domingo, 26 de agosto de 2018

COMPARTIENDO VIVENCIAS NÉSTOR BARBARITO: "LOS OJOS DEL POBRE"

LOS OJOS DEL POBRE
Después de mucho resistirme y vacilar, una tarde que, aunque brillaba en el cielo
un sol espléndido, a mí me pareció oscura y amenazante; preñada de presagios,
comencé a acompañar a los enfermos del hospital de rehabilitación, no sin “temor y
temblor”. Tenía grandes dudas de que estuviera en condiciones anímicas y espirituales
de afrontar semejante compromiso. Nadie me lo había propuesto ni sugerido. Al menos
nadie que hubiera dejado ver su rostro u oír su voz. Yo pensaba que aquella era una
decisión mía y por eso desconfiaba, porque contaba más con mis propias fuerzas, que
sabía escasas, que con la ayuda del Espíritu de Dios, que era –luego lo supe— Quien, en
verdad, me confiaba aquella misión y me iba a dar la fortaleza. ¡Cuánto me costó
entender que las fuerzas de que dispondría no eran mías!
Un par de semanas después del duro comienzo, quise confiar a mi “Diario”, las
primeras impresiones que esa labor iba dejando en mi espíritu. Luego de mucho cavilar
me di cuenta de que era tan fuerte el choque de sentimientos que aquel contacto me
había provocado, que no sabía por dónde empezar, ni me iba a resultar para nada fácil
expresarlo. Al cabo de un rato de darle vueltas al asunto y escribir unas pocas frases
inconexas, decidí posponerlo para una mejor oportunidad.
Siempre pensé que aquella oportunidad no había llegado nunca, pero al releer
aquel cuaderno tiempo atrás, un par de páginas más adelante de aquellas pocas frases,
iba a encontrar, no sin algo de sorpresa, un breve relato de ficción que había olvidado
por completo -cuyo título tomo para esta página- que me hizo entender que al fin el
Espíritu me había sugerido el modo de retratar fielmente, aunque por el camino de la
metáfora, lo que pasaba por mi alma en aquellos días. Lo transcribo porque no deja de
ser una mirada de esa etapa de mi vida, y tal vez te sirva para entender mejor los
encontrados sentimientos que por entonces me embargaban. Sentimientos que
seguramente son compartidos por muchos de los llamados por Dios para ministerios
semejantes: «Consuelen, Consuelen a mi pueblo, dice Dios» (Is.40, 1)
El relato decía así:
«Perezosamente, la tenue claridad que entraba por los
cristales iba despertando a la vida, uno a uno, a los pocos muebles de mi cuarto.
Quise salir al encuentro de la aurora que asomaba, porque sabía que con ella
llegarías, pero afuera estaba el frío y también los otros, los más pobres: los enfermos,
los sin techo, los desconsolados y desesperados. Ellos te necesitaban, y aun los que no
creían que vendrías, sin embargo, en algún rinconcito de su corazón guardaban una
migaja de esperanza.
El miedo me paralizaba. Si pasaba entre ellos quizás hasta me confundieran con
Vos, Señor, y me envolvieran en sus necesidades, en su indigencia y su dolor. Tendría
que prestarles oído y darles de mi tiempo, y a lo peor, tal vez hasta me pidieran afecto.
Y yo estaba tan a gusto en mi refugio abrigado, en mi lecho tibio, seguro además, de
contar con tu amor y tu predilección… De todos modos -pensé- cuando llegaras me
visitarías. Luego tendrías tiempo para ocuparte de los otros. Pobres habrá siempre.
Vos mismo lo habías dicho…
Te esperé inútilmente, primero con impaciencia, luego con desencanto. Por fin,
cuando el sol ya estaba alto, molesto y contrariado, venciendo mis temores, resolví
correr el riesgo de salir a buscarte.
Me pareció que afuera se respiraba un aire pesado y ominoso. Quería huir de las
manos que se tendían hacia mí, suplicantes, pero para poder alejarme de allí, tuve que
pasar por entre los que clamaban por ayuda, y los otros, los que esperaban con un
ruego expresado en su silencio y su mirada.
Muy a mi pesar, pasé junto a uno de aquellos hombres quebrantados. Me susurró
algo con los labios apenas entreabiertos. En un acto reflejo, absolutamente
involuntario, me incliné para oírlo mejor, lo miré a los ojos… y supe con dolor que te
había encontrado».
Hasta aquí mi “Diario”.
Después de haber presenciado y compartido múltiples y penosas situaciones
durante muchos años en aquel hospital, me sorprende haber retratado en un relato de
ficción, tan temprana y fielmente lo que luego sucedería ante mí con harta frecuencia
mientras duró mi labor allí. Porque, habiendo aceptado a regañadientes mi papel en
aquellos dramas, sin embargo, no habría de ser yo un mero espectador. No ocurrirían
frente a mí, solamente, sino que me involucrarían, calando honda y dolorosamente
dentro de mi corazón. Y si Cristos en la Cruz eran ellos, Él me había escogido para
Cireneo.
Esto me confirma que, en verdad, sólo el Espíritu Santo de Dios pudo entonces
guiar mi pluma. Y, por supuesto, sólo Él pudo sostenerme aquellos años en esa tarea.

Doy mi consentimiento a la señora Elsa Lorences de Llaneza, para que –si lo
considerare pertinente y oportuno- publique este relato en su blog.
                                                                                                       
                                                                                                          Néstor F. Barbarito

Ah mi querido amigo. ¡Qué bien lo expresaste! Me hiciste revivir mis años acompañando a los enfermos del Hospital Durand. ¡Cuánto dolor había en algunos sin familiares! Y sí Néstor, como tú bien lo dices, solo el Espíritu Santo nos sostenía en esos momentos y nos daba fuerzas para seguir ese camino tan doloroso. Yo agradezco a Dios que me dió esas fuerzas porque ahora lo recuerdo con amor. Felicitaciones amigo porque lo que diste te volverá centuplicado. Con cariño Elsa.

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