DESNUDO
Y DESPOJADO
Dice Romano
Guardini en su libro El Señor, que «Durante la agonía de Jesús en la Cruz,
María está a su lado, destrozado el corazón por el sufrimiento. Está esperando
una palabra de su hijo, el cual le dice, mirando a Juan: Mujer, he ahí a tu hijo. Y al discípulo: He ahí a tu madre (jn.19,
26/7). Quedaba expresada en estas palabras la solicitud del hijo
agonizante, pero el corazón de María capta, ante todo, otro sentido: […] Él la
aleja de sí. Está completamente absorbido por la “hora” que “ha llegado”,
grande, terrible, ilimitadamente exigente, que lo presenta ante la justicia
divina en completa soledad y cargado con el peso del pecado» (1ª parte, II
La Madre).
Este párrafo
del admirado teólogo, me dio tema para un momento de oración que derivó en
meditación, como es habitual en mí, y ahora
quiero poner por escrito, que es como
puedo esclarecer y fijar mejor las ideas, ya que sin dudas, no habrá de ser
esta la última vez que medite u ore sobre estos cimientos.
Había llegado
“su hora”. La hora en que se iba a “cumplir todo” lo que Él había venido a
realizar en la tierra por voluntad del Padre. Para eso era preciso que Él se quedara
absolutamente solo. Los primeros en alejarse ante el peligro, habían sido sus
discípulos. Sus amigos más íntimos, los apóstoles, con excepción de Juan habían
huido. Sólo quedaban allí, con aquel muchachito, unas pocas mujeres que acompañaban a la Madre.
Había sido
desnudado, humillado, golpeado y lacerado, Y Él se despoja ahora también de
Ella, la Madre, que -también en palabras de Guardini- «se lo había dado todo,
su corazón, su sangre, toda su capacidad de amar». Para que nada ni nadie
pudiera, aunque fuera sólo de un modo espiritual o afectivo, ayudarlo mínimamente
a cargar con su tarea, «no quiso ser ni hijo suyo siquiera, y se hizo sustituir
por el discípulo». Era su propósito quedarse absolutamente solo. ¡Aquella era
SU misión!
Llegado a
este punto de la meditación, por esas cosas que suele tener la mente, que en
los momentos más serios pueden atravesarla pensamientos tan dispares, recordé
aquella expresión del boxeador Oscar “Ringo” Bonavena cuando dijera: “Cuando en
el ring suena la campana te quedás
solo. Ni el banquito te dejan”. Y en medio de mi grave meditación, sin pretenderlo
me floreció una sonrisa en los labios.
Pero por su
Naturaleza divina estaba absoluta e indisolublemente ligado al Padre y al
Espíritu Santo. Conformaba con ellos la Trinidad Santa. La Encarnación no lo
había separado de ellos, ya que en Él convivían la naturaleza humana, con la
divina. Sin embargo, en la Cruz Él iba a vivir la soledad y el desamparo con
tal intensidad; sentiría tan en lo hondo de las entrañas el dolor de ser igual
al hombre en todo, excepto en el pecado, que hasta iba a experimentar la desnudez y el abandono en que
el propio Padre lo dejaba. Él tenía que beber
hasta las heces el cáliz que le había propuesto la justicia divina.
Ahora sí, “despreciable y desecho de los hombres. (Is.
53, 3 ss), del todo desnudo y despojado al punto de exclamar, según
Marcos y también Mateo: «Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc. 15, 34 y Mt 27,46), podía
considerar que su tarea estaba realizada. En verdad, esta frase de Jesús, no es
otra cosa que el comienzo del Salmo 22, que en todo su sentido es un
reconocimiento al poder de Dios y la confianza en su misericordia, pero también
son el testimonio del estado de ánimo del Señor en aquellas circunstancias
Las últimas
palabras que Lucas recuerda en su evangelio, en cambio, son: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
Lc 23,46. Y Juan, de todos ellos presumiblemente el único testigo
presencial, cuenta que lo último que exclamó Jesús fue: «Todo se ha cumplido» (Jn.
19,30). (Por supuesto estoy seguro de que las tres expresiones que citan
los evangelistas fueron pronunciadas por Jesús, sin dudas en sus últimos
momentos, y llevan la garantía del Espíritu Santo, inspirador de todas las
Escrituras).
En efecto,
todo se había cumplido según los planes de Yahvéh. Nuestros pecados —pasados y
futuros—habían sido clavados en la Cruz junto con su Carne, y los asumía la
tierra fundidos en su Sangre.
Elsi: te mando estas lineas. Si querés las podés subir al blog.
Un abrazo.
Claro que si amigo. Está hermoso. Bendiciones.
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