LECTURA ORANTE
DEL EVANGELIO: LUCAS
1,57-66.80
“La Iglesia
elige para la fiesta de san Juan los días más largos del año; los días
que tienen más
luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre
de la luz: no de
una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna” (Papa
Francisco).
Isabel se le
cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo.
El evangelio de
esta fiesta nos ofrece una excelente pedagogía para orar. Nos
invita a poner los
ojos en Isabel, la mujer a la que Dios se le metió dentro de su
pequeñez,
levantó su vida desesperanzada, abrió su vida estéril a la
fecundidad.
Isabel nos enseña algo fundamental para todos los orantes: Dios
es fiel, no
engaña, cumple sus promesas; Dios es lo nuevo, el novio, lo gratuito.
Isabel invita a la
alegría de la fe, a la dicha de creer que se cumple lo que dice
el Señor. Nos
alegramos contigo, Dios nuestro.
Se va a llamar
Juan.
¿Cómo llamar al
misterio de Dios que nos nace por dentro? ¿Qué nombre le
daremos a lo que
Dios hace en nosotros? ¿Diremos, como querían los vecinos
de Isabel, que
todo es obra de nuestras manos? La segunda pista para nuestra
oración nos la dan
Isabel y Zacarías. Los dos reconocen que Dios es el
protagonista del
milagro que ha acontecido en sus vidas y dan a su hijo el
nombre de Juan.
Juan significa que Dios se apiada, que tiene misericordia, que
visita y libera
a su pueblo. Isabel y Zacarías nos invitan a descubrir que Dios es
la fuente de
toda santidad. No podemos entendernos sin ti, Dios salvador.
Tú nos das el
nombre y el sentido.
Se le soltó la
boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo
a Dios.
La tercera pista
para nuestra oración nos la da Zacarías. Al ver la acción de
Dios, su boca y su
lengua, antes tan atadas a la mudez, se llenan de cantares y
un río de
alabanza se extiende por el pueblo. Bendito y alabado seas, Señor,
por las
maravillas que obras en nosotros.
¿Qué va a ser
este niño? Porque la mano del Señor estaba con
él.
La cuarta pista
para nuestra oración nos da el niño Juan. Él es el fruto de la fe,
la nueva
creación que Dios ha puesto en medio del pueblo. Juan nos enseña
que, cuando Dios
está en el corazón, afrontamos el futuro con esperanza,
contamos la
historia de otra manera, llevamos en la mirada la verdad y el amor
de Dios para
todos. Pon tu mano, Señor, sobre nosotros, para que ningún
viento
contrario, por fuerte que sea, apague el gozo que nos has puesto
en nuestro
corazón.
Vivió en el
desierto hasta que se presentó a Israel.
La quinta pista
para nuestra oración nos la regala Juan en el desierto. El
desierto es el
tiempo del amor, del cara a cara con ese Dios, que quiere
nuestra alegría.
El desierto es silencio para abrir el oído a la Palabra creadora
de Dios. El
desierto es interioridad habitada por el Dios que solo sabe amar y
dar vida. Así
estamos en la oración, hasta que llega el momento de salir a la
calle, de dar
testimonio, de reflejar a Dios con las obras. Danos, Señor, el
espíritu de Juan
para que nos presentemos ante los demás dando la vida
con alegría,
porque el amor y la alegría son la mejor forma de hablar de
Ti.
Amén Amén. Gracias Hermana Rosalía y Marga Pérez por este texto tan bonito.
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