Te apareciste un día
como Ama y Señora
a una pastorcita
que pastoreaba sola.
Con tu luz deslumbrante
y tu cálido acento
te diste a conocer
como Virgen del cielo.
Nos dejaste enseñanzas
de amor y desapego
como hizo tu Hijo
en sus últimos momentos.
¡Cómo no quererte Madre,
si a pesar de tu duelo
Tú te diste a los hombres
y olvidaste desprecios!
¡Cómo no quererte Madre
si me das tu consuelo
y en los días más tristes
de mi vida en la tierra,
me cubres con tu manto
y me aprietas bien fuerte
para que siga andando
como nadie lo ha hecho.
Elsa Lorences de Llaneza
Publicado en la Liturgia Cotidiana de Editorial San Pablo en Febrero 2006
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