viernes, 11 de diciembre de 2020

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. DOMINGO DE GAUDETE.

 

Comentario al Evangelio – III° Domingo de Adviento (domingo 13 de diciembre) o Domingo Gaudete, por Monseñor João Clá Dias, EP

(Este domingo también es conocido como Domingo de Gaudete, domingo de la alegría)

[…] Para los malos, era apenas el comienzo de la aflicción…

                                                


24 Ahora bien, los que habían sido enviados pertenecían a los fariseos 25 preguntaron: “¿Entonces, por qué andas bautizando, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” 26 Juan respondió: “Yo bautizo con agua: pero en medio de ustedes está aquel que no conocen, 27 y que viene después de mí. Yo no merezco desatar la correa de sus sandalias”. 28 Esto sucedió en Betania, más allá del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Siempre preocupados con los rituales exteriores, los fariseos investigaron sobre el bautismo de Juan, conscientes que un baño purificador había sido anunciado por varios profetas (cf. Is 1, 16; Ez 36, 25; Zc 13, 1). Que el Mesías, Elías o el Profeta “instituyesen ritos nuevos, nada tenía de particular; como enviados de Dios, podían actuar conforme sus órdenes”. [8]

Pero si San Juan no lo era, ¿por qué bautizaba? Y, nuevamente, la respuesta del Precursor causó perplejidad en los miembros de la comitiva, ¡porque no la esperaban! Es el Espíritu Santo que habla por los labios y por la voz de San Juan Bautista, para hacer bien a los fariseos. Ellos pensaban que San Juan Bautista, daría alguna explicación justificando, con principios, el bautismo administrado por él.  Sin embargo, para sorpresa de todos, él como que menosprecia el propio bautismo, diciendo: ¿Qué mal hay en bautizar con agua?

Entonces, San Juan Bautista se declara Precursor de alguien mayor y anuncia que el Mesías está entre ellos, porque ya lo había bautizado. Lo curioso es que podrían haberle preguntado quién era este otro, pero no lo hacen. Los fariseos tienen miedo, porque si Él les fuese mostrado, deberían cambiar de vida. ¿Con un precursor tan exigente, como sería aquel a quién no merecía siquiera desatar la correa de las sandalias?

El resultado fue una gran inseguridad. Ese “en el medio de ustedes” los incomodaba enormemente, porque significaba que entre ellos se encontraba alguien que era mayor del que venía convulsionando el país. Israel era recorrido y penetrado por un espíritu nuevo, que dejaba a todos en la expectativa. Las personas se convertían, lloraban sus pecados, se golpeaban el pecho y… se olvidaban de los fariseos, de los saduceos y de los escribas. En una palabra, este hombre molestaba, porque predicaba una conversión. No obstante, sobre él está aquel otro que es un Señor extraordinario, de quien San Juan Bautista decía que no tenía altura para ser su esclavo. Estaba “en medio de ellos”, y ellos no lo conocían… Y quedaron perturbados, mientras crecía su punto de interrogación, por percibir que el inmenso trastorno causado en su cómoda situación por el Precursor no pasaba de un mero temblor, cerca del terremoto que él venía anunciando…

III - ¡No nos dejemos engañar por la aparente alegría del pecado!

De forma bien diferente a la incondicional alegría que la venida del Redentor debería traer, he aquí la correlación entre júbilo y tristeza, euforia y probación, evocada por el Evangelio de este 3° Domingo de Adviento. Mientras que los buenos son asistidos por la alegría de la esperanza, como le sucedió a San Juan Bautista, a los que se convirtieran ante la perspectiva de la aparición del Mesías, hay en el alma de los malos, tristeza e insatisfacción. Le cabe al bueno saber interpretar la frustración de quien vive en el pecado y no creer que él está siendo exitoso. Cuando, en la segunda lectura (I Tes 5, 16-24), San Pablo exhorta “¡Estén siempre alegres!”  (I Tes 5, 16), desea mostrar que quien se une a Dios, practica la virtud y recorre el buen camino, no puede de ningún modo dejarse tomar por la mala tristeza.

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