San Gregorio Magno (ca. 540 en Roma – 12 de marzo de 604), Gregorio I o también San Gregorio fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia latina junto con san Jerónimo de Estridón, san Agustín de Hipona y san Ambrosio de Milán.Nota 1 Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 20 de septiembre de 1295 por Bonifacio VIII. También fue el primer monje
en alcanzar la dignidad pontificia, y probablemente la figura
definitoria de la posición medieval del papado como poder separado del Imperio romano.
Hombre profundamente místico, la Iglesia romana adquirió gracias a él
un gran prestigio en todo Occidente, y después de él los papas quisieron
en general titularse como él hiciera: «siervo de los siervos de Dios» (servus servorum Dei).
Tras la muerte de su padre,1 en 5753 transformó su residencia familiar en el Monte Celio en un monasterio bajo la advocación de san Andrés1 2 (en el lugar se alza hoy la iglesia de San Gregorio Magno).3
Trabajó con constancia por propagar la regla benedictina y llegó a
fundar seis monasterios aprovechando para ello las posesiones de su
familia tanto en Roma como en Sicilia.4
En el año 579 el papa Pelagio II lo ordenó diácono y lo envió como apocrisiario (una suerte de embajador) a Constantinopla, donde permaneció unos seis años1 y estableció muy buenas relaciones con la familia del emperador Mauricio y con miembros de las familias senatoriales italianas que se habían establecido en la capital oriental.5 En Constantinopla conoció a Leandro de Sevilla, el hermano del también doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla.
Con Leandro mantuvo una constante correspondencia epistolar que se ha
conservado. Durante esta estancia disputó con el patriarca Eutiquio de Constantinopla acerca de la corporeidad de la resurrección.6
Gregorio regresó a Roma en 585 o 586 y se retiró nuevamente al monasterio.1
Luego solicitó permiso de ir a evangelizar en la isla de los
anglosajones. Pero al saber el pueblo de Roma de sus intenciones, se
pidió al Papa que no lo dejara ir. Ocupó desde entonces el cargo de
secretario de Pelagio II hasta la muerte de éste de peste en febrero de
590,7 tras lo cual fue elegido por el clero y el pueblo para sucederle como pontífice.6
Al acceder al papado en el año 590, Gregorio se vio obligado a
enfrentar las arduas responsabilidades que pesaban sobre todo obispo del
siglo VI pues, no pudiendo contar con la ayuda bizantina efectiva, los
ingresos económicos que reportaban las posesiones de la Iglesia hicieron
que el papa fuera la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma
podían esperar algo. No está claro si en esta época existía aún el Senado romano,
pero en todo caso no intervino en el gobierno, y la correspondencia de
Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a
Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.1
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de
alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres.
Para esto empleó los vastos dominios administrados por la Iglesia, y
también escribió al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y
de bienes eclesiásticos.1
Intentó infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena repararan los acueductos de Roma,1 destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.8
En el año 592, la ciudad fue atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se esperó la ayuda imperial;
ni siquiera los soldados griegos de la guarnición recibieron su paga.
Fue Gregorio quien debió negociar con los lombardos, logrando que
levantaran el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro
(probablemente entregadas por la Iglesia de Roma). Así, negoció una
tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la futura Toscana), que a partir de entonces sería lombarda. Este acuerdo fue ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio bizantino en Italia.1
En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de cautivos
que estaba en el mercado público de Roma para ser vendidos como
esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y todos rubios, lo
que resultó más llamativo para Gregorio. Movido por la piedad y la
curiosidad preguntó de dónde provenían. «Son anglos», respondió alguien. «Non angli sed angeli»
(«No son anglos sino ángeles»), señaló Gregorio, frase cuya una
interpretación no literal podría ser: «no son esclavos, son almas».
Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó a Inglaterra
escribió una carta a Gregorio, preguntándole qué debía hacer con los
santuarios paganos en donde se practicaban sacrificios humanos. La
respuesta de Gregorio (preservada en el libro de Beda) fue: «No destruyan los santuarios, límpienlos», en referencia a que los santuarios paganos debían ser re-dedicados a Dios.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio.9 También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.10
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604. Fue declarado Doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya aparecía hacia 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.11
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