que, habiendo sido siempre dócil y obediente
a la Sagrada Jerarquía, no deseando otra cosa sino rendirle fervorosa
sumisión, nuestro
fundador
esperaba de su parte una acogida materna en relación con la obra nacida
de sus manos, de cara a las nuevas circunstancias. Mientras le eran
transmitidas estas cosas, el Papa abrió bien los ojos y asintió:
“Sí, rezaré. Sois muy importantes para la Iglesia”.
Una antigua amistad
Las relaciones entre Benedicto XVI y
Mons. João
siempre se han caracterizado por un elevado sentido eclesial por ambas
partes, y por el vínculo afectivo que se desarrolló en las amistades en
cuyo origen está el propio Dios.
A su vez, Benedicto XVI demostró a lo largo de los años una conciencia
clara de la autenticidad del carisma depositado por la Providencia en el
alma de
Mons. João, acompañada por una receptividad paternal para todo lo que dependiera de su intervención, deseando que los
Heraldos del Evangelio se institucionalizaran en plena conformidad a los designios de su
fundador. Las expresiones de reconocimiento de
Mons. João
con relación a este modo de proceder abundan en el contacto epistolar
entre los dos, como en la propia carta que trata de la renuncia:
“Recuerdo con emoción vuestro paso por Brasil, prenuncio de la
realización de las promesas de Dios para las glorias de la Iglesia en
estas tierras. Y no puedo dejar de mencionar aquí otro momento
histórico: recibir de vuestras manos, portadoras del anillo de Pedro
pescador, el sello de aprobación de la obra que Dios me
inspiró fundar, uniéndola a la Iglesia celestial”. [4]
El deseo de acompañar los pensamientos del Sumo Pontífice, estar junto a
él y ponerse bajo sus órdenes es otra disposición exteriorizada por
Mons. João
en repetidas ocasiones, como en la conclusión de la mencionada misiva:
“En la esperanza de encontrarnos una vez más, para, quién sabe si
juntos, proclamar altivos las palabras de la Virgen de Fátima:
‘¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!’, me pongo a vuestra
disposición e incondicional servicio”. [5]
Con la amplitud de visión propia a los grandes pastores, Benedicto XVI confirió a
Mons. João dignidades eclesiásticas como el canonicato de la Basílica Papal de Santa María la Mayor y la medalla
Pro Ecclesia et Pontifice, en reconocimiento por los servicios
prestados a la Santa Iglesia. No obstante, los lazos de amistad entre
ambos no se limitan únicamente a esas expresiones de mutuo
reconocimiento. De hecho, se encuentran vinculados por una
unión profunda, como Mons. João
procura explicitar en su última carta: “Por alguna razón misteriosa
—tal vez vos lo sepáis discernir mejor— me siento íntimamente unido a
vos, en mi propia misión y vocación.
Por eso rezo incesantemente por Vuestra Santidad, pues es como si, de
alguna forma, rezara por mí mismo. Quizá el futuro esclarezca mejor este
sentimiento interior mío”. [6]
Los regalos por su cumpleaños
La segunda visita se dio con motivo del 91º cumpleaños de Benedicto XVI,
en el que sería recordado con empeño en las oraciones de toda la
Iglesia. Los
Heraldos del Evangelio le presentaron –entre otros- un ejemplar de la obra de autoría de
Mons. João sobre su maestro y formador:
Plinio Corrêa de Oliveira Un profeta para nuestros días,
que resume la existencia, actuación y vida mística del líder católico
brasileño. Con gesto complacido el Papa demostró tener presente de quién
se trataba, incluso antes de serle explicado que
Mons. João había aprendido a ser fiel a la Iglesia gracias a su
ejemplo y enseñanzas. Entonces Benedicto XVI quiso hojear el libro. Al
contemplar cierta foto del
Dr.Plinio
dando un discurso, uno de los sacerdotes le comentó que había sido
presidente de la Acción Católica de São Paulo. “Corrêa de Oliveira, un
nombre que todos los obispos de Brasil conocían bien”,
añadió Su Santidad. Antes de la bendición y de los saludos finales,
Benedicto XVI les entregó algunas medallas conmemorativas como recuerdo,
diciendo: “Les quedo muy agradecido por todo”.
