¿Dónde se encuentra el corazón del
mundo?
Podríamos formular la pregunta también
de esta forma: ¿Dónde está el centro que unifica la vida y le confiere armonía
y coherencia?
Los místicos desde siempre han
respondido de la única forma posible: paradójicamente.
Responden: en ti, en todo, en ningún
lado.
A la mente – lógica e inquieta – una
respuesta así no le satisface y hasta la pone más inquieta.
Pero, desde otro nivel de conciencia, es
una respuesta sumamente necesaria, útil y transformadora.
Por eso el camino místico y
contemplativo es el camino del futuro, el camino hacia una auténtica
liberación.
La visión mística abraza la totalidad y
ve lo que la mente no puede ver. La mente separa y fragmenta y por eso no puede
mantener unidos los opuestos.
La visión mística unifica y mantiene
unidos los opuestos sin por eso negar las diferencias.
Por eso puede decir: el Universo tiene
un centro, un centro que está en todas partes y ninguna al mismo tiempo. A ese
centro lo podemos llamar Dios.
La filosofía medieval lo dijo así: “Dios es una esfera inteligible, cuyo centro
está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. Formula retomada por
el filosofo y místico francés Blaise Pascal.
¿Para nuestra vida concreta que
significa todo esto? ¿Qué puede aportarnos? ¿En qué nos ayuda a crecer?
Antes que nada es importante tomar
conciencia que cada ser humano busca – inconsciente o conscientemente – un
centro. Parece escrito a fuego en nuestras células y nuestra psique.
Intuimos que solo una vida centrada – vivida
desde un centro y hacia un centro – tiene verdaderamente sentido y puede dar
fruto.
Concretamente la experiencia del centro
es sumamente importante: nos unifica y nos instala en la paz.
Decir centro es decir entonces armonía,
estabilidad, unidad, sentido, dirección.
En palabras las más simples posible:
¿como podemos entonces sugerir la experiencia del corazón del mundo y del
centro?
Podemos decir así: el centro de cada ser
humano es Dios. Siendo Dios el centro es un centro descentrado: lo que experimentamos psicológicamente como centro es en realidad (ontológicamente) el único Centro que todo contiene, todo sostiene y
en todo alienta vida. Esto quería expresar Maestro Eckhart cuando dijo: “mi fondo y el fondo de Dios son un mismo y
único fondo” y también “el ojo con el
cual veo a Dios es el mismo ojo con el cual el me ve”.
Dios es al mismo tiempo el único Centro
donde todo existe, mi centro, tu centro y el centro de todo.
El corazón del mundo es ese único punto
que siendo siempre uno en sí mismo se dilata y expresa en infinitas formas sin
dejar de ser este único punto.
Encontrar el centro y vivir desde ahí es
cuestión de práctica, de entrenamiento paciente, de ascesis espiritual.
Práctica que se centra en la atención y la percepción.
Percepción y atención en sus dos
dimensiones: interior y exterior.
Mirando hacia adentro aprendemos a
percibir nuestro centro y mirando hacia fuera descubrimos el mismo centro en
todo.
La experiencia psicológica de tener un
centro se expande hacia fuera en la experiencia mística del mismo y único
centro.
El corazón del mundo soy yo, eres tu.
El mismo Dios es nuestro centro.
El mismo Dios y el único Amor.
La misma Vida y la única Vida.
El corazón del mundo que fluye en tus
venas y en la savia de los árboles.
El corazón del mundo que sonríe en la
sonrisa de los niños y los ancianos, en el trinar de las aves y en los colores
del otoño.
El corazón del mundo que late en tus
latidos, habla tus palabras y oye la brisa entre las hojas.
Este corazón del mundo mudo y quieto que
siente en tus sentidos, vibra de pasión y llora tus lágrimas.
Este mismo corazón que se luce en el
verdor de los árboles, el amarillo del limón y se tiñe de matices en los
atardeceres.
El corazón del mundo que se viste del
azul del cielo y de los mares.
Eres tu el corazón del mundo y el mundo
está en tu corazón.
Este corazón que ama con tu amor y sueña
en tus sueños.
Este corazón amante del silencio: su
casa, su hogar, su posada y albergue.
Este corazón quieto y silencioso que
desde dentro todo sostiene y en todo canta y expresa su melodía.
Toca divino flautista. Toca una vez más.
Toca las invisibles cuerdas de mi flauta que en realidad es tuya. Seré el
agujero sin nombre para tu nota más pura.
Hermoso artículo P. Stefano Cartabia Omi. Me dió alegría en mi corazón. Gracias por compartir siempre con nosotros.