SALUDO NAVIDEÑO
NÉSTOR BARBARITO
Amigos: intentando
esbozar un saludo, discurría acerca del modo de expresarles nuestros
deseos para ustedes en esta Navidad. Tratando de escoger las palabras
con las que lo diría, y recordando
aquello de San Ignacio, de “hacerse la composición de lugar”, me
pregunté qué desearía para mí en aquel bendito día.
Tratando de
representarme la escena, imaginé en mi corazón un gran portal de dos
hojas, abierto de par en par. En la escena, apareció enseguida una
bellísima muchacha, sin lugar a dudas pronta
a dar a luz. Era Ella; la queridísima María. Que iba a ser la Madre de
mi Señor. Imposible no estar seguro, ya que aquella imagen era una
creación de mi mente —guiada e impulsada por la gracia, lo descarto— y
yo la pensaba a Ella, que buscaba un refugio tibio
en mi corazón para alumbrar en él a su Niño.
En aquel punto de
mi imaginaria escena, creo que el Espíritu Santo sopló con fuerza sobre
mí por un instante, y caí en la cuenta de que, en la Navidad, los
cristianos con frecuencia nos deseamos
mutuamente que brindemos una cálida acogida al Niño Dios en nuestros
corazones, pero pocas veces —en verdad creo que muy pocas— pensamos que,
para que Él nazca, debe estar Ella. Que Ella es la verdadera
“cristófora”: la portadora de Cristo. Que Él llega hasta
el pesebre de nuestro corazón dentro de su cálido y virginal vientre,
como lo hizo en Belén hace veinte siglos.
Entonces entendí,
creo que no sólo intelectualmente sino que aquellas ideas penetraron
también en mi corazón, que Navidad no es sólo la fiesta del niño Jesús.
También lo es de María. Y así como
vamos con un ramo de flores a visitar y felicitar a una hermana o una
amiga que acaba de alumbrar; a alegrarnos con ella, y manifestarle
tantos buenos deseos para ella y su niño, así, pero con mucha más razón,
es preciso tener presente, en primer plano junto
al Salvador que nace, a la Madre que nos lo brinda. Y darle gracias con
el corazón encendido.
Llegado a este
punto, sin que yo me lo propusiera, mi reflexión se tornó en oración,
retomé la imagen del corazón con el portal abierto, y le di paso a la
Santísima Virgen; le rogué que entrara
y perdonara la pobreza del albergue que le ofrecía, le pedí que
intercediera ante su divino Esposo, el Espíritu Santo, para que Él lo
enriqueciera con su gracia, e hiciera de mi corazón un mullido pesebre
colmado de amor hacia el Hijo que nacía y la Madre
que me lo brindaba, en el más inefable regalo de Navidad.
Después de un rato
de gozar de esta imagen y de los sentimientos que ella había
engendrado, le expresé a Dios mi gratitud, y pude al fin escribirles
este breve saludo.
Queridos amigos:
disponer
el corazón para la Navidad,
es abrirle de par en par sus puertas a la bendita Virgen Madre, que
busca un pesebre para dar a luz a su Hijo. Quiera Dios que encuentre en
el vuestro un nido cálido y generoso. El corazón es nuestro, de nosotros
depende abrirles de par en par las puertas,
y el amor con que los recibamos. Ella lo espera. Él, sin dudas, quiere
nacer allí. ¡No los hagamos esperar!
Un abrazo fuerte, y muy, muy feliz Navidad.
Luisita y Néstor
Mil gracias amigos. Igualmente para ustedes. Elsa.
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