Elsita: estos días en que recordamos en nuestra comunión epistolar al
querido padre Hernán, vo
lvió a mi memoria esto que escribí y leí en el café, en su presencia. Recuerdo que cuando terminé de leerlo, él vino a abrazarme con la afabilidad que lo caracterizaba, y los ojos brillosos por la emoción, y me dijo que le había recordado sus años de residencia en Chile, donde el paisaje es similar al que yo describo allí.
lvió a mi memoria esto que escribí y leí en el café, en su presencia. Recuerdo que cuando terminé de leerlo, él vino a abrazarme con la afabilidad que lo caracterizaba, y los ojos brillosos por la emoción, y me dijo que le había recordado sus años de residencia en Chile, donde el paisaje es similar al que yo describo allí.
Tengo esa imagen y sus palabras muy presentes, y ellas me animan a
desear el reencuentro esperado.
REVELACIÓN
(Dios siembra en el bosque)
He descubierto, Señor, tu presencia en la montaña. El Espíritu me quiso abrir
los ojos, y en el duro rostro de la roca adiviné tu mano y tu cincel.
Entreví
tu sombra fugitiva en el claroscuro de los bosques eternos, colosales, y el
misterio infinito de tus ojos que aman, en los lagos diáfanos, serenos y
profundos.
Los enormes coihues de brazos extendidos me hicieron presentir tu acogida
paternal, y vi el signo de mi porfiada pertenencia a vos en el ciprés que se
aferraba tenaz a la piedra, y resistía de pie el embate de los vientos.
Sentí tu aliento dulce sobre mi rostro en la fresca brisa mañanera; te oí
respirar entre las ramas del cobreado arrayán, y escuché tu risa alegre en el
canto estridente y burlón del chucao.
Me invitaste a levantar al cielo la mirada cuando desde lo alto me chistaba la
bandurria o me alertaba el tero.
Yo estaba en el bosque cuando tu brazo, generoso y fuerte, esparció con
largueza las semillas desde las copas centenarias. Después las cubriste con un
tibio manto: tu mano maternal se abrió despacio, las hojitas cayeron
silenciosas, con morosa cadencia, como pálidas mariposas de alas frágiles, y
abrigaron la simiente con ternura.
Al fin tu aliento húmedo las hizo despertar en su mullida cuna. Y vi los verdes
renovales: retoños de coihue, de maitén y de radales; de ciprés, de lenga y de
pehuén.
Pinceladas blancas en las cumbres y la nevisca en febrero, supieron recordarme
que a veces, en medio del verano se abate el invierno y en plena bonanza
estalla la tormenta, como el aguijón de mi carne me recuerda que me modelaste en barro; que toda vida es tuya y ningún don es
permanente hasta que lleguemos a nuestro hogar -tu Reino- del cual todas estas
maravillas sólo son migajas; apenas un boceto del don definitivo y preciado de
la vida en Vos.
La
quieta y silente catedral me vio postrado ¡y te alabé, Señor,y te bendije! Te
di gracias.
Néstor Barbarito
Autorizo a Elsa Lorences a publicar este
mensaje donde lo crea conveniente.
Mi querido amigo: Sabes, creo que donde uno encuentra a Dios más fácilmente es en la naturaleza. Con mi esposo lo encontramos muy profundamente en el Chaltén (Santa Cruz) y los dos nos pusimos a llorar. Fue maravilloso y comprendo tu Reflexión y la reacción del Padre Hernán. Mil gracias por compartirlo con nosotros. Dios te bendiga.
"Cómo no creer en Dios..." dice una canción frente a la magnificencia de la naturaleza...y muchos no lo descubrimos allí, entre sus obras, regalo de cada día!! Sin embargo, cuando admiramos un cuadro realizado por manos humanas, inmediatamente lo asociamos a un autor. Enorme paradoja la nuestra!!¡¡Bellísimo relato, gracias!!!
ResponderEliminarBellísimo relato donde toda la naturaleza muestra a Dios, brillante página literaria y de fe donde Néstor rescata lágrimas de más de un poeta y enciende los corazones, gracias Dios mio por regalarnos estos mensajes, Mariel
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