La práctica
de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º de los Macabeos
en la Biblia dice: "Mandó Juan
Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus
pecados" (2 Mac. 12, 46).
La Iglesia
desde los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos (Cuenta San
Agustín que su madre Santa Mónica
lo único que les pidió al morir fue esto: "No se olviden de ofrecer oraciones por mi alma").
San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en
este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en
el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que
tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas,
oraciones y limosnas por su eterno descanso".
De San Gregorio
se narran dos hechos interesantes. El primero, que él ofreció 30 misas por el
alma de un difunto, y después el muerto se le apareció en sueños a darle las
gracias porque por esas misas había logrado salir del purgatorio. Y el segundo,
que un día estando celebrando la Misa, elevó San Gregorio la Santa Hostia y se
quedó con ella en lo alto por mucho tiempo. Sus ayudantes le preguntaron
después por qué se había quedado tanto tiempo con la hostia elevada en sus
manos, y les respondió: "Es que vi
que mientras ofrecía la Santa Hostia a Dios, descansaban las benditas almas del
purgatorio". Desde tiempos de
San Gregorio (año 600) se ha popularizado mucho en la Iglesia Católica la
costumbre de ofrecer misas por el descanso de las benditas almas.
"Una
flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre
su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios."
-San Agustín-
su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios."
-San Agustín-
Fotografía: Campaña de prensa de la Iglesia de Singapur (colaboración: Susana Álvarez)
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