LA
INOCENCIA DE LOS NIÑOS
Todo lo
escrito a continuación es rigurosamente cierto
Mi infancia
se caracterizó por unas Navidades inolvidables. Mi padre, que me está esperando
allí donde nos vamos a encontrar todos, era el pilar y el artífice de hacer que
esas reuniones fuesen maravillosas. Cuando me casé las fiestas se empezaron a
realizar en mi casa ya que mi padre me delegó la tarea.
Llegar a la
Navidad era el mejor regalo que Dios podía darme: Pesebre, regalos, árbol,
guitarras, bombos, disfraces y las representaciones que hacíamos cada familia
presente, llenaba mi casa de alegrías que se prolongaban hasta las seis de la
mañana. Luego con la desaparición de mis padres y de mi queridísima comadre
Perla, fueron cambiando las costumbres.
Cuando nació mi primera nieta Natalia, hace 21 años,
se me ocurrió comprarme un traje de Papá Noel. Recuerdo que me salió caro, muy
caro, pero sin saberlo, fue el mejor dinero gastado de mi vida.
Natalia se dio
cuenta enseguida, a los tres añitos, que ese Papá Noel que entraba en su casa
era su abuela. Recuerdo el último año de ese dulce engaño, cuando después de
repartir los regalitos y retirarme, al cerrar la puerta del departamento,
escuché su voz que decía: Y la abuela Eta (le costaba todavía pronunciar Elsa)
por qué se fue? Grandes carcajadas de
todos los reunidos y el maravilloso abrazo de un Papá Noel que se despedía y
volvía a ser abuela.
¿Y ahora qué? Me pregunté. Mucho gasto pero
poco uso. Entonces resolví que todos los años iba a usar mi traje para llevar
la alegría de los regalos a los chicos abandonados, o enfermos y a la misma
Cáritas Parroquial, donde mis ojos, detrás de una máscara, podían ver, sin que
me conocieran los ojitos iluminados de los chicos, la alegría y la inocencia de
los niños al recibir sus presentes.
Así durante 15
años aproximadamente. Cuando vi que la
máscara ya estaba raída decidí regalar el traje y jubilarme. Es ahí cuando se
anuncia Delfina, mi segunda nieta que en el presente cuenta con 4 añitos.
Entonces me propuse volver a empezar. Compré otra máscara y durante 3 años,
escondí debajo de ella la emoción de ver sus ojitos cuando recibía sus regalos.
Por supuesto
era un gran dispositivo de toda la familia distraerla para que yo me pudiese
vestir, salir por la puerta del departamento y volver a entrar con el Jo. Jo.
Jo en la boca y la campanita sonando descaradamente, tal vez despertando a
algún vecino que nunca disfrutó de una buena Navidad.
Este año 2016
Mientras repartía los regalitos, miraba a Delfina que estaba rara. Miraba mucho
mis zapatos y me miraba fijo a los ojos, como que quisiera meterse en ellos
hasta mi alma. Mi hijo Javier le dijo que yo estaba en el baño descompuesta.
Cuando terminé la repartija, se movilizó la familia
para que yo me fuera y volviera a entrar, cambiarme y salir del baño como si
realmente hubiera estado mal.
Me senté en una silla y la llamé:
-Delfina ¿Ya vino Papá Noel? Le pregunté con cara de
inocente
-Si abuela - me contestó.
-¿Y que te trajo?
Volví a preguntar.
- El maletín de la doctora Juguete que yo quería.
Tal vez tendría que haberlo dejado ahí pero yo deseaba
averiguar el por qué de esa mirada inquisidora y seguí el diálogo. –Ah, qué lástima que yo estaba con dolor de
panza y no lo pude ver. Contame ¿Cómo era?
¡Hay abuela
era como vos! Contestó con esa carita y esos ademanes de persona mayor. Tenía
tus ojos y tus mismos zapatos. Se ve que los compra en el mismo lugar.
-¿No me digas?
Pregunté tratando de reprimir la risa.
- Sí abuela ¡PAPÁ NOEL SE DISFRAZÓ DE VOS!
FIN
Elsa Lorences de Llaneza
elsalorences@yahoo.com.ar