TODO POR JESÚS
LA TRANSFIGURACIÓN
Transfiguración: Ruta que Disipa
Tinieblas y Abre a la Esperanza
[ Del Domingo
17 al Sábado 23 de Marzo ]
En la
2ª Semana de Cuaresma, la
Liturgia nos invita a experimentar la Transfiguración del
Señor como la Ruta que disipa Tinieblas y nos abre a la Esperanza. Esta ruta,
según el evangelista Lucas, cuenta con cuatro momentos: estar a solas con
Jesús, captar su gloria, escuchar
a Dios y hacer silencio.
Estar a solas con
Jesús. Los evangelistas Lucas,
Marcos y Mateo presentan la
Transfiguración como una experiencia de camino para estar con
Jesús. Pero Lucas destaca que este camino se realiza desde la fuerza de la Oración: Jesús se hizo
acompañar de Pedro, Juan y Santiago y subió a un monte para orar (Lc.
9,28). En medio de esta oración, Jesús se transfiguró, se volvió traslúcido:
los discípulos pudieron mirar, oír, sentir y comprender a través de Él.
El poder tan profundo de la oración se debe a
que tiene la magia de situar los acontecimientos de nuestra vida en la fuerza y
en la esperanza que sólo vienen de Dios que nos ama. La oración es capaz de
conjugar nuestros dolores y alegrías y, a la vez, nos permite impulsar cambios
en la vida personal y social.
Ver la gloria de Dios. A Jesús lo seguía el Sol (la Luz) a todas partes. En el
Tabor los Discípulos vieron que su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras
se hicieron blancas y relampagueantes. Ellos vieron que este Sol ya no
seguía a Jesús sino que Él se había tornado Sol, se había convertido en Luz.
La Luz de Jesús nos llena de vitalidad. Junto a
Moisés que representa la Ley
y a Elías que representa la
Libertad está Jesús que es Bondad total. Este encuentro copa
todo el imaginario que los discípulos podían tener sobre la vida. La libertad y
la ley son aspectos imprescindibles para que haya vida personal y vida
compartida. Pero la ley y la libertad serían ineficaces si les faltara bondad.
Si no hay algún grado de benevolencia, la vida se vuelve un infierno.
Escuchar a Dios. Los discípulos no sabían qué hacer con la vitalidad
surgida de tanto sol y de tanta luz. Pedro se atrevió a decir: Señor, ¡qué
bien se está aquí! Haremos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías. Pero, cuando Pedro estaba hablando, una nube los cubrió y se oyó
una voz que dijo: Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo.
Dios dice que escuchemos a Jesús, su Hijo.
Pero a veces nos da miedo oírlo, porque, o nos parece huida, invento, evasión,
o nos da miedo perder nuestras seguridades. Cuando escuchamos a Jesús, entonces
comenzamos a recuperar tanto la alegría y la esperanza como la libertad y la
generosidad. Y esto si que nos otorga la verdadera vida y la auténtica
seguridad.
Hacer silencio. Después de oír la voz de Dios, los discípulos
guardaron silencio. Y es que el silencio abre un compás de tiempo entre lo
vivido y la respuesta. La calidad de nuestra actuación como respuesta al amor
de Dios sólo se fragua en la densidad interior de nuestra vida que se logra
mediante el silencio.
Cuando hacemos
silencio, entonces podemos meditar, reflexionar, considerar y contemplar. El
silencio permite enraizar nuestra vida más allá de toda seguridad. Nos ayuda a ser más conscientes de nuestras
posibilidades y limitaciones, y que si algo podemos, es porque Dios y la Vida nos lo regalan
inmerecidamente (EE. 322, 2-4), para que crezcamos en humildad y verdad.
La Transfiguración
del Señor no puede ser vivida como un evento más de la fe sino como la
verdadera ruta que disipa las tiniebla y desbarata la perversidad
de la propia vida y de nuestra sociedad, y así podamos abrirnos por completo a
la esperanza. Que no tengamos miedo ni nos paralice las complicaciones de la
vida personal ni mucho menos la injusticia o abuso de poder, sino que nos den
mayor impulso para colocarnos en un amor y en un servicio más fuertes que la
misma muerte.
Mil gracias Hna. Rosalía y Marga Pérez. Lo mejor para ustedes en esta Cuaresma. Amén.
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