VISIÓN
DEL ALMA
(Autobiográfico)
Quiero
contar mis vivencias
para
decirle a quien quiera,
que
la vida pone pruebas
en
su devenir errante.
Auténticas
experiencias
que
no se olvidan jamás,
porque
confieren sentencias
que
nos hacen meditar.
Y
aquello que me ocurrió
en
vísperas de mi cumpleaños,
es
menester relatarlo
para
describirle a otros,
esa
propia percepción
del
espíritu y la carne
que
en sensible dualidad
revelaron
su presencia.
¿Para
buscar las respuestas?
¿Para
encontrar más preguntas?
¿Para
brindarle sentido
a
la emoción de vivir?
Aún
las reminiscencias
minuciosamente
exploro,
escudriñando
detalles
que
después de muchos años
recién
me atrevo a escribir.
Sé
que difícil será
transmitir
con las palabras
ese
mundo intransferible
donde
estallan sensaciones
como
aquellas que quisiera
hoy
con fuerza compartir.
II
Era
un ocho de febrero
del
año setenta y uno
al
venir de un funeral;
la
fiebre me estremecía,
concurrí
al consultorio
a
examinar mi dolor
y
fue aquel medicamento
el
que me empujó al tren
en
que mi tío partió,
pues
abiertas las barreras
transité
otra dimensión.
En
cinco minutos fui,
tómese
así: literal,
un
monstruo de labios gruesos,
cabeza,
párpados, manos,
la
hinchazón hasta los pies;
me
zumbaban los oídos,
la
comezón no cesaba,
estornudos
a raudal,
y
aunque otras veces: alergia,
me
habían diagnosticado,
esta
vez fue diferente
pues
una sola inyección,
como
lava de un volcán
provocó
esta reacción
y
al instante el malestar
avanzó
sin darme tregua.
La
lengua cuadrangular,
las
vías respiratorias
y
otros órganos internos
también
metamorfoseados,
le
cerraban la salida
al
aire que circulaba
exigiendo
libertad.
¡Perturbado
laberinto!
que,
de ese modo, bloqueado,
le
otorgaba su pasaje
a
un edema pulmonar.
La
quietud no me impedía
sentir
lo que allí pasaba:
el
miedo de la enfermera,
un
médico me auscultaba
sin
dejar de colocarme,
inyección
tras inyección.
¡Cómo
pesaban mis piernas!,
los
brazos eran de plomo,
mi
mente se mantenía
alerta
y en oración;
mis
ojos, globos inflados
y
enlutada cobertura…
¡Ya
no podían mirar!
Mi
cabeza se cayó,
fue
imposible sostener;
mis
oídos, sin embargo,
permitían
capturar
los
sonidos y las voces
pero,
de pronto…¿veía?
mi
propio pelo en la almohada,
la
cabeza desmayada,
ese
cuerpo…¿de quién era?,
ni
siquiera lo entendía.
Y
al saborear esa paz,
¡esa
paz, bendita sea!
que
flotaba en mi interior,
en
mi espíritu, en mi yo…
que
cautivaba mis sueños
entre
los brazos de sombra,
brillantes
de eternidad;
¡esa
paz que me llevaba
mecida
en dulce sopor!
Aún
lo tengo presente:
¡disfruté
tanto el momento
que
no quería volver!
Aunque
lejano y latente
danza
aún en el misterio
ese
escenario de muerte.
Divagan
por mi memoria
con
nitidez, personajes,
hasta
palabras y gestos
que
yo observé ¿desde dónde?
No
pretendo dar respuestas,
sólo
expresar mi verdad.
III
Mi
médico con urgencia,
ante
el final que llegaba
inyectó
mi brazo izquierdo,
apoyando
su rodilla
para
ejecutar su acción;
mientras
que el otro doctor,
buscaba,
en vano, mi pulso
y
allá a los pies de la cama,
la
mujer acartonada
reflejaba
su estupor.
Fue
aquel último pinchazo
que
apostó a mi corazón,
el
que ayudó a expulsar
el
aire de los pulmones
que
resistieron cual fuelles
de
comprobada excelencia;
y
otra vez se abrieron paso
en
un tris y sin demora
el
alivio y bienestar
que
exiliados, sin consuelo,
reclamaban
su lugar.
Respiré
pausadamente
en
un denso espacio oscuro,
ese
sitio era mi cuerpo
que
apenas reconocía,
inerme
por largo rato,
casi
frío y sin color,
al
que logré retornar.
¡La
luz!...rasgó poco a poco
esa
red de telarañas
que
cubría mis pupilas
con
llanto sin destejer.
La
muerte quedaba atrás
porque
Alguien así lo quiso
quizá
faltaba entregar
ese
humilde testimonio
a
quienes viven sin fe.
Todavía
me formulo
conmovida
estas preguntas:
¿Con
qué ojos plasmé esa escena
si
con los míos no fue?
¿Será
la visión del alma
cuando
intentaba marchar?
Nelly Esther Vichich.
¡Excelente, excelente excelente Nelly! Mil felicitaciones. Un poema y una explicación increíble. Te felicitamos. Gracias.
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