miércoles, 30 de octubre de 2019

RELATO: EL HELADERO: ADRIÁN NESTOR ESCUDERO. (SANTA FE)

EL HELADERO

    Zacarías era, a los ojos de Dios, un ser perfecto.

   Es decir, un ser perfecto hasta donde un hombre puede serlo. Perfecto con algún defecto.

   Y sólo Dios y Zacarías sabían cuál era ese defecto...



   ... Sólo Dios, y Zacarías, y el Adversario.

   Por tanto, el Adversario hubo de vestirse de extranjero, tomando previamente condición humana, y recorrer el polvo desierto del camino que separaba a su Volcán de la Ciudad donde vivía Zacarías.

   Y extremar el ingenio.

   Dios amaba a Zacarías, y Zacarías contaba con Su segura protección y suspiros invisibles; pues, cómo anhelaba Dios la perfección de su servidor. Zacarías era el fruto más logrado desde que a Noé prometiera Alianza eterna entre Su linaje y el de los hombres creados por Él.

   Así que, por el sacerdocio, había alejado a Zacarías de doncellas y dulces, y, sin por compañía había aceptado la presencia de Isabel, esto se debía no sólo al amor demostrado por ella al servidor, sino por sus escasas dotes para descifrar las veleidades terrenales de un buen postre casero.

   Por otra parte, el incienso había eliminado en Zacarías, con el paso de los años, su capacidad para distinguir entre el aroma siseante de una tarta de manzanas y el rugoso olor a brea y grasa con que ablandaba cualquier borne oxidado en carruajes o tijeras campesinas de la comarca israelita.

   No obstante, sagaz, y en el inconsciente, un defecto habitaba las entrañas santificadas (felices) de Zacarías, como un gusano de muerte incubado (e incrustado) en su cuerpo  vivo.

   Aquella mañana, el inmigrante llegó vestido de blanco. Como un rayo de sol, esquivando rocas y olivares. Radiante. Getsemaní fue su primer testigo.

   Montado en un extraño artefacto, hizo oír por el cuenco metálico de una pequeña corneta como un viento de llamado, como un sonido fresco por donde el mar rugía y la brisa del océano recorría como un bálsamo helado la atmósfera ruidosa de Jerusalén (¿de Nazareth, al mismo tiempo, también?; quizás...), seduciendo con promesas de goces invernales su ardiente mediodía.
   Nadie, excepto Zacarías que salía del Gran Templo, lo vio.

   Deslumbrado por su presencia inaudita, Zacarías se detuvo en el pórtico sagrado del edificio donde el pueblo guardaba las tablas de la Ley Mosaica, y, absorto por la blancura de aquel personaje de nieve, creyó ver en él a un ángel del Señor acampando frente a la inquietud de sus ojos sorprendidos. Desoyó por ende el alerta de Dios que prevenía...
   ... Y se acercó.               
   El extranjero sonrió sin dejar de concentrarse en el misterio de su caja de transporte, oliendo, presintiendo la presencia cada vez más cercana del odiado enemigo... Pero, como un tigre seguro de su presa, no se inmutó. Paciente, supo esperar a que los ojos cansados y azules del viejo sacerdote brillaran por detrás de su pelambre de anciano, y, ya a su lado, le dejó preguntar...
   Pero el extranjero permaneció callado, como ausente o diluido por los rayos mortales que resecaban el aire de la Transjordania, sentado en un apéndice de su artefacto blanco como blanco su traje níveo, brillando al cabo en el desierto de las calles de una Jerusalén totalmente adormilada, ahora, por el sonido encantador de la bocina de El Heladero. Sí, apoltronado en su máquina de azúcares y colores almibarados, removiendo algo que, por algún lugar entraba y por otro salía en y de la caja blanca, aunque sólo pareciera una estela de sol desapareciendo en su secreto interior, trasformada luego en...
   Cuentan sus discípulos que, ni aún la tierra sacudiéndose, resquebrajándose por el celo de Yavhé, pudo impedir que Zacarías probara aquel maravilloso helado de siete colores.
   Tampoco que, color a color, Zacarías fuera comiéndose (devorándolo, sin darse cuenta, claro), el Arco de la Antigua Alianza, y destruyendo así no sólo el Gran Templo (desmoronado en un solo acto a sus espaldas) que la custodiara en papiros de piedra, sino y por sobre todo, el Pacto que Dios había hecho con los hombres por medio de Noé.

   Tal vez por eso, hasta el Día del Vagido Redentor, quedo ciego luego, entre otras cosas.- 

Adrián Néstor Escudero 

Genial Adrián. Tu inventiva literaria me embelesa. Gracias amigo por tu exquisita colaboración.   Elsa. 

1 comentario:

  1. Y gracias a vos, dulce, querida amiga Elsa Lorences. Siempre en deuda hacia tu noble y emprendedora generosidad no sólo con mi Obra, sino con las de todos aquellos que se acercan a esta playa maravillosa, donde el canto del mar hace nido, y ese nido es nuestro hogar literario. Que por ello no me canso de decir, que si hemos sido agraciados es para ser humildemente agradecidos con la vida y sus amigos, y el Señor de la vida y sus amigos para la Vida eterna. Fuerte abrazo crístico y primaveral, y siempre a tu disposición amiga y colega en las letras y hermana en la Fe y Humanidad - Adrián N. E.

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