lunes, 17 de febrero de 2020

RELATO: MULTIPLICACIÓN DEL AMOR: BOSCO ORTEGA




MULTIPLICACIÓN DEL AMOR
Por Bosco Ortega

“Ama, luego actúa”.
San Agustín

Ascendió al vagón en Lomas de Zamora. Tendría la edad de un cerezo amanecido. Unos mellizos junto a otro, con diferencia de un año, dentro de un cochecito celeste, más sostenido por el prodigio que por la mecánica. Otros cuatro, revoloteaban alrededor de su figura.
Desistió de un asiento que le ofrecieron. Sonriendo, recostó su espalda contra una de las columnas que escoltan las puertas de acceso. Su cuerpo mantenía la silueta de un ánfora, pese a la fecunda vertiente derramada. Miraba a sus hijos, cubriéndolos con las pupilas alertas.
La oferta de voz engolada del vendedor ferroviario invadió la colmena sucesiva del convoy: «Chocolate Hamlet, tres por uno, un teatro de dulzura». La mujer lo miró venir, ansiosa, y, cuando lo tuvo a su lado, abrió su mano izquierda y exhibió, con ingenuo énfasis, un billete, arrugadito. Brillaba su alegría en medio de la fatiga constelada de la noche bonaerense. Observó a sus hijos: los mellizos en el cochecito y las niñas sentadas en un asiento; los otros, una niña y un varón, algo mayores, se ubicaron entre el pasaje silencioso y dormitante.
Rasgó la cubierta metálica de la golosina y dejó al desnudo el diminuto mosaico de chocolate. Volvió a mirar a los niños en sus sitios. La luna anexaba su brillo al sonido de los rieles insomnes: percutida claridad. Entonces fracturó la barra en orden a los cuadritos dispuestos en la unidad. Los llamó, a cada uno, por su nombre, y le entregó dos pedacitos de chocolate, a cada niño. Al hacerlo reía y levantaba los brazos en señal de victoria. Su carcajada sonaba a triunfo.
Les prodigaba esquirlas de almendras y nueces, como granos de avena a sus polluelos. Los niños brincaban, grillos en gozo, hasta la cima de sus dedos en busca del micromanjar. Mientras veía su alegría al comer de sus manos, bailaba al compás de la melopea de las ruedas del tren, y de su voz ronca y pastosa emergían sones de cumbia. El pasaje absorto confluía en ese fresco rodante, digno del neorrealismo onírico de Leonardo Favio.
Aquella joven madre transfiguró la escena en una maravillosa cátedra empírica de equidad y economía distributivas. Multiplicó, de lo poco que tenía. Ese gesto de amor pareció expandir los fragmentos de chocolate, como hizo el Hijo del carpintero de Nazareth. Un teólogo y un rabino hubieran bailado, alegres y fraternos, semejantes al rey David al frente de su pueblo, al contemplar este ejercicio, sagradamente terrestre, del compartir en comunidad

                                                 Bosquín Ortega.

Felicitaciones Bosco. Es la primera vez que tengo algo tuyo en relato. Me encantó. Eres un gran poeta pero también un gran escritor. Dios bendiga tu hacer.  Elsa.

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