Un rosario especial para su santidad
En la carta del 26 de noviembre dirigida a Benedicto XVI, Mons. João
explica el significado del rosario que deseaba enviarle como regalo: “A
través de mis hijos, quiero ofreceros este rosario todo blanco, símbolo
de la misericordia de Dios, pues es Él quien
puede transformar el rojo de la púrpura en la blancura de la lana y de
la nieve (cf. Is 1, 18)”. [8]
“Tener el fundador vivo es una imagen del Cielo”
Llevando esta carta junto con el simbólico regalo, el P. Alex Barbosa de
Brito y el P. Antonio Guerra de Oliveira Júnior se presentaron en el
Vaticano para la nueva visita al Papa Benedicto XVI. Enseguida los
reconoció, al estar revestidos del hábito propio
de los Heraldos
y, a continuación, los saludó muy satisfecho. Acto seguido, los
sacerdotes le entregaron el rosario de regalo. Al verlo, Benedicto XVI y
Mons. Gänswein reaccionaron al unísono, elogiando su belleza y
afirmando que se trataba de un tesoro.
Mientras abría el sobre, quiso saber cómo estaba Mons. João. Le
respondieron que se encontraba muy bien, y que rezaba todos los días por
Su Santidad. El Papa Benedicto agradeció dos veces las oraciones y
añadió: “Tener el fundador vivo es una imagen del Cielo”.
Llegada la hora de la despedida, se arrodillaron para recibir la
bendición. Y les dijo antes de bendecirlos: “Mi piacciono molto gli Araldi — Me gustan mucho los
Heraldos”.
Unidos a Pedro, nada hay que temer
Los días de incertidumbre, confusión y abandono de la fe en que vivimos
exigen de parte de los que se han puesto bajo la bandera del Supremo
General de las huestes del bien una particular asistencia de la gracia
para perseverar hasta el fin del combate. En
medio a esas luchas, contar con el apoyo de alguien tan unido a la
esfera sobrenatural como Benedicto XVI revigoriza nuestra certeza de que
junto a la Virgen Inmaculada nada hay que temer. Impetrar, unidos a
Pedro, el pleno cumplimiento de los designios de
la Providencia sobre esta obra es un gran consuelo. De este modo, estas
alentadoras palabras del primer Papa nos son dirigidas aún hoy por
medio de sus Sucesores: “Nosotros, según su promesa, esperamos unos
cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite
la justicia” (2 Pe 3, 13). He aquí la meta que nos une a las esperanzas
de Su Santidad Benedicto XVI: la transformación de todas las cosas por
la unión entre el Cielo y la tierra, que vendrá cuando el reinado de
María se haga efectivo sobre los corazones y
el mundo. No obstante, los esfuerzos humanos son insuficientes en sí
mismos para realizar los prodigios de la gracia que ese cambio implica.
Éste sólo será posible cuando María Santísima diga nuevamente
fiat, y, en atención a su voz melodiosa y armónica, un nuevo
régimen de gracias se establezca sobre la Esposa Mística de Cristo,
fluyendo del más puro y cristalino manantial: su Inmaculado Corazón.
Cfr. Revista Heraldos del Evangelio, Enero de 2019 págs.16 a 21.
*Para ver el artículo completo se puede descargar el archivo PDF,
aquí
Notas:
[1] El 3 de
febrero de 2010, Benedicto XVI aprobó con carácter definitivo los
estatutos de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli y
de la Sociedad de Vida Apostólica Femenina Regina Virginum.
Ambas están constituidas, respectivamente, por los miembros de la rama
sacerdotal y por los elementos más dinámicos de la rama femenina de los
Heraldos del Evangelio, asociación privada internacional de fieles de
derecho pontificio erigida el 22 de febrero
de 2001 por el entonces Papa Juan Pablo II, ahora elevado a la honra de
los altares.
[2] BENEDICTO XVI. Luce del mondo. Il Papa, la Chiesa e i segni dei tempi. Città del Vaticano: LEV, 2010, pp. 89-90.
[3] CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 29 de julio de 2017.
[4] Ídem, ibídem.
[5] Ídem, ibídem.
[6] CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 26 de noviembre de 2018.
[8] CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Carta del 26 de noviembre de 2018.
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