martes, 26 de mayo de 2020

RELATO: "EL PORVENIR" ELSA LORENCES DE LLANEZA PUBLICADO EN LA REVISTA ARISTOS INTERNACIONAL

NARRATIVA "EL PORVENIR".  ELSA LORENCES
PUBLICADO EN LA REVISTA ARISTOS INTERNACIONAL
ALICANTE - ESPAÑA  MAYO 2020 TEMA LOS HIJOS

EL PORVENIR 
Por Elsa Lorences de Llaneza
Argentina

    Miró a su alrededor detenidamente. Cada cosa, cada adorno, cada libro, le hablaban de un recuerdo, triste o alegre dependiendo de la circunstancia.  ¡Qué difícil se torna la vida cuando hay que tomar decisiones dolorosas! Cuando ya creíste tener un futuro consolidado y te das cuenta que todo es ficticio, que tenés que comenzar de nuevo o probar en otro lugar, porque la ruleta de la vida te expulsó del mercado y te deja un gusto amargo en la boca.
     Y hay que irse nomás, dejar todo y partir. Buscar nuevos horizontes, porque vivimos de momentos y este momento llegó a su fin.
      Bajó la cabeza, caminó hacia la puerta y sin volver la mirada atrás, salió del lugar con lágrimas corriendo por sus mejillas.
     Su permanencia en España se hizo difícil. A pesar de hablar el mismo idioma, no lograba acostumbrarse.
      Extrañaba a sus seres queridos y hasta sin darse cuenta, a su himno. Sí, aunque pareciera mentira, cuando por alguna circunstancia lo escuchaba, el corazón se estrujaba en su pecho y no podía dominar el llanto.
      Cuatro meses después de su llegada, un e-mail de su madre, completaba la tortura:
– Javier, no quiero preocuparte, pero papá está en terapia intensiva por un problema coronario. Perdóname, pero aunque tengo confianza de que no será nada, me pareció que, tenerte informado, era lo mejor. Te envío todo el amor de mi alma. Mamá.
     Lo leyó despaciosamente tres veces y luego contestó:
Querida mamá: Me es imposible ir. Tengo que cuidar mi futuro. Ya  verás que no pasa de un susto. Besos a papá. Los ama. Javier.
Apretó la tecla enviar y cuando le llegó la contestación de que el mensaje había salido, cruzó las manos sobre el teclado y, apoyando en ellas su cabeza, comenzó a sollozar desconsoladamente.
      Cuando se calmó, cerró la computadora, tomó su saco y salió al frío de la calle.
     Caminó por ese pintoresco pueblito de montañas, muy cercano a Madrid, con subidas y bajadas que, los primeros días, le resultaron atractivas, pero que ahora se le hacían pesadas.
     Deambulando llegó hasta la Iglesia. Se sentó en un banco y trató de contar cuantas veces había llorado desde que decidió irse de su casa. Llegó a la conclusión de que fueron innumerables. Luego se preguntó el porqué de tanto llanto.
Había partido, decidido a forjarse un porvenir que no veía promisorio en su patria y cambió un trabajo de profesional por la incertidumbre de no conseguir trabajo. Dejó un departamento propio a todo confort para vivir de prestado en la casa de unos amigos, sin lograr alquilar uno para llevar a su familia, porque eran demasiado caros.
¡Qué castillos en el aire había edificado! ¡Qué quimera le habían metido en la cabeza aquellos que le dijeron que en Europa se podía vivir mejor y más tranquilo! ¿Cuál era el futuro venturoso que él deseaba? ¿Una excelente posición económica para disfrutarla, de qué forma?
La soledad era agobiante y, suponiendo que consiguiera un buen pasar ¿Con quién lo iba a compartir?
     Recordó las palabras de su madre cuando le contó que se iba:
      – Hijo, hacé lo que sientas, pero cuidado, no te pase como a tu abuelo que, buscando la América, al vislumbrar desde el barco las costas de Buenos Aires, tiró su mejor traje al agua, porque pensó que enseguida iba a conseguir comprarse otro y tardó diez años en adquirirlo.
