miércoles, 5 de octubre de 2016

MEDITACIÓN: María de las Mercedes (Chascomús) MARÍA, SU AMOR Y SU MIRADA



MARÍA,  SU AMOR Y SU MIRADA
La mirada, al acercar y adentrar en nosotros el mundo que nos rodea es, en parte, formadora y transformadora de nuestro ser más íntimo.
En algunas personas, elegidas y bendecidas por sus santidad y pureza la mirada llama, atrae, es invitación y puerta a su paisaje interior, a su cofre de dones y cualidades y nos insta a seguir su derrotero.
Hoy pedimos: “Madre, danos tu mirada…” . Qué hermosa y laudable es esta súplica porque la mirada de María fue purificada y perfeccionada minuciosamente por el Espíritu Santo y, desde ya, debería ser el deseo más hondo de todo creyente en Cristo:  el querer y esforzarse por poseer esa mirada.
Sin embargo, antes de peticionar, para poder hacerlo con responsabilidad y compromiso creo que deberíamos meditar y contemplar esa mirada y “ver”
cuáles son los hechos, conductas, experiencias que modelaron y ennoblecieron a María y que ella, hoy y siempre,  dona y deposita en nuestra alma con  y en su mirada. Vamos a repasarlas sumariamente.
Dice el Evangelio. “María guardaba estas cosas en su corazón”,
Comencemos entonces por lo que nos narra Lucas. María, joven y virgen, recibe  la visita del Ángel Gabriel. Hay asombro y algo de temor en su mirada, sin embargo, acoge temblorosa y agradecida la elección cariñosa y bendita de Dios Padre, Aquél en quien ha depositado toda su fe confiando en su Promesa. Con júbilo en sus ojos y en sus palabras, acepta su designio y estalla en alabanza.
Meses más tarde, en una noche única, en humilde pesebre, su mirada embellecida en lágrimas de alegría, recorre amorosamente palmo a palmo aquel bebé, carne de su carne, engendrado en su ser por el Espíritu; su Jesús, como lo nombrara el Ángel, el Dios que salva.
De ahí en más, su mirada tierna y vigilante fue siguiendo el desarrollo de ese niño que “día a día crecía y se robustecía lleno de sabiduría” y veía “que la gracia de Dios era sobre Él” (Lc. 2, 40)
La mirada de la madre fue acompañando al hijo en todo su magisterio. Es ella la que observa la escasez de vino en la boda de Caná y lo insta a hacer su primer milagro.
Son sus ojos y la atención puestos en su prédica y sus acciones lo que la convierten en la mejor seguidora, compañera y discípula del Maestro. Siempre a su lado, aún a la distancia, alentándolo con sus oraciones al Altísimo y sus caricias de dulzura y sostén.
Su mirada fue aprendiendo el lenguaje y significado de las manos que rubricaban en cada gesto cada una de las palabras de la Palabra hecha hombre. Manos tiernas para con los niños y los débiles, sanadoras para los enfermos, fraternas y salvíficas para con los pecadores. Manos levantadas enérgicas y definitivas contra los que desvirtuaban y profanaban la Voluntad del Padre Eterno.
Lo vio aclamado como rey y lo acompañó coronado de espinas.
Su mirada de madre, enturbiada por las lágrimas, siguió uno a uno los pasos vacilantes de su Hijo sin pecado y que, voluntariamente,  en forma de cruz, cargaba sobre sus hombros los pecados de todos.
En el monte, su alma hubiese preferido no ver lo que veía. La promesa cumplida del Dios de la Promesa, la carne de su carne y sus desvelos, clavada en un madero. Castigo entre castigos, muerte ignominiosa, reservada a sediciosos, ladrones y asesinos.
Y con el  último soplo de vida , bajo la mirada del Padre del Amor, el Amor  entrecruza sus miradas.¡ Cuánta riqueza encerrada en ese silencioso diálogo ! y, desde él, la voz de Jesús se deja oír , le encomienda su último deseo: “Mujer he ahí a tu hijo”, y a Juan “He ahí a tu madre.” (Jn. 19, 26).
Al llegar las sombras, su dolida mirada ungió con lágrimas el cuerpo lacerado y cubierto de sangre mientras lo sostenía dulcemente sobre su regazo.
Esa dolida mirada dejaba trasuntar, sin embargo, su fe y su esperanza. Fe premiada; Esperanza coronada en la Resurrección.
Tiempo después nos encontramos ante la mirada profunda de María orando con los discípulos en el Cenáculo y luego con la mirada jubilosa de María en el momento de la efusión del Espíritu Santo.
Desde entonces  la mirada de María convoca a creer en Su Hijo Jesús, Dios que salva; Jesús, el Cristo, el Mesías, el Redentor.
“Encontremos la mirada de María, porque allí está el reflejo de la mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hace Madre nuestra. Y con aquella mirada hoy María nos mira.”(Papa Francisco)
La mirada de María… María que no quiere que nos detengamos junto a ella, sino que “con ella” vayamos al encuentro de Jesús y permanezcamos en el corazón de su hijo bien amado.
MARÍA que nos guía y exhorta a ser fieles testigos y portavoces de las enseñanzas y conducta de  Aquél que nos dice: “MI MANDAMIENTO ES QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS, ASÍ COMO YO OS HE AMADO”.(Jn.15,12).
En el nombre de Jesús, para Gloria de Dios Padre y pidiendo la asistencia del Espíritu Santo, tomemos la mano de María y caminemos con ella  pidiéndole: “MADRE, DANOS TU MIRADA PARA VIVIR COMO HERMANOS.”

María de las Mercedes.-Chascomús,1/10/2016
Mil  gracias mi querida amiga. Hermoso lo que escribiste. Bendiciones.

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