¡Cuánta razón!  ¡Cuánta razón! Pobre madre. ¿Cómo estará viviendo estos momentos con su esposo en terapia y su hijo lejos, cuidando su futuro?
Salió a la calle y la llamó por teléfono. Cuando escuchó su voz, se puso a llorar amargamente. ¿Qué hago mamá, que hago? Volver es reconocer mi derrota. Oyó la voz de su madre que le decía. –Hijo mío, no puedo decirte lo que tenés que hacer, porque tengo miedo de equivocarme. Pero escucha tu corazón y abrí tus sentidos, Dios te va a hablar, de alguna manera y por algún medio, te va a dar a conocer lo que él quiere para vos. Te lo aseguro hijo. Presta atención-
Colgó angustiado. Había empezado a llover y sintió frío, volvió a la Iglesia. Iba a comenzar la misa. La hermanita que estaba en la puerta recibiendo la gente, lo invitó a leer una lectura. Con todo el dolor del alma le dijo que no. Tenía miedo de no poder contener su angustia y echarse a llorar en medio de ella.
Se sentó en el último banco, no quería que nadie viera las lágrimas que ya brotaban de sus ojos al leer en un cartel, que antes no había visto, una frase que lo impactó: “Dios está aquí y te espera”.
Siguió la misa con angustia creciente. En la consagración no pudo ya retener los sollozos. Era tan fuerte verlo a Él y preguntarle ¡Dios que hago contéstame Señor por favor!
Terminó la misa y todo el mundo se iba retirando. Todos menos él que arrodillado, seguía llorando sin poderse contener.
 Sintió que alguien se sentaba a su lado. Levantó la vista y vio que era el sacerdote, el mismo que había celebrado la misa.
-¿Te puedo ayudar? – Le preguntó. Y con las palabras saliéndole a borbotones le contó su padecer y sus dudas. Cuánto extrañaba a su esposa, su hija y a sus padres, el miedo a volver fracasado.
El Sacerdote lo escuchó en silencio y respetó su angustia. Cuando se calmó le habló de esta manera:
-Javier, creo que más allá del dinero, tú necesitas como nadie a tu familia y creo que ellos te necesitan a ti. No es fracasar cambiar un buen pasar idílico, por el amor de tus seres queridos. Creo que tu vida está en la Argentina. Aquí te vas a enfermar y ¿Quién te cuidará? No quiero convencerte de nada, la decisión es tuya, pero piénsalo –
Una alegría impensada comenzó a correr por sus venas. Su llanto se aplacó y se dio cuenta que lo que le había dicho el sacerdote, era lo que él ya sabía, y que no quería reconocer. El temor del qué dirán fue superior, por un instante, al Amor con mayúscula que sentía por su hija. Pero ahora ya no había dudas. Volvería a su casa, a los suyos, a pasar lo que fuera, pero juntos. No importaba el porvenir, que solo lo marca Dios, importaba el presente y el presente era su familia. En cuanto saliera de la Iglesia, les hablaría y les pediría que le consiguieran un vuelo lo antes posible.
Se levantó del asiento y le extendió la mano al Sacerdote y sonriéndole le dijo:
-Padre, gracias, vuelvo a mi casa. Quisiera saber su nombre para, en cuanto llegue, enviarle una foto junto con toda mi familia-
El sacerdote le tomó la mano, se levantó despacio y le dijo:
-Javier, yo me llamo Jesús Rey, para servirte-
Se quedó de una pieza, recordó las palabras de su madre y lo abrazó fuerte, fuerte, mientras se echaba a llorar nuevamente.

Elsa Lorences de Llaneza
elsalorences@yahoo.com.ar

Invito a los poetas y escritores que quieran participar de la revista Aristos Internacional a escribirme a mi e-mail para informarlos.  Elsa.